(1350) Pero el Rey Felipe III, quien, al
fin y al cabo, conocía la situación de los españoles de Chile desde una
distancia demasiado lejana, y tenía, además, una admiración excesiva a los jesuitas,
no escuchará las sensatas quejas del veterano y heroico gobernador Alonso de
Ribera: "En definitiva, era el Rey quien debía decidir qué sistema de
guerra había de seguirse. A principios de 1614, se hallaban en Madrid el padre
franciscano fray Pedro de Sosa, apoderado de las ciudades de Chile, y el
coronel Pedro Cortés, representante del Gobernador, el cual, en la guerra, la guerra era el jefe del ejército. El padre
Sosa, que gozaba de la reputación de predicador de gran saber y de buen
literato, le presentó al soberano dos extensos memoriales. Prescindiendo de
consideraciones militares, que declaraba no entender, y viendo este asunto a la
luz de la teología, se pronunciaba abiertamente contra la guerra defensiva. Se
proponía demostrar que los indios de Chile actuaban de forma distinta a la de los
guerreros indios ordinarios, y debían ser tratados como súbditos rebeldes que
se sublevan contra el bondadoso soberano después de haberle jurado obediencia. 'Usar
de clemencia con estos rebeldes, decía el padre Sosa, ha sido siempre eternizar
la guerra'. Según él, Chile se hallaba en estado muy lastimoso, próximo a
perderse y, por tanto, había que volver al sistema antiguo, robusteciendo el
poder del ejército, para que, arrollando toda resistencia, lograse la pacificación
total del país. Por su parte, el coronel Pedro Cortés de Monroy tomó en sus
gestiones un camino diferente. En su primer memorial dirigido al Rey, hacía
valer su edad avanzada de ochenta años y sus cincuenta y seis de servicios en
la guerra de Chile para acreditar su experiencia. Recordaba también los
desastres que este país había experimentado después de la muerte del gobernador
Óñez de Loyola, así como el estado lastimoso en que se hallaba el reino de
Chile, y terminaba proponiendo la solución. 'El remedio, Señor, de todo esto,
decía, consiste en repoblar ocho ciudades, cinco abandonadas, Angol, la
Imperial, Valdivia, Villarrica y Osorno, y otras tres de nueva planta, porque
ninguna cosa les sujeta más que las poblaciones cercanas a ellos. Y todo lo que
en contra de ello se hiciere, es hacer guerra eterna, y que los enemigos tomen más
ánimo. Para remedio de todo esto, son menester 3000 hombres armados. Con ellos
y con los 1.300 que hay en Chile, podrá el Gobernador en cinco años fortificar todos
los pueblos, y, acabada la guerra,
cesarán los grandes gastos'. El día 18 de mayo de 1614, el Rey pasó este
memorial a la Junta de Guerra del Consejo de Indias para que informase al respecto".
Pero el plan ofrecido por Pedro Cortés no
resultaba viable entonces, principalmente por falta de fondos económicos
suficientes: "El 5 de junio de 1613, la Junta de Guerra del Consejo de
Indias, teniendo presentes las exigencias apremiantes del gobernador de Chile,
Alonso de Ribera, acordó mostrarle al Rey la urgencia que había en enviar ayuda
de gente, de armas y de pertrechos, señalando el itinerario que debían seguir
para que el viaje fuese más rápido, más seguro y menos costoso, pero un año
después no se había hecho nada todavía para satisfacer esta necesidad. Para
mayor desastre, el Rey había resuelto que se continuase en Chile la guerra
defensiva. Más que los memoriales de Cortés y del padre Sosa, y más que las
cartas del Gobernador y de los cabildos de Chile, lo que había influido en su
ánimo fue un informe del virrey del Perú, marqués de Montesclaros, quien
se mostraba inconmovible en su antigua
opinión acerca de este asunto".
(Imagen) Por entonces, el rey Felipe III
nombró un nuevo virrey de Perú: Francisco de Borja y Aragón. Y, para que fuera
efectivo lo que ya había zanjado, le dejaba claro que tenía que seguir los
criterios del jesuita Luis de Valdivia: "Haréis cumplir los límites de 'la
guerra defensiva', y ordenaréis que se guarde inviolablemente lo que tengo
prohibido acerca del servicio personal
de los indios a los españoles". Sin embargo, fray Pedro de Sosa y Pedro
Cortés se quedaron en la Corte haciendo todo lo posible para recuperar el
sistema tradicional de la 'guerra ofensiva', que era la que podía contener los ataques de los mapuches: "En este trabajo
tenían que luchar contra la influencia poderosa de los jesuitas. Uno de estos,
el padre Francisco de Figueroa, en representación del padre Valdivia, siguió
defendiendo sus teorías. Y a principios de ese año 1615, llegó a Madrid un
adversario mucho más temible para las pretensiones que sostenían Sosa y Cortés.
Era el padre Gaspar Sobrino, jesuita inteligente y muy activo, que había llegado
con amplios poderes del padre Valdivia. Sin embargo, Pedro Cortés, que podría haber desacreditado muchos de los hechos
alegados por sus adversarios, se limitó educadamente a decir que, aunque con
buena fe, se equivocaban, pues todo el mundo sabía en Chile que los mapuches
solamente abandonarían sus constantes ataques si se les vencía con las armas y
se fundaban fuertes y ciudades en su territorio”. Pero, por entonces, el Rey no
contaba con la ayuda económica necesaria para hacer una guerra eficaz, y,
además, pesaba mucho la opinión del
padre Valdivia y del Marqués de Montesclaros, todavía virrey de Perú: "Contando
con estos apoyos, el padre Gaspar Sobrino ganó por completo la cuestión que lo
había llevado a Madrid. El Rey, firme en su propósito de mantener la guerra
defensiva, le entregó, junto con una real cédula en la que figuraba su
definitiva decisión, una carta autógrafa para el padre Valdivia en la que le
decía. 'Todo está concedido, como lo pedís, en los despachos que lleva el padre
Gaspar Sobrino, a quien enviasteis a estos reinos para solicitarlo. Yo os
encargo y mando que colaboréis con esta resolución teniendo conformidad y buena
correspondencia con mi gobernador Ribera, a quien ordeno y mando que, asimismo,
la tenga con vos, y, a mi virrey del Perú y a la Real Audiencia de ese reino,
que os amparen en lo que está a vuestro cargo para que mejor podáis ayudar a
las cosas de mi servicio, como en vos confío'. El padre Sobrino partió para
Chile en marzo de 1616 con las importantes comunicaciones en que constaba el
feliz resultado de su misión". Fue el triunfo de unas intenciones
humanitarias, pero el que tenía razón era el gobernador Ribera, y quien se la
dio pronto fue la 'santa' realidad. Felipe III tendrá que rectificar.
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