(208) Salió esta avanzadilla, y cuando estaban
descansando unos días en un poblado, los indios rebeldes se lanzaron al ataque,
pero la reacción de la caballería los hizo retroceder. Fueron tras ellos y
estuvieron a punto de tener una tragedia porque los indios los cercaron
quemando hierba seca: “Hacía viento y el fuego estaba tan peligroso que
pensaron perecer; no lo podían apagar ni salir de él; reíanse los enemigos. Ruy
Barba, con otro que había por nombre Pero Ruiz, salieron con sus caballos
rápidamente por una cuesta, ocurriendo que el de Pero Ruiz cayó rodando. Ruy
Barba encomendose a Dios acometiendo contra todos, y tras llegar entonces los
indios amigos, los apretaron tanto que les hicieron huir; apagaron el fuego y
pudieron salir sin peligrar los que en él estaban”.
El sensato Alonso de Alvarado sigue adelante
procurando más convencer que vencer a los indios: “En la provincia de Langua
trató de paz con los naturales,
amonestándoles que quisiesen tenerla con él. Sabiendo que les venía bien,
consintieron en ello. Y habiendo asentado aquella tierra, partió hacia otra
provincia, llevando muchos de sus confederados para que le ayudasen”. Nuevo
tropiezo con indios bravos: “No solo no quisieron salir de paz a los españoles,
sino que se burlaban de los que lo habían hecho. El capitán, no deseando
derramar sangre, les envió mensajeros, para que le viniesen a ver, prometiendo
no enojar a ninguno de ellos. No bastó esta diligencia, por lo que mandó a Juan
Pérez de Guevara que, con veinte
españoles, partiese para dar guerra a aquellos que no querían paz, y los indios
huyeron”.
Alonso de Alvarado continuó avanzando con
una repetición continua de las dos variantes, indios que aceptaban la paz y
otros que atacaban pero terminaban huyendo. Cieza detalla que los indios
‘confederados’ que llevaba junto a sus jinetes eran más de tres mil. En uno de
los ataques estuvo a punto de que le hirieran gravemente. “Bajaron contra los
nuestros gran cantidad de indios y, de los primeros tiros, hirieron el caballo
de Alvarado, y le pasaron con un dardo de palma, sin tener hierro, el arzón
delantero de parte a parte, mas los que con él estaban a caballo los siguieron
de tal manera que mataron a algunos de ellos, y los demás, con gran turbación,
comenzaron a huir, porque pronto se acobardaban si no veían ganado el juego.
Los cristianos durmieron aquella noche en el lugar más seguro, y al día
siguiente se juntaron con Alonso de Alvarado”. Continuaron los incidentes de
forma parecida, y Cieza lo de deja a Alvarado tal cual (luego seguirá con su peripecia)
para contarnos ahora lo que estaba pasando entonces en el Cuzco. Pero me voy a
permitir dejarle que espere un poco porque merece la pena dedicar un espacio a
la hoja de servicios de ALONSO DE ALVARADO (aunque Cieza ya nos ha hecho una
elogiosa referencia a su personalidad), e incluso, después, un amplio apartado
para uno de sus subordinados, JUAN PÉREZ DE GUEVARA, al que, curiosamente y a
pesar de su valía, Cieza no lo nombra al hablar de los trece que salieron con
Alvarado desde Trujillo.
(Imagen) Como hemos visto, ALONSO DE ALVARADO,
nacido el año 1500, era de Secadura (Cantabria). Y también su apellido, aunque
la rama familiar que tuvo más importancia en las Indias procedía de Badajoz,
como el excepcional Pedro de Alvarado y su tropa de hermanos (tíos suyos), con
los que llegó a Perú. Alonso de Alvarado figuraba en 1535 como regidor de la
villa peruana de Trujillo. Allí, con permiso de Pizarro, reclutó hombres y se
dirigió a la región de Chachapoyas, donde logró fundar la ciudad del mismo
nombre. Los amazónicos indios del lugar fueron, junto a los quiteños cañaris,
los mejores aliados de los españoles. En 1537
aparece como uno de los pizarristas que trataron de lograr (inútilmente) un
acuerdo diplomático sobre los límites de las gobernaciones de Nueva Castilla y
Nueva Toledo entre Pizarro y Almagro. Tras ser asesinado Pizarro, volvió a
España , donde el emperador le concedió el hábito de Santiago y el título de
Mariscal, lo que quiere decir que estaba ya en contra de la rebeldía de Gonzalo
Pizarro. Hizo el viaje de retorno a Perú junto al virrey Pedro de la Gasca y participó
en la batalla que acabó con la vida de Gonzalo. También intervino después
contra el último sublevado, Francisco Hernández de Girón, resultando derrotado
y gravemente herido en uno de los enfrentamientos. Pudo huir a Lima, y allí vivió sus últimos días
sumido en la más profunda melancolía, sin decir apenas palabras. Muchos
creyeron que se había vuelto loco. En tan triste situación, murió el año 1556.
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