miércoles, 8 de junio de 2022

(1744) El sistema de ‘guerra defensiva’ contra los indios, que había impuesto el padre Valdivia con el permiso del Rey, era tan nefasto, que el Gobernador hacía trampas para poder atacar sin contemplaciones a los mapuches.

 

     (1344) El gobernador Alonso de Ribera le encargó al maestre de campo Núñez de Pineda que defendiese los fuertes de Arauco y de Leuco, y él se fue a Concepción para protegerla del acoso de los mapuches fronterizos: "Los lamentos incesantes de los indios de paz le inquietaban sobremanera. Los bárbaros de Purén atacaban sin descanso a las tribus indígenas que vivían tranquilas cerca de los fuertes, les quemaban sus chozas, les destruían sus sembrados, les robaban sus mujeres y sus hijos y creaban una situación que hacía imposible conservar la tranquilidad. El mismo padre Valdivia, penetrado del peligro que corría el mantenimiento de la paz entre esas tribus, pasó también al norte del Biobío para hablar con el Gobernador, y buscar algún remedio contra aquel estado de cosas (es de temer que continúe con sus rígidos criterios). Se celebró con este motivo el 14 de febrero de 1613 una junta de guerra, y el Gobernador, acompañado por el padre Valdivia, recordó a sus capitanes las órdenes terminantes del virrey del Perú, que exigían limitar a  la guerra puramente defensiva las hostilidades contra los indios. No obstante, les pidió sus pareceres acerca de cómo se debían aplicar esas reglas en aquellas circunstancias. 'En caso de que los indios de guerra, decían las providencias del Virrey, hiciesen algún ataque en tierras pacíficas, solamente se les ha de rechazar y seguir hasta echarlos de aquellas fronteras, pero luego debe cesar la persecución por mayores que sean los daños recibidos, porque el volver a la guerra ofensiva no la podrá hacer nadie sin licencia de Su Majestad o mía en su nombre'. Pero, con el acuerdo de todos los capitanes, y con la aprobación del padre Valdivia, se decidió autorizar a los indios amigos a entrar en campaña contra los bárbaros de Purén, debiendo acompañarlos el ejército español como auxiliar, 'lo cual juzgaron todos, dice el acuerdo, ser meramente guerra defensiva, y que no se hace por otro fin sino por la defensa de los dichos indios amigos, conforme a la voluntad de Su Majestad". O somos o no somos. La decisión más bien parece un elaborado encaje de bolillos, delegando el derecho de violencia en los indios amigos, pero, además, pudiendo ir junto a ellos y defenderlos militarmente si hiciera falta, lo que equivalía a incumplir la absurda norma de la llamada Guerra Defensiva. Se diría que el padre Valdivia estuvo de acuerdo en que se infringiese (sin que lo pareciera) su querida táctica.

     También el historiador Diego Barros saca la misma conclusión, y hasta un ciego lo vería: "Autorizada de esta manera por el padre Valdivia, y, mediante este curioso medio, la expedición contra el territorio enemigo, el gobernador Ribera preparó rápidamente una campaña semejante a las que se hacían antes de decretarse la guerra defensiva. 'A 23 de febrero, escribió el mismo Gobernador, pasé el río de Biobío con el ejército de Vuestra Majestad para entrar en Purén y su provincia, donde hice daños muy grandes al enemigo, y fueran mayores si salieran a pelear como lo han hecho los años pasados. Se mató a algunos indios y se prendieron cincuenta niños y mujeres, quemándose muchos ranchos. De nuestra parte se perdió a un español que, sin permiso, se fue a comer uvas a las viñas de Angol, donde lo mataron unos indios".

 

     (Imagen) Hemos visto que el rey Felipe III, influido por el jesuita Luis de Valdivia, dio orden de que se utilizara con los mapuches la llamada 'guerra defensiva', que prohibía ataques de conquista, e incluso le otorgó al reverendo autoridad por encima del gobernador Ribera, el cual, con una artimaña, se saltó la norma y dio un buen castigo a los mapuches. Luego le escribió al Rey, para hacerle ver que  la guerra tenía que ser violenta, lo siguiente: 'Fue esta batalla de gran consideración para animar a nuestra propia gente y desanimar a los enemigos, dándoles a entender que tiene Vuestra Majestad fuerzas para castigar sus excesos, porque creían que, por falta de ellas y por miedo de los españoles, se utilizaba el sistema que nos trajo el padre Luis de Valdivia. Se sabe por experiencia en este reino de Chile que, donde no hay población de españoles, no hay paz. Y esto se vio muy claro el año pasado al despoblar Paicaví, pues los pocos indios amigos que estaban en la provincia de Tucapel se han unido a los enemigos para hurtarnos lo que han podido, y los de Elicura, al serles quitada su fortaleza, han venido a malear a los indios amigos. Y no es extraño que se hayan levantado al quitarles dicho fuerte, pues no pueden sustentar la paz, aunque ellos quieran, ya que han quedado desamparados de nuestras fuerzas,  sujetos a las del enemigo, y necesitados de unirse a ellos, además de que todos son unos y nos tienen el mismo odio'. A todo esto, el historiador Diego Barros añade: "Así pues, el nuevo sistema de 'guerra defensiva', sin favorecer la pacificación del país, sino, por el contrario, estimulando las hostilidades de los indios, solo había conseguido hacer retroceder algunas leguas la línea de frontera con los mapuches que ya tenían ganada los españoles. Un año escaso llevaba establecida la guerra defensiva, y ya había caído en el mayor desprestigio. Acogidas con desconfianza y hasta con resistencia por casi todos los pobladores de Chile, las órdenes del Rey habían sido, sin embargo, cumplidas con mucha exactitud en la forma en que las comprendía el padre Valdivia. Nadie se había atrevido a desobedecer los mandatos del clérigo, hasta el punto de que el impetuoso gobernador Ribera y los capitanes que servían a sus órdenes, aun conociendo los errores que se cometían y que ellos no podían impedir, se habían convertido, por espíritu de obediencia al soberano, en ejecutores de un sistema que desaprobaban. Pero los primeros resultados de este ensayo eran de tal manera desastrosos, que por todas partes se hicieron oír las más violentas quejas, y las más ardorosas acusaciones contra los sostenedores de aquella reforma impuesta tan rígidamente". En la imagen, Felipe III luciendo la famosa perla La Peregrina.




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