sábado, 10 de febrero de 2018

(Día 614) Belalcázar funda Guayaquil. Casi todos los pobladores que allá quedaron son masacrados por los indios. Se obtiene otro gran tesoro en Lima, adonde llega Hernando Pizarro. Le acompaña Fray Miguel de Orense, quien funda un monasterio. Cieza critica el poco interés evangélico de los españoles.


      (204) Como la vida de aquellos hombres era conquistar a destajo, Belalcázar se encargó de un tema pendiente, la fundación de un poblado al sur de Quito, en la bahía de Guayaquil: “Salió Belalcázar a poblar Guayaquil, procurando tener paz con los de aquella costa, y fundó un pueblo en el que dejó por capitán a uno de los alcaldes, pero, cuando él partió,  los que quedaron fueron tan molestos a los indios exigiéndoles oro y mujeres hermosas, que mataron a la mayoría de los cristianos, y los que escaparon fueron con harto riesgo a Quito, donde estaba por teniente el capitán Juan Díaz Hidalgo”.
     Vuelve Cieza a situarnos en Lima al lado de Pizarro: “Cuentan que en ese tiempo se había recogido muy gran tesoro en la Ciudad de los Reyes (vayamos sumando: al margen de otros tesoros no tan grandes, ya vimos antes la enorme riqueza que obtuvieron en Cajamarca y en el Cuzco). Había mandado el Gobernador que se hiciera fundición para que no disminuyesen los quintos reales (lo que indica que el robo era frecuente). Lo supo Hernando Pizarro, que venía con toda prisa para hallarse presente. Escribió a su hermano para que se demorase la fundición hasta que se viesen. Hízose así”. Se les dio un gran recibimiento a Hernando y a los que le acompañaban. Entre ellos venía fray Miguel de Orense, de la orden de la Merced, quien fundó un monasterio. El espíritu piadoso y justiciero de Cieza  sale a flote al comentar que, si bien el obispo del territorio (fray Tomás de Berlanga, el que no pudo solucionar el conflicto de límites entre Pizarro y Almagro) consiguió del ayuntamiento más espacio en la plaza de Lima para que la iglesia que se estaba construyendo fuera suficientemente amplia, nunca se hizo tan grande y hermosa como correspondía: “No se concluyó. A pesar de ser esta provincia tan rica (se refiere al Perú en general), y haberse hallado en ella los mayores tesoros que se han visto en el mundo, los primeros que llegaron a ella tuvieron poco cuidado en adornar los templos, que debían estar llenos de oro y plata, y tener tales servicios y ornamentos que fueran mentados en todas partes”.
     Está dejando claro que el verdadero interés de los conquistadores se centraba en enriquecerse a toda costa, quedando en un plano muy inferior el que supuestamente era el primero: la evangelización. Para más ‘inri’, saca a relucir el comportamiento de los indios en esta cuestión: “Bastaría con que siguieran el ejemplo de los indios, pues, siendo idólatras, tenían sus templos tan ricos y tan llenos de vasijas de oro y plata y piedras preciosas, y todo ello solo para adorar a sus dioses y demonios. Pero para tener el sacramento y predicar el evangelio, se hacía en casas de paja. Si en esta ciudad se ha hecho algo, ha sido después de que llegó el obispo don Jerónimo de Loaysa. Bien se fijan los indios cuando tratan de convertirlos en esto y en que ven hacer todo al revés de lo que se predica. Y quizá Dios todopoderoso habrá permitido, por esto y por otras cosas que adelante apuntaré, lo que ha pasado con los castigos que con su brazo de justicia ha hecho, que, sin bien se considera, es para espantarse”.

     (Imagen) La ciudad de GUAYAQUIL (Santiago de Guayaquil) tuvo un nacimiento muy azaroso. Es un ejemplo claro de que los españoles lograban con un empeño obsesivo que sus ciudades se mantuvieran. La pobló BELALCÁZAR en 1534, y sin dificultades porque los indios tenían buenas noticias de otras fundaciones. Se quedaron allá varios españoles bajo el mando del capitán Diego Daza y, por sus abusos, sufrieron un ataque indio del que solo pudieron sobrevivir siete, que huyeron espantados a Quito, donde se preparó otra expedición dirigida por el prestigioso capitán Tapia para refundarla en lugar más seguro: nuevo fracaso, con muerte de españoles y caballos. Pizarro envía desde Lima al capitán Hernando de Zaera con una tropa más importante y consigue restablecer el poblado, aunque tiene que abandonarlo pronto porque Pizarro lo necesita para defenderse de un asedio indio. Quien consigue  en 1537 un asentamiento  de Guayaquil en sitio más seguro y que parecía definitivo es el extraordinario FRANCISCO DE ORELLANA, pariente de Pizarro. Hasta se ganó la amistad de los indios huancavilcas. En 1541, por ataques de otros nativos, el capitán Diego de Urbina trasladó la ciudad al territorio de los ‘amigos’ huancavilcas, que la arrasaron poco después. En 1543 se volvió a construir donde Belalcázar la había fundado. La definitiva consolidación se produjo el año 1547. Esa Guayaquil que nació boqueando y temblorosa como un sietemesino tiene hoy una población de tres millones de habitantes y es la ciudad más dinámica de Ecuador.



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