miércoles, 15 de junio de 2022

(1750) El Gobernador Ribera y el padre Valdivia le enviaron mensajeros al Rey, cada uno para defender su postura. Felipe IV insistió en imponer las ilusorias normas del jesuita sobre el trato a los mapuches.

 

     (1350) Pero el Rey Felipe III, quien, al fin y al cabo, conocía la situación de los españoles de Chile desde una distancia demasiado lejana, y tenía, además, una admiración excesiva a los jesuitas, no escuchará las sensatas quejas del veterano y heroico gobernador Alonso de Ribera: "En definitiva, era el Rey quien debía decidir qué sistema de guerra había de seguirse. A principios de 1614, se hallaban en Madrid el padre franciscano fray Pedro de Sosa, apoderado de las ciudades de Chile, y el coronel Pedro Cortés, representante del Gobernador, el cual, en la guerra,  la guerra era el jefe del ejército. El padre Sosa, que gozaba de la reputación de predicador de gran saber y de buen literato, le presentó al soberano dos extensos memoriales. Prescindiendo de consideraciones militares, que declaraba no entender, y viendo este asunto a la luz de la teología, se pronunciaba abiertamente contra la guerra defensiva. Se proponía demostrar que los indios de Chile actuaban de forma distinta a la de los guerreros indios ordinarios, y debían ser tratados como súbditos rebeldes que se sublevan contra el bondadoso soberano después de haberle jurado obediencia. 'Usar de clemencia con estos rebeldes, decía el padre Sosa, ha sido siempre eternizar la guerra'. Según él, Chile se hallaba en estado muy lastimoso, próximo a perderse y, por tanto, había que volver al sistema antiguo, robusteciendo el poder del ejército, para que, arrollando toda resistencia, lograse la pacificación total del país. Por su parte, el coronel Pedro Cortés de Monroy tomó en sus gestiones un camino diferente. En su primer memorial dirigido al Rey, hacía valer su edad avanzada de ochenta años y sus cincuenta y seis de servicios en la guerra de Chile para acreditar su experiencia. Recordaba también los desastres que este país había experimentado después de la muerte del gobernador Óñez de Loyola, así como el estado lastimoso en que se hallaba el reino de Chile, y terminaba proponiendo la solución. 'El remedio, Señor, de todo esto, decía, consiste en repoblar ocho ciudades, cinco abandonadas, Angol, la Imperial, Valdivia, Villarrica y Osorno, y otras tres de nueva planta, porque ninguna cosa les sujeta más que las poblaciones cercanas a ellos. Y todo lo que en contra de ello se hiciere, es hacer guerra eterna, y que los enemigos tomen más ánimo. Para remedio de todo esto, son menester 3000 hombres armados. Con ellos y con los 1.300 que hay en Chile, podrá el Gobernador en cinco años fortificar todos los pueblos, y,  acabada la guerra, cesarán los grandes gastos'. El día 18 de mayo de 1614, el Rey pasó este memorial a la Junta de Guerra del Consejo de Indias para que  informase al respecto".

     Pero el plan ofrecido por Pedro Cortés no resultaba viable entonces, principalmente por falta de fondos económicos suficientes: "El 5 de junio de 1613, la Junta de Guerra del Consejo de Indias, teniendo presentes las exigencias apremiantes del gobernador de Chile, Alonso de Ribera, acordó mostrarle al Rey la urgencia que había en enviar ayuda de gente, de armas y de pertrechos, señalando el itinerario que debían seguir para que el viaje fuese más rápido, más seguro y menos costoso, pero un año después no se había hecho nada todavía para satisfacer esta necesidad. Para mayor desastre, el Rey había resuelto que se continuase en Chile la guerra defensiva. Más que los memoriales de Cortés y del padre Sosa, y más que las cartas del Gobernador y de los cabildos de Chile, lo que había influido en su ánimo fue un informe del virrey del Perú, marqués de Montesclaros, quien se  mostraba inconmovible en su antigua opinión acerca de este asunto".

 

     (Imagen) Por entonces, el rey Felipe III nombró un nuevo virrey de Perú: Francisco de Borja y Aragón. Y, para que fuera efectivo lo que ya había zanjado, le dejaba claro que tenía que seguir los criterios del jesuita Luis de Valdivia: "Haréis cumplir los límites de 'la guerra defensiva', y ordenaréis que se guarde inviolablemente lo que tengo prohibido acerca del servicio  personal de los indios a los españoles". Sin embargo, fray Pedro de Sosa y Pedro Cortés se quedaron en la Corte haciendo todo lo posible para recuperar el sistema tradicional de la 'guerra ofensiva', que era la que podía contener los  ataques de los mapuches: "En este trabajo tenían que luchar contra la influencia poderosa de los jesuitas. Uno de estos, el padre Francisco de Figueroa, en representación del padre Valdivia, siguió defendiendo sus teorías. Y a principios de ese año 1615, llegó a Madrid un adversario mucho más temible para las pretensiones que sostenían Sosa y Cortés. Era el padre Gaspar Sobrino, jesuita inteligente y muy activo, que había llegado con amplios poderes del padre Valdivia. Sin embargo, Pedro Cortés, que podría  haber desacreditado muchos de los hechos alegados por sus adversarios, se limitó educadamente a decir que, aunque con buena fe, se equivocaban, pues todo el mundo sabía en Chile que los mapuches solamente abandonarían sus constantes ataques si se les vencía con las armas y se fundaban fuertes y ciudades en su territorio”. Pero, por entonces, el Rey no contaba con la ayuda económica necesaria para hacer una guerra eficaz, y, además, pesaba mucho  la opinión del padre Valdivia y del Marqués de Montesclaros, todavía virrey de Perú: "Contando con estos apoyos, el padre Gaspar Sobrino ganó por completo la cuestión que lo había llevado a Madrid. El Rey, firme en su propósito de mantener la guerra defensiva, le entregó, junto con una real cédula en la que figuraba su definitiva decisión, una carta autógrafa para el padre Valdivia en la que le decía. 'Todo está concedido, como lo pedís, en los despachos que lleva el padre Gaspar Sobrino, a quien enviasteis a estos reinos para solicitarlo. Yo os encargo y mando que colaboréis con esta resolución teniendo conformidad y buena correspondencia con mi gobernador Ribera, a quien ordeno y mando que, asimismo, la tenga con vos, y, a mi virrey del Perú y a la Real Audiencia de ese reino, que os amparen en lo que está a vuestro cargo para que mejor podáis ayudar a las cosas de mi servicio, como en vos confío'. El padre Sobrino partió para Chile en marzo de 1616 con las importantes comunicaciones en que constaba el feliz resultado de su misión". Fue el triunfo de unas intenciones humanitarias, pero el que tenía razón era el gobernador Ribera, y quien se la dio pronto fue la 'santa' realidad. Felipe III tendrá que rectificar.




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