sábado, 24 de febrero de 2018

(Día 626) Hernando Pizarro va al Cuzco llevando a muchos paisanos suyos. Pizarro sale de Lima para supervisar el buen funcionamiento de las ciudades de Trujillo y San Miguel, volviendo después. Andanzas de Alonso de Alvarado por la tierra de los chachapoyas.


     (216) Sin duda, a Juan Pizarro no le agradaría tener que cederle a su hermano Hernando la máxima autoridad en el Cuzco como delegado del gobernador Pizarro, pero Cieza explica con bastante lógica por qué era necesario: “Le escribió a Juan Pizarro diciéndole la causa que le movía a removerle del cargo, rogándole que por bien lo tuviese. Pero tengo para mí que la razón principal fue el temor a que Almagro volviese para atacar a la ciudad, y que a Pizarro le pareció que su defensa estaría más segura con Hernando que con Juan, por ser de más edad y autoridad. Fueron con él Pedro de Hinojosa, Cervantes, Tapia y otros caballeros de aquellos nobles mancebos extremeños que con él salieron de España, quedando otros en la Ciudad de los Reyes, donde fueron bien tratados y favorecidos de Pizarro”.
     Cieza hace una pausa para mostrarnos a un Pizarro en plena bonanza, dedicándose a supervisar sensatamente las poblaciones cercanas, y a cuidar de que los indios sean bien tratados y adoctrinados, pero al mismo tiempo se lamenta, y nos presenta como contraste el deterioro posterior: “Pizarro determinó entonces visitar las ciudades de Trujillo y San Miguel, para ver cómo usaban sus tenientes de sus cargos, y si los naturales eran bien tratados, y si procuraban su conversión, como su majestad lo mandaba. Dejando por su teniente a Francisco de Godoy, un caballero de Cáceres, se metió en una nao. Y salió del Callao, que es el puerto, a catorce días del mes de febrero de 1536 años, y visitó aquellas ciudades oyendo algunas quejas, remediando los agravios, favoreciendo a los indios, honrando a los caciques, amonestándoles que se volviesen cristianos y haciéndoles entender la burla que era creer en dioses de piedra y de palo. Estas cosas les decía Pizarro con buenas entrañas y voluntad porque aún no era llegado el tiempo en que, por sus pecados y los de los que estaban en Perú, se perdieron estos buenos comienzos por comenzar otros en los que se guerrearon ellos mismos consumiéndose en miserables batallas, sin intervenir otra gente que hermanos contra hermanos. Pasado esto, Pizarro volvió a la Ciudad de los Reyes por tierra, donde fue bien recibido y se dio prisa en mandar hacer la iglesia”.
     Antes de irnos para el Cuzco, donde la tensión se pondrá al rojo vivo, escuchemos lo que nos cuenta Cieza sobre las andanzas por tierras de los chachapoyas de Alonso de Alvarado, aunque solo sea por lo mucho que lo aprecia. Le habían avisado a Alonso de la resistencia de un poblado de indios, y trató de convencerlos por las buenas con mensajeros (“como es obligado hacer a los cristianos”, dice Cieza) para que se pacificaran. Pero no hubo manera: “No bastaron estos dichos ni otros para que hiciesen lo que él deseaba, por lo que determinó ir a buscarlos con todo el real (su tropa). Los indios, que bien sabían de su venida, se habían juntado con sus capitanes y mandones y trataron lo que les sería más sano hacer. Determinaron hacer fingida paz a los cristianos para poderlos matar estando descuidados. Enviaron emisarios de paz con regalos y Alvarado les respondió bien, loando tan buen propósito”.

   (Imagen) Sale Hernando Pizarro hacia el Cuzco (que se convertirá en un infierno) con varios hombres, entre ellos algunos de los queridos paisanos que llevó de España en 1535. El que más iba a brillar era PEDRO DE HINOJOSA (del que ya vimos algo). Fue siempre fiel a los Pizarro, hasta que, en las guerras civiles, se pasó en el último momento al bando del rey. Veo unos documentos en PARES que explican su motivación. La sublevación de Gonzalo Pizarro atravesó la última línea roja cuando ejecutó en 1546 a Blasco Núñez Vela, nada menos que el virrey mandado por Carlos V. Hinojosa huyó con todo su ejército (unos 700 hombres) a Panamá para esperar órdenes del rey. Los vecinos, a regañadientes, los admitieron. Incluso hicieron un convenio. En poco tiempo quedaron hartos de la soldadesca y enviaron una queja a la corte española. También desde Nombre de Dios, puerto panameño, le escribieron al monarca y, después de explicarle cómo murió el virrey, hicieron alusión a la presencia de Hinojosa en Panamá. La imagen es un pequeño trozo de su misiva, y dice: “En Panamá está Pedro Hinojosa por (como) general de Gonzalo Pizarro con cierta gente de guerra; puede haber siete u ocho meses que vino a esperar lo que Vuestra Majestad proveyese acerca de la gobernación de Perú y de lo sucedido después”. El rey mandó a Pedro de la Gasca para acabar con la rebeldía. Hinojosa se puso a su servicio. Gonzalo Pizarro perdió la batalla y fue ejecutado. Como homenaje y duelo por su viejo amigo, Hinojosa, aunque nadie más lo hizo, tuvo el detalle de vestirse de luto.



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