(206) Este simple párrafo dedicado a lo
que Hernando le comunica a su hermano Francisco Pizarro toca de lleno el
desgraciado origen de la tragedia de las guerras civiles de los españoles en
Perú. Clama al cielo que una falta de claridad en cuanto a dónde estaba situado
exactamente el límite (cosa bien fácil de señalar) de las gobernaciones de
Pizarro y Almagro, sirviera de espoleta para que el rencor y la rivalidad que
se venían incubando en sus corazones reventara desenfrenadamente. Ya lo comenté
antes, pero conviene ver todos los matices de lo que dio origen a un conflicto
único en La Indias. Hubo otros enfrentamientos entre españoles, pero ninguno de
esta envergadura.
Así como el historiador norteamericano Charles Lummis (del que ya
vimos que era un admirador incondicional de la heroicidad española en las
Indias) critica sin piedad a Almagro y adora a Pizarro, creo que, en este
asunto, los villanos fueron todos los hermanos Pizarro. Es indudable que
Francisco Pizarro tuvo más mérito que Almagro, pero no se puede olvidar que
fueron socios a partes iguales. Y también es indudable que Francisco Pizarro y
su hermano Hernando le estafaron abusando de su buena fe. Recordemos que,
primeramente, fue Francisco Pizarro el que en España consiguió del rey casi
todos los poderes para él solo, y que ahora vuelve el maniobrero Hernando
Pizarro lamentando que no haya podido evitar que le concedan a Almagro una
gobernación, pero contento porque ha logrado que le amplíen a Pizarro setenta
leguas de dominio añadidas a las doscientas que ya poseía.
Las últimas palabras de Cieza tienen su
miga, porque dice: “…donde, a razón, entraba el Cuzco y lo mejor de las
provincias”. Supongo que ese “a razón” significa que ‘había que entender’ que
en las setenta leguas de Pizarro entraban el Cuzco y lo mejor de las provincias.
Pues no resultó tan claro, porque, para desgracia de todos, nunca se pusieron
de acuerdo, y lo que tenía que haber sido una negociación, fue una guerra en la
que solo iba a contar la verdad del vencedor. Más adelante veremos cómo el
cronista Inca Garcilaso de la Vega explica magistralmente la tragicomedia de
las argumentaciones de ambos bandos, que terminaron resolviendo el asunto a la brava por no haber
tenido un juez imparcial que lo decidiera. Parece ser que la razón estaba de parte de Pizarro, pero,
quedando un margen de duda, deberían haber esperado a que el Consejo de Indias
zanjara la cuestión. Tanto Almagro como Pizarro tenían un ejército poderoso y
mucha impaciencia, lo que provocó el enfrentamiento buscando la vía de los
hechos consumados.
Cieza, que todo lo abarca, nos vuelve
atrás, al punto en que Pizarro envió desde Trujillo a Alonso de Alvarado a la
tierra de los chachapoyas: “Había salido de Trujillo Alonso de Alvarado
acompañado de Alonso de Chávez, Francisco de Fuentes, Juan Sánchez, Agustín
Díaz, Juan Pérez Casas, Diego Díaz y otros, siendo trece en total, camino de
los chachapoyas”.
(Imagen) HERNANDO PIZARRO va a tomar
pronto un protagonismo nefasto. Quizá sin la llegada de sus hermanos a Perú, PIZARRO
y ALMAGRO hubiesen conservado su amistad, evitándose el horror de las guerras
civiles. Ya fue una puñalada la que le dio Pizarro a su socio cuando consiguió del
rey en España para él solo los máximos honores y poderes. Ahora es HERNANDO el
que vuelve de la Corte lamentando no haber podido hacerle la misma jugada. Dos
años después Hernando ejecutará a Almagro, y es absurdo creer que fuera sin
permiso de Pizarro. Precisamente para lavar la imagen suya y la de sus hermanos
ante el emperador, en 1541 Pizarro (poco antes de que lo asesinen) enviará a
HERNANDO a España. El viaje será un fracaso total, porque va a pasar veinte
años preso en el castillo de la Mota, especialmente por el asesinato de
Almagro. Demostró desde la cárcel su espíritu peleón y soberbio enredándose en
innumerables pleitos. Se le prohibió volver a las Indias, y la imagen es una
clara prueba del cuidado con el que se le controló en el castillo de la Mota para
que su larga mano no continuara aconsejando a su hermano Gonzalo sobre la forma
de actuar en las guerras civiles. El texto es del año 1545 y dice: “Lo que yo,
Martín de Ramoyn, digo a vuestra merced, señor alcaide, de parte de Su Alteza
es que, porque Su Alteza es informado de que agora vienen de las Indias algunas
personas que no conviene que visiten ni hablen a Hernando Pizarro ni traten con
sus criados, que esté vuestra merced sobre aviso de no consentir que entre
ninguna persona a visitar y hablar al dicho Hernando Pizarro hasta que Su
Alteza otra cosa mande”.
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