lunes, 19 de febrero de 2018

(Día 621) Sale Gonzalo Pizarro con otros capitanes para alcanzar a Manco Inca. Lo apresan y lo tratan con respeto. Juan Pizarro no le cree una excusa inventada y le deja ir a su casa, pero encarga a unos indios que lo vigilen con disimulo.


     (211) Sin duda las expectativas de Manco Inca, que esperaba ingenuamente que los españoles le devolvieran la secular autoridad de los emperadores incas, se habían derrumbado por completo. Estamos ante el inicio de su rebeldía, que ahora le saldrá mal, pero por poco tiempo, ya que después su lucha va a ser muy intensa. Veremos cómo, a diferencia de lo que ocurrió en México, donde, conquistada la capital y caído el imperio, los problemas con los indios fueron escasos, la situación en el Cuzco se va a ir complicando de forma extraordinaria, en gran contraste con lo milagrosamente fácil que fue apresar en Cajamarca a  un Atahualpa rodeado de su impresionante ejército.
     La reacción de Juan Pizarro, sabiendo lo que estaba en juego, fue instantánea: “Mandó a Gonzalo Pizarro (que seguía en un plano secundario) que a toda furia, aunque la noche fuera mala, oscura y tenebrosa, fuese en seguimiento de Manco, y que saliese con Alonso de Toro, Pero Alonso Carrasco, Beltrán del Conde, Francisco de Solar, Francisco Pérez, Diego Rodríguez y Francisco Villafuerte. Partieron encima de sus caballos a todo correr, y a la media legua comenzaron a alcanzar a gente que iba con Manco Inca, quien, al oír el ruido, echó maldiciones contra los que dieron el aviso de que había escapado”.
     Andaban desorientados los españoles porque los indios les daban pistas falsas sobre por dónde huía Manco Inca. Y no  tuvieron muchas contemplaciones: “Alcanzaron a un orejón principal, de los que guardaban la persona del rey, y le amenazaron para que dijese por dónde iba Manco Inca; negó con constancia la verdad por no ser traidor a su señor. Gonzalo Pizarro, con ira, se apeó de su caballo y, con ayuda de los otros, le ataron un cordel en el genital para le atormentar, haciéndolo de tal manera que el pobre orejón daba grandes gritos diciendo que no iba por aquel camino”.
     Siguieron su nerviosa marcha tras abandonar al dolorido y fiel orejón; tres de los hombres de Gonzalo Pizarro pudieron atrapar a un Manco Inca escondido tras un mato, como los conejos: “Manco Inca había llegado a unas ciénagas, y como hacían ruido los que caminaban con él, tardó en oír el de los caballos, que ya llegaban tan cerca de las andas que, con gran miedo, salió de ellas, poniéndose detrás de unas matas de juncos. Andando uno de los caballos por el lugar donde estaba puesto, creyó que había sido descubierto, y salió diciendo que era él y que no lo matasen. Los españoles lo pusieron en las andas tratando su persona honradamente, porque ni una palabra mala ni descortés le dijeron. Y cuando volvieron, Juan Pizarro reprendió a Manco Inca su salida, diciéndole que pagaba mal a Pizarro el amor que le tenía; excusose con decir que Almagro le envió mensajeros para que se fuese a juntar con él y que, creyendo que no le iba a dar licencia, quiso irse de aquella manera. Juan Pizarro, con toda blandura y gentil comedimiento le pidió que se sosegase y se alegrase de la amistad y gracia de los españoles, diciéndole que él bien sabía que Almagro no le había enviado a tal mensajero. Manco Inca se fue a su casa, y Juan Pizarro mandó a ciertos anaconas que le tuviesen a ojo de noche y de día; lo cual podían hacer porque siempre estaban muchos viviendo donde él estaba”.

     (Imagen)  Vemos hoy a ALONSO DE TORO ir con Gonzalo Pizarro y otros capitanes en persecución del huido Manco Inca, quien, más tarde, se quejó de él diciendo que fue uno de los que le orinaron estando preso. Era también trujillano y se lo llevó  Pizarro a Perú en 1529, cuando retornó triunfante con las concesiones que le había hecho el emperador. Un hermano suyo estuvo entre los asesinados por los indios ‘amigos’ en una balsa en la que los trasladaban desde la isla de la Puná. Alonso de Toro participó en la captura de Atahualpa, se hizo rico y alcanzó rápidamente un destacado protagonismo. Nos lo vamos a encontrar pronto luchando  en el Cuzco al lado de los Pizarro contra el asedio de las tropas de Almagro, quien, estando preso más tarde y poco antes de ser ejecutado, le dijo a Alonso (su guardián): “Ahora, Toro, os veréis hartos de mis carnes”. Alonso seguirá para siempre fiel a sus paisanos en las guerras civiles, confiándole Gonzalo Pizarro un puesto clave al frente de sus tropas. Sin embargo, lo sustituyó por un militar más eficaz que él pero sin sentimientos humanos (salvo el de la ambición), Francisco de Carvajal, a quien ya hemos conocido bajo el merecido apodo de “El Demonio de los Andes”. Dice el cronista Santa Clara que Alonso se sintió muy humillado, y que “rabiaba, bramaba y gruñía, diciendo palabras muy recias y escandalosas contra Carvajal”. Con toda seguridad, habría sido ejecutado junto a Gonzalo Pizarro en la derrota de Jaquijaguana, pero tuvo antes una muerte menos honrosa: en 1546, lo mató su suegro, Diego González, en una disputa familiar.



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