martes, 14 de junio de 2022

(1749) El gobernador Ribera había aceptado a disgusto el método de guerra del jesuita Valdivia. Pero se hartó del método y de Valdivia. Como veterano de guerra, le comunicó al Rey, sin pelos en la lengua, lo que pensaba de aquel desastre.

 

   (1349) La antipatía mutua entre Alonso de Ribera y el jesuita Luis de Valdivia estaba alcanzando un punto de máxima intensidad. Cuando estrenó su cargo de gobernador, Ribera llegó a Chile viendo, o fingiendo que veía, con buenos ojos la táctica militar de mano suave con los mapuches. Conociendo su larguísima experiencia de guerra adquirida desde joven en las difíciles y técnicas guerras europeas, es de suponer que tuviera al jesuita por un hombre ingenuo y terco, aunque, sabiendo que había conseguido el apoyo del rey Felipe III para reducir los ataques a los indios a una descafeinada 'guerra defensiva', no le quedaría más remedio que ponerle buena cara al reverendo. Pero Ribera  y sus capitanes se hartaron, sobre todo desde que los mapuches asesinaron a los tres jesuitas en Elicura, y vemos ahora al gobernador saltándose esas limitaciones de vez en cuando. Veamos lo que dice el historiador Barros: "Los ataques de los indios siguieron repitiéndose con obstinada persistencia. La actitud pasiva que mantenían los defensores de los fuertes, en lugar de tranquilizar a los mapuches, parecía aumentar su audacia. En marzo de 1615,  intentaron sorprender a la plaza de Yumbel, pero el Gobernador acudió con sus soldados, y los enemigos se dispersaron para evitar una derrota. A pesar de su propósito de mantenerse a la defensiva, como ordenaba el virrey del Perú, Alonso de Ribera creyó necesario perseguir algunas veces a los indios hasta más allá de la raya establecida. Desde que el padre Valdivia vio coartada, por la intervención de Ribera, la autoridad que había ejercido en un principio, se sintió profundamente contrariado. Parecía conservar toda su fe en los buenos resultados de la guerra defensiva (a pesar del desastre de Elicura), pero acusaba al Gobernador de desprestigiar con sus palabras aquel sistema de guerra y de retardar con sus actos la pacificación definitiva del país. 'Este método, le escribía al Rey, exige que el ejecutor lo estime, pues, si siente lo contrario y manifiesta su opinión a los demás ejecutores, y a personas que tienen asegurada su comodidad con el situado (el salario que estaba establecido para los militares), no podrá ser llevado a cabo. Mi caso es lo contrario, pues quiero que se cumpla, pero no puedo, porque me ha dejado el Gobernador sin autoridad (de la mucha que Vuestra Majestad mandó darme y se me dio), ni yo pensé que fuera menester usar de ella, ya que le traje muy condicionado porque Vuestra Majestad, por suplicación mía, le otorgó este gobierno solamente para que ejecutara este sistema de la guerra defensiva, hasta el punto de que no se aguardó a que fuera sometido al preceptivo juicio de residencia que le correspondía por los puestos que anteriormente ocupó'. El padre Valdivia agregaba que el gobernador Ribera, tan dócil cooperador de sus proyectos al principio, había cambiado completamente de actitud después de los deplorables asesinatos de Elicura y, en efecto, como se recordará, fueron esos sucesos los que le determinaron al Gobernador a hacerse cargo de la dirección de las operaciones. Las quejas del padre Valdivia contra la conducta de Ribera fueron haciéndose más violentas y apasionadas cada día, y evitaba cuanto le era posible el verse con el Gobernador. Pero continuó enviando sus informes al rey de España y al virrey del Perú para demostrarles que la pacificación de Chile no avanzaba más deprisa por la conducta de Alonso de Ribera y de sus allegados".

 

     (Imagen) Cada vez se llevaban peor el padre Valdivia y el gobernador Ribera. El jesuita envió a dos compañeros suyos, Melchor Venegas y Gaspar Sobrino, adonde el Virrey y el Rey respectivamente, con el fin de desprestigiar a Ribera (partidario de la 'guerra ofensiva') y hacer campaña a favor del utópico sistema de la 'guerra defensiva'. El Gobernador, que vivía el conflicto con serenidad, se hartó al saberlo. Y le escribió al Rey lo siguiente (abreviado): "Las cosas del padre Valdivia han llegado a tales términos que no me puedo evitar dar cuenta a Vuestra Majestad de ellas claramente.  Aunque dure la guerra cien años de la manera que él pretende, solo servirá para gastos. Entienda Vuestra Majestad que este sacerdote siempre ha defendido alguna quimera, pues, con el método que él impuso, no ha hecho nada ni es posible hacerse, y, si hay algunos indios pacificados, la verdad es que quien lo ha hecho son las armas y la gente de guerra que aquí tiene Vuestra Majestad. Estos indios nunca dejan las armas si no se les sujeta, y, si se ven poderosos, nos atacarán sin perder ocasión alguna, porque son nuestros mortales enemigos tanto los de paz como los de guerra, pues siempre se comunican entre ellos para nuestro daño, y esto solo lo puede impedir el temor al castigo. Por eso, le conviene a Vuestra Majestad hacerles la guerra y establecer fortalezas para sujetarlos. Con los socorros que Vuestra Majestad envía, se va poblando la tierra más deprisa, porque así se casan muchos, ya que puede haber labranza, ganadería y aprovechamiento de minas de oro y cobre, con buenos puertos en la costa donde llevar madera para hacer navíos, pues ni en Francia ni Alemania hay mejores comodidades para ello. No tiene Vuestra Majestad en todos sus reinos ninguno más fértil que este, y es muy grande. Aunque ahora suponga algún costo, después de pacificado y poblado será de mucho fruto, además de tener otras grandes utilidades y provechos para defensa de los reinos del Perú. Por estas razones, conviene mucho que Vuestra Majestad acabe esta guerra y someta del todo a los indios. Cuanta más gente y dinero hubiese para esto, se llevará a cabo con más facilidad y brevedad. Pero, si Vuestra Majestad no quisiera hacer más gasto del que hace, sería bastante para sujetar este reino de Chile en el estado en que está consiguiendo los 2000 hombres que se pueden pagar con 'el situado' (dinero destinado a ese fin). Y, respetando a los indios que van aceptando la paz lo que Vuestra Majestad manda, como ya se hace, se puede pasar adelante hasta poblar Purén, Paicaví,  La Imperial y Villarrica, y la guerra estará acabada, pero, de no hacerlo así, habrá muchos inconvenientes, porque siempre quedará la guerra abierta, y los indios la harán cuando quieran".




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