(1353) En Chile, alejado el peligro de los
piratas, el Gobernador y sus capitanes se centraron de nuevo en los asuntos
habituales. La vigilancia que sobre los mapuches habían tenido, trajo un
período de paz, por lo que los españoles pudieron ocuparse en labores productivas
de agricultura y ganadería que estaban dando buenos resultados. Como era de
suponer, los que formaban el ejército estaban siempre en tensión, ya que sabían
que los indios de guerra eran incorregibles, y había continuos rumores que
hablaban de una inminente rebeldía: "Además, con motivo de la presencia de
los holandeses en aquellas costas, Ribera se había visto en la necesidad de
disminuir la guarnición de los fuertes del interior para reforzar la defensa de
los puertos. Y entonces, los mapuches iniciaron nuevos ataques. Tureulipe,
aquel indio que había sido prisionero de los españoles y a quien dio libertad
el padre Valdivia, creyendo candorosamente convertirlo en agente de su plan de
pacificación, era el más obstinado caudillo de aquellas correrías".
Y resulta casi cómico que el gobernador
Ribera tuviera que inventarse excusas para poder atacar con la debida energía a
los temibles indios: "Hastiado de sus hostilidades incesantes, se creyó en
el deber de ordenar algunas correrías persiguiéndolos hasta sus tierras, es
decir, más allá de la frontera establecida. Para simular que con estas
expediciones no se violaban las órdenes del Rey acerca del método de 'guerra
defensiva', se hacían como si los protagonistas fueran los indios amigos, y las
tropas españolas actuaran simplemente como protectores suyos. La más
considerable de esas expediciones partió de Arauco el 18 de noviembre de 1615
para castigar a los indios de Purén. Se componía de 700 indios amigos, 150
yanaconas (indios de servicio), y 500 españoles de 'protección', mandados por
el maestre de campo Ginés de Lillo".
El plan era ambicioso, pero salió mal
porque los mapuches huyeron y se refugiaron ocultos en los montes, de manera
que los españoles tuvieron que limitarse a destruirles sus sembrados,
apoderarse de su ganado y apresar a unos cuantos indios: ‘Aunque no se les ha
hecho más daño que este -escribió después Ribera- ha sido de mucha importancia
el enfrentamiento, y otros que se han hecho, porque, con ellos, se animan los indios
amigos, y se enriquecen con el botín, pues, aunque es todo miseria, para ellos resulta
muy valioso. Y los indios enemigos se empobrecen y acobardan, y se les quitan
los medios para hacernos la guerra, y, quedando así carentes de todo, se ven
obligados a buscar de comer por los montes yerbas y raíces’. Se supone que esto
se lo contaba Ribera al Rey, dándole a entender sutilmente que los mapuches no
se iban a someter con medios diplomáticos, sino solamente con mano dura".
Pero el gobernador Ribera malamente podía
aplicar ese método de forma intensa, ya que sus soldados eran insuficientes
para unos enemigos tan numerosos, por lo que los mapuches siempre Volvían a la
carga: "A pesar de todo, los indios
de Purén se rehicieron bien pronto de este quebranto, y, en número de cerca de
mil doscientos guerreros de a pie y de a caballo, mandados por el formidable
Pelantaro, el famoso cacique de la gran insurrección de 1598 (que mató al
gobernador Martín García Óñez de Loyola y a la mayoría de sus soldados),
aparecieron en la noche del 11 de diciembre en las cercanías de la plaza de
Arauco".
(Imagen) SANTA ROSA DE LIMA (cuyo nombre
original era Isabel Flores de Oliva) nació el año 1586 en Lima (Perú). Desde
muy joven dio muestras de una marcada inclinación religiosa, y, con veinte
años, tomó el hábito de Terciaria Dominicana, ya que no había ningún convento
de dominicas en Lima (su santa preferida era la dominica Santa Catalina de Siena),
dedicando su vida al cuidado de los niños, de los enfermos y de los sufridos indígenas,
con gran entrega al ascetismo y a la oración. Muy venerada por sus visiones
místicas y por los milagros que se le atribuían, adquirió fama de santa
rápidamente. Era hija de Gaspar Flores, un arcabucero de San Juan de Puerto
Rico, y de la mestiza o indígena limeña María de Oliva, padres de doce hijos. Dio
la casualidad de que Rosa, la primera mujer canonizada en las Indias, recibió
el Sacramento de la Confirmación de manos del arzobispo de Lima Santo Toribio
de Mogrovejo. Al parecer, por ser muy guapa desde niña ya la llamaban Rosa sus
familiares. Incluso ella, de forma mística, se consideraba una 'rosa del jardín de Cristo', y, como
religiosa de iglesia (nunca estuvo recluida en un convento), asumió el nombre
de Rosa de Santa María. En sus labores piadosas, tuvo trato con otro futuro
santo, el mulato Martín de Porres. Pero lo que más caracterizó a Santa Rosa de
Lima fue su misticismo, dedicado a la oración y la penitencia, para la que,
entre otras prácticas, se colocaba una corona de espinas, y solía tener éxtasis e intensas iluminaciones espirituales.
Aconsejada por sus confesores, hizo una recopilación escrita de esas
experiencias, a la que le puso el título de Escala Espiritual. La gente estaba
convencida de que contaba con el don de
la profecía y que realizaba milagros, por lo que, como acabamos de ver, se creía
que gracias a su santidad pudo salvarse la ciudad de Lima del ataque de los
piratas holandeses. Su misticismo le daba una fortaleza inquebrantable, sin que
le afectaran las críticas, y siendo su alegría permanente. Tenía la certeza de
que su muerte estaba próxima y que ocurriría en casa de la familia del contador
público Gonzalo de la Maza, donde la tenían acogida con gran afecto. Después de
haber alcanzado el más alto nivel místico con un sentimiento de unión perpetua
a Cristo, enfermó gravemente, y falleció el día 24 de agosto de 1617, teniendo
solamente 31 años. Su funeral, celebrado en Lima y llevado a cabo en el convento de los dominicos, tuvo un
impresionante eco popular, y una gran muchedumbre ocupó todos los alrededores
del templo. El proceso de canonización de Rosa de Lima empezó casi de
inmediato, y, con mucha rapidez para ese tipo de expedientes, la humilde y
sufrida mística Rosa de Santa María pasó a ser, el doce de abril de 1671, SANTA
ROSA DE LIMA, mediante la canonización que le otorgó el papa Clemente X.
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