(1349) La antipatía mutua entre Alonso de Ribera
y el jesuita Luis de Valdivia estaba alcanzando un punto de máxima intensidad.
Cuando estrenó su cargo de gobernador, Ribera llegó a Chile viendo, o fingiendo
que veía, con buenos ojos la táctica militar de mano suave con los mapuches.
Conociendo su larguísima experiencia de guerra adquirida desde joven en las
difíciles y técnicas guerras europeas, es de suponer que tuviera al jesuita por
un hombre ingenuo y terco, aunque, sabiendo que había conseguido el apoyo del
rey Felipe III para reducir los ataques a los indios a una descafeinada 'guerra
defensiva', no le quedaría más remedio que ponerle buena cara al reverendo. Pero
Ribera y sus capitanes se hartaron,
sobre todo desde que los mapuches asesinaron a los tres jesuitas en Elicura, y
vemos ahora al gobernador saltándose esas limitaciones de vez en cuando. Veamos
lo que dice el historiador Barros: "Los ataques de los indios siguieron
repitiéndose con obstinada persistencia. La actitud pasiva que mantenían los
defensores de los fuertes, en lugar de tranquilizar a los mapuches, parecía
aumentar su audacia. En marzo de 1615, intentaron sorprender a la plaza de Yumbel,
pero el Gobernador acudió con sus soldados, y los enemigos se dispersaron para
evitar una derrota. A pesar de su propósito de mantenerse a la defensiva, como
ordenaba el virrey del Perú, Alonso de Ribera creyó necesario perseguir algunas
veces a los indios hasta más allá de la raya establecida. Desde que el padre
Valdivia vio coartada, por la intervención de Ribera, la autoridad que había ejercido
en un principio, se sintió profundamente contrariado. Parecía conservar toda su
fe en los buenos resultados de la guerra defensiva (a pesar del desastre de
Elicura), pero acusaba al Gobernador de desprestigiar con sus palabras
aquel sistema de guerra y de retardar con sus actos la pacificación definitiva
del país. 'Este método, le escribía al Rey, exige que el ejecutor lo estime, pues,
si siente lo contrario y manifiesta su opinión a los demás ejecutores, y a personas
que tienen asegurada su comodidad con el situado (el salario que estaba
establecido para los militares), no podrá ser llevado a cabo. Mi caso es lo
contrario, pues quiero que se cumpla, pero no puedo, porque me ha dejado el
Gobernador sin autoridad (de la mucha que Vuestra Majestad mandó darme y se me
dio), ni yo pensé que fuera menester usar de ella, ya que le traje muy
condicionado porque Vuestra Majestad, por suplicación mía, le otorgó este
gobierno solamente para que ejecutara este sistema de la guerra defensiva,
hasta el punto de que no se aguardó a que fuera sometido al preceptivo juicio
de residencia que le correspondía por los puestos que anteriormente ocupó'. El
padre Valdivia agregaba que el gobernador Ribera, tan dócil cooperador de sus
proyectos al principio, había cambiado completamente de actitud después de los
deplorables asesinatos de Elicura y, en efecto, como se recordará, fueron esos
sucesos los que le determinaron al Gobernador a hacerse cargo de la dirección
de las operaciones. Las quejas del padre Valdivia contra la conducta de Ribera
fueron haciéndose más violentas y apasionadas cada día, y evitaba cuanto le era
posible el verse con el Gobernador. Pero continuó enviando sus informes al rey
de España y al virrey del Perú para demostrarles que la pacificación de Chile
no avanzaba más deprisa por la conducta de Alonso de Ribera y de sus allegados".
(Imagen) Cada vez se llevaban peor el
padre Valdivia y el gobernador Ribera. El jesuita envió a dos compañeros suyos,
Melchor Venegas y Gaspar Sobrino, adonde el Virrey y el Rey respectivamente,
con el fin de desprestigiar a Ribera (partidario de la 'guerra ofensiva') y
hacer campaña a favor del utópico sistema de la 'guerra defensiva'. El
Gobernador, que vivía el conflicto con serenidad, se hartó al saberlo. Y le
escribió al Rey lo siguiente (abreviado): "Las cosas del padre Valdivia han
llegado a tales términos que no me puedo evitar dar cuenta a Vuestra Majestad
de ellas claramente. Aunque dure la
guerra cien años de la manera que él pretende, solo servirá para gastos. Entienda
Vuestra Majestad que este sacerdote siempre ha defendido alguna quimera, pues, con
el método que él impuso, no ha hecho nada ni es posible hacerse, y, si hay
algunos indios pacificados, la verdad es que quien lo ha hecho son las armas y la
gente de guerra que aquí tiene Vuestra Majestad. Estos indios nunca dejan las
armas si no se les sujeta, y, si se ven poderosos, nos atacarán sin perder
ocasión alguna, porque son nuestros mortales enemigos tanto los de paz como los
de guerra, pues siempre se comunican entre ellos para nuestro daño, y esto solo
lo puede impedir el temor al castigo. Por eso, le conviene a Vuestra Majestad
hacerles la guerra y establecer fortalezas para sujetarlos. Con los socorros
que Vuestra Majestad envía, se va poblando la tierra más deprisa, porque así se
casan muchos, ya que puede haber labranza, ganadería y aprovechamiento de minas
de oro y cobre, con buenos puertos en la costa donde llevar madera para hacer
navíos, pues ni en Francia ni Alemania hay mejores comodidades para ello. No
tiene Vuestra Majestad en todos sus reinos ninguno más fértil que este, y es
muy grande. Aunque ahora suponga algún costo, después de pacificado y poblado será
de mucho fruto, además de tener otras grandes utilidades y provechos para defensa
de los reinos del Perú. Por estas razones, conviene mucho que Vuestra Majestad
acabe esta guerra y someta del todo a los indios. Cuanta más gente y dinero
hubiese para esto, se llevará a cabo con más facilidad y brevedad. Pero, si
Vuestra Majestad no quisiera hacer más gasto del que hace, sería bastante para
sujetar este reino de Chile en el estado en que está consiguiendo los 2000
hombres que se pueden pagar con 'el situado' (dinero destinado a ese fin).
Y, respetando a los indios que van aceptando la paz lo que Vuestra Majestad
manda, como ya se hace, se puede pasar adelante hasta poblar Purén, Paicaví, La Imperial y Villarrica, y la guerra estará acabada,
pero, de no hacerlo así, habrá muchos inconvenientes, porque siempre quedará la
guerra abierta, y los indios la harán cuando quieran".
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