jueves, 15 de febrero de 2018

(Día 618) Gran peligro de Ruy Barba luchando contra enemigos de los chachapoyas. Alonso de Alvarado sigue logrando alianzas con los indios y sometiendo, a veces con mucho riesgo, a los rebeldes.


     (208) Salió esta avanzadilla, y cuando estaban descansando unos días en un poblado, los indios rebeldes se lanzaron al ataque, pero la reacción de la caballería los hizo retroceder. Fueron tras ellos y estuvieron a punto de tener una tragedia porque los indios los cercaron quemando hierba seca: “Hacía viento y el fuego estaba tan peligroso que pensaron perecer; no lo podían apagar ni salir de él; reíanse los enemigos. Ruy Barba, con otro que había por nombre Pero Ruiz, salieron con sus caballos rápidamente por una cuesta, ocurriendo que el de Pero Ruiz cayó rodando. Ruy Barba encomendose a Dios acometiendo contra todos, y tras llegar entonces los indios amigos, los apretaron tanto que les hicieron huir; apagaron el fuego y pudieron salir sin peligrar los que en él estaban”.
     El sensato Alonso de Alvarado sigue adelante procurando más convencer que vencer a los indios: “En la provincia de Langua trató  de paz con los naturales, amonestándoles que quisiesen tenerla con él. Sabiendo que les venía bien, consintieron en ello. Y habiendo asentado aquella tierra, partió hacia otra provincia, llevando muchos de sus confederados para que le ayudasen”. Nuevo tropiezo con indios bravos: “No solo no quisieron salir de paz a los españoles, sino que se burlaban de los que lo habían hecho. El capitán, no deseando derramar sangre, les envió mensajeros, para que le viniesen a ver, prometiendo no enojar a ninguno de ellos. No bastó esta diligencia, por lo que mandó a Juan Pérez de Guevara que,  con veinte españoles, partiese para dar guerra a aquellos que no querían paz, y los indios huyeron”.
     Alonso de Alvarado continuó avanzando con una repetición continua de las dos variantes, indios que aceptaban la paz y otros que atacaban pero terminaban huyendo. Cieza detalla que los indios ‘confederados’ que llevaba junto a sus jinetes eran más de tres mil. En uno de los ataques estuvo a punto de que le hirieran gravemente. “Bajaron contra los nuestros gran cantidad de indios y, de los primeros tiros, hirieron el caballo de Alvarado, y le pasaron con un dardo de palma, sin tener hierro, el arzón delantero de parte a parte, mas los que con él estaban a caballo los siguieron de tal manera que mataron a algunos de ellos, y los demás, con gran turbación, comenzaron a huir, porque pronto se acobardaban si no veían ganado el juego. Los cristianos durmieron aquella noche en el lugar más seguro, y al día siguiente se juntaron con Alonso de Alvarado”. Continuaron los incidentes de forma parecida, y Cieza lo de deja a Alvarado tal cual (luego seguirá con su peripecia) para contarnos ahora lo que estaba pasando entonces en el Cuzco. Pero me voy a permitir dejarle que espere un poco porque merece la pena dedicar un espacio a la hoja de servicios de ALONSO DE ALVARADO (aunque Cieza ya nos ha hecho una elogiosa referencia a su personalidad), e incluso, después, un amplio apartado para uno de sus subordinados, JUAN PÉREZ DE GUEVARA, al que, curiosamente y a pesar de su valía, Cieza no lo nombra al hablar de los trece que salieron con Alvarado desde Trujillo.
   
     (Imagen) Como hemos visto, ALONSO DE ALVARADO, nacido el año 1500, era de Secadura (Cantabria). Y también su apellido, aunque la rama familiar que tuvo más importancia en las Indias procedía de Badajoz, como el excepcional Pedro de Alvarado y su tropa de hermanos (tíos suyos), con los que llegó a Perú. Alonso de Alvarado figuraba en 1535 como regidor de la villa peruana de Trujillo. Allí, con permiso de Pizarro, reclutó hombres y se dirigió a la región de Chachapoyas, donde logró fundar la ciudad del mismo nombre. Los amazónicos indios del lugar fueron, junto a los quiteños cañaris, los mejores aliados de los españoles. En 1537 aparece como uno de los pizarristas que trataron de lograr (inútilmente) un acuerdo diplomático sobre los límites de las gobernaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo entre Pizarro y Almagro. Tras ser asesinado Pizarro, volvió a España , donde el emperador le concedió el hábito de Santiago y el título de Mariscal, lo que quiere decir que estaba ya en contra de la rebeldía de Gonzalo Pizarro. Hizo el viaje de retorno a Perú junto al virrey Pedro de la Gasca y participó en la batalla que acabó con la vida de Gonzalo. También intervino después contra el último sublevado, Francisco Hernández de Girón, resultando derrotado y gravemente herido en uno de los enfrentamientos. Pudo huir a Lima, y allí vivió sus últimos días sumido en la más profunda melancolía, sin decir apenas palabras. Muchos creyeron que se había vuelto loco. En tan triste situación,  murió el año 1556.



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