domingo, 19 de junio de 2022

(1753) El gobernador Ribera, para poder evitar la utópica ‘guerra defensiva’, hacía trampa fingiendo que quienes atacaban a los mapuches eran los indios amigos, yendo los españoles como escoltas. Hablemos de la mística Santa Rosa de Lima.

 

     (1353) En Chile, alejado el peligro de los piratas, el Gobernador y sus capitanes se centraron de nuevo en los asuntos habituales. La vigilancia que sobre los mapuches habían tenido, trajo un período de paz, por lo que los españoles pudieron ocuparse en labores productivas de agricultura y ganadería que estaban dando buenos resultados. Como era de suponer, los que formaban el ejército estaban siempre en tensión, ya que sabían que los indios de guerra eran incorregibles, y había continuos rumores que hablaban de una inminente rebeldía: "Además, con motivo de la presencia de los holandeses en aquellas costas, Ribera se había visto en la necesidad de disminuir la guarnición de los fuertes del interior para reforzar la defensa de los puertos. Y entonces, los mapuches iniciaron nuevos ataques. Tureulipe, aquel indio que había sido prisionero de los españoles y a quien dio libertad el padre Valdivia, creyendo candorosamente convertirlo en agente de su plan de pacificación, era el más obstinado caudillo de aquellas correrías".

     Y resulta casi cómico que el gobernador Ribera tuviera que inventarse excusas para poder atacar con la debida energía a los temibles indios: "Hastiado de sus hostilidades incesantes, se creyó en el deber de ordenar algunas correrías persiguiéndolos hasta sus tierras, es decir, más allá de la frontera establecida. Para simular que con estas expediciones no se violaban las órdenes del Rey acerca del método de 'guerra defensiva', se hacían como si los protagonistas fueran los indios amigos, y las tropas españolas actuaran simplemente como protectores suyos. La más considerable de esas expediciones partió de Arauco el 18 de noviembre de 1615 para castigar a los indios de Purén. Se componía de 700 indios amigos, 150 yanaconas (indios de servicio), y 500 españoles de 'protección', mandados por el maestre de campo Ginés de Lillo".  

     El plan era ambicioso, pero salió mal porque los mapuches huyeron y se refugiaron ocultos en los montes, de manera que los españoles tuvieron que limitarse a destruirles sus sembrados, apoderarse de su ganado y apresar a unos cuantos indios: ‘Aunque no se les ha hecho más daño que este -escribió después Ribera- ha sido de mucha importancia el enfrentamiento, y otros que se han hecho, porque, con ellos, se animan los indios amigos, y se enriquecen con el botín, pues, aunque es todo miseria, para ellos resulta muy valioso. Y los indios enemigos se empobrecen y acobardan, y se les quitan los medios para hacernos la guerra, y, quedando así carentes de todo, se ven obligados a buscar de comer por los montes yerbas y raíces’. Se supone que esto se lo contaba Ribera al Rey, dándole a entender sutilmente que los mapuches no se iban a someter con medios diplomáticos, sino solamente con mano dura".

     Pero el gobernador Ribera malamente podía aplicar ese método de forma intensa, ya que sus soldados eran insuficientes para unos enemigos tan numerosos, por lo que los mapuches siempre Volvían a la carga:  "A pesar de todo, los indios de Purén se rehicieron bien pronto de este quebranto, y, en número de cerca de mil doscientos guerreros de a pie y de a caballo, mandados por el formidable Pelantaro, el famoso cacique de la gran insurrección de 1598 (que mató al gobernador Martín García Óñez de Loyola y a la mayoría de sus soldados), aparecieron en la noche del 11 de diciembre en las cercanías de la plaza de Arauco".

 

     (Imagen) SANTA ROSA DE LIMA (cuyo nombre original era Isabel Flores de Oliva) nació el año 1586 en Lima (Perú). Desde muy joven dio muestras de una marcada inclinación religiosa, y, con veinte años, tomó el hábito de Terciaria Dominicana, ya que no había ningún convento de dominicas en Lima (su santa preferida era la dominica Santa Catalina de Siena), dedicando su vida al cuidado de los niños, de los enfermos y de los sufridos indígenas, con gran entrega al ascetismo y a la oración. Muy venerada por sus visiones místicas y por los milagros que se le atribuían, adquirió fama de santa rápidamente. Era hija de Gaspar Flores, un arcabucero de San Juan de Puerto Rico, y de la mestiza o indígena limeña María de Oliva, padres de doce hijos. Dio la casualidad de que Rosa, la primera mujer canonizada en las Indias, recibió el Sacramento de la Confirmación de manos del arzobispo de Lima Santo Toribio de Mogrovejo. Al parecer, por ser muy guapa desde niña ya la llamaban Rosa sus familiares. Incluso ella, de forma mística, se consideraba  una 'rosa del jardín de Cristo', y, como religiosa de iglesia (nunca estuvo recluida en un convento), asumió el nombre de Rosa de Santa María. En sus labores piadosas, tuvo trato con otro futuro santo, el mulato Martín de Porres. Pero lo que más caracterizó a Santa Rosa de Lima fue su misticismo, dedicado a la oración y la penitencia, para la que, entre otras prácticas, se colocaba una corona de espinas, y solía tener  éxtasis e intensas iluminaciones espirituales. Aconsejada por sus confesores, hizo una recopilación escrita de esas experiencias, a la que le puso el título de Escala Espiritual. La gente estaba convencida de que  contaba con el don de la profecía y que realizaba milagros, por lo que, como acabamos de ver, se creía que gracias a su santidad pudo salvarse la ciudad de Lima del ataque de los piratas holandeses. Su misticismo le daba una fortaleza inquebrantable, sin que le afectaran las críticas, y siendo su alegría permanente. Tenía la certeza de que su muerte estaba próxima y que ocurriría en casa de la familia del contador público Gonzalo de la Maza, donde la tenían acogida con gran afecto. Después de haber alcanzado el más alto nivel místico con un sentimiento de unión perpetua a Cristo, enfermó gravemente, y falleció el día 24 de agosto de 1617, teniendo solamente 31 años. Su funeral, celebrado en Lima y llevado a cabo en  el convento de los dominicos, tuvo un impresionante eco popular, y una gran muchedumbre ocupó todos los alrededores del templo. El proceso de canonización de Rosa de Lima empezó casi de inmediato, y, con mucha rapidez para ese tipo de expedientes, la humilde y sufrida mística Rosa de Santa María pasó a ser, el doce de abril de 1671, SANTA ROSA DE LIMA, mediante la canonización que le otorgó el papa Clemente X.




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