domingo, 26 de junio de 2022

(1759) También el gobernador de Chile Lope de Ulloa buscó inútilmente la riquísima y fabulosa ‘Ciudad de los Césares’. Murió el 8 de diciembre de 1620, y, aunque era engreído, dejó fama de ser muy honrado y religioso.

 

     (1359) El gobernador Lope de Ulloa vivía la tormentosa realidad de Chile, pero tuvo tiempo e ilusión para querer llevar a cabo un sueño imposible. Le vino la idea a raíz de haber pensado en otro proyecto mucho más realista: "Desde tiempo atrás se había hablado de la conveniencia de fundar una nueva ciudad al otro lado de la cordillera de los Andes como medio de aislar a los mapuches cerrándoles el paso. Pedro Cortés le había pedido al Rey en Madrid que autorizase esta empresa. También el gobernador de Buenos Aires, Hernando Arias de Saavedra, recomendaba este proyecto, al cual estaba, además, vinculada la esperanza de hacer un curioso descubrimiento". Y, de esta manera, Lope de Ulloa iba a resultar uno más de los muchos que, a lo largo de los años, quisieron probar fortuna en busca de lo que solamente era un mito. En 1528, andaba por la costa de Paraguay el piloto veneciano Sebastián Caboto, entonces al servicio de Carlos V, pero se desvió de la ruta indicada, para penetrar en el interior esperando hallazgos suculentos. Mandó por delante al capitán Francisco César, quien regresó con informaciones maravillosas acerca de que existía una zona de  gran riqueza minera en un lugar poblado por españoles que militaron en expediciones fracasadas: "Aunque diversas campañas posteriores no habían dado resultado alguno, se continuaba hablando de lo  que se llamó la Ciudad de los Césares (por Francisco César), que, según se decía, estaba habitada por los descendientes de los españoles que naufragaron en el Estrecho de Magallanes en 1540 cuando la desgraciada expedición de Camargo, y por los que se quedaron el año 1584 en  las ciudades que allí fundó (el glorioso perdedor) Pedro Sarmiento de Gamboa. El gobernador don Lope de Ulloa, dando crédito a estas leyendas, y deseando, además, reconocer el sitio en que pudiera fundarse la nueva ciudad, preparó dos expediciones, una por mar y otra por tierra".

     Ambas campañas fracasaron, pero el gobernador Lope de Ulloa no perdió sus ganas de obtener algún éxito: "Envió una nueva expedición por las costas del Pacífico, pero eran tan escasos los recursos de que disponía, que casi no era posible esperar que lograse algún descubrimiento. En la ciudad de Castro, en Chiloé, se prepararon tres piraguas de indios. Se embarcaron en ellas cinco soldados españoles (en cada piragua), llevando por  jefe a Juan García Tao, piloto práctico, experimentado en la navegación de los canales del archipiélago, pero desprovisto de los conocimientos necesarios para fijar la posición geográfica de los lugares que visitara. Salieron de Castro (capital de Chiloé) el 6 de octubre de 1620, y, venciendo grandes dificultades, llegaron a las islas de Chonos. Allí se les juntaron algunos indios con otras dos piraguas, y siguieron su viaje hacia el sur. Durante dos meses, García Tao visitó las islas y costas vecinas, internándose en las tierras. Hostilizado por los salvajes que halló en aquellos lugares, traicionado por algunos de los indios que lo acompañaban, escaso de víveres, y víctima de otras contrariedades, decidió a dar la vuelta el 10 de diciembre. Traía consigo algunos indios de las islas más apartadas que visitó, para que sirviesen de guías en una nueva expedición, y volvía profundamente convencido de la existencia de las pretendidas ciudades españolas (la Ciudad de los Césares), a las cuales, decía, no había podido llegar por la escasez de sus recursos. Pero, cuando llegó a Chiloé, el gobernador Ulloa y Lemos acababa de morir (8 de diciembre de 1620), y sus inmediatos sucesores no miraron con igual interés este proyecto".

 

    (Imagen)  Los últimos meses del gobierno del gobernador  DON LOPE DE ULLOA Y LEMOS estuvieron marcados por varias calamidades: "El  oidor decano de la Real Audiencia de Chile escribía: 'Este año (1620) ha resultado muy trabajoso en Chile, pues ha habido una peste de sarampión y viruela, de lo que han muerto muchos españoles y gran cantidad de indios. Después fueron las aguas tan grandes, que estuvo a pique de no quedar casa en pie, hasta el extremo de que hubo que sacar a las monjas de Santa Clara y San Agustín de sus conventos'. Por entonces, el gobernador don Lope Ulloa y Lemos se hallaba en Concepción seriamente enfermo. Aunque sólo contaba 48 años, su mala salud le había impedido tomar parte en las guerras. Sus males se agravaron sobremanera, y lo asistía un médico que opinaba que la muerte del Gobernador era inevitable. Sabiendo que se acercaba el término de sus días, Ulloa y Lemos mandó tramitar el nombramiento de gobernador interino a favor del doctor Cristóbal de la Cerda y Sotomayor, oidor decano de la Real Audiencia. En medio de los dolores producidos por su enfermedad, don Lope de Ulloa pasó los últimos días de su vida inmerso en manifestaciones de la más acendrada devoción, y falleció en la mañana del 8 de diciembre de 1620. Su cadáver, sepultado ostentosamente en la iglesia de San Francisco, de la ciudad de Concepción, fue llevado más tarde al Perú por encargo de su viuda (Francisca de Coba y Lucero). Los cronistas han hecho de su carácter los mismos elogios que prodigan a la mayor parte de los gobernadores, pero, cualesquiera que fuesen sus defectos, parece que estuvo adornado de una virtud que, a juzgar por las frecuentes acusaciones que hallamos en los documentos, no debía de ser común entre los mandatarios, capitanes y funcionarios de esa época, esto es, de la más escrupulosa y esmerada probidad. 'Una cosa -dice el padre Alonso de Ovalle- he oído alabar en este gran caballero, muy digna de memoria, para ejemplo y enseñanza de los que manejan y traen entre las manos la Hacienda Real, y es la gran limpieza de las suyas, y la gran cristiandad con que hacía distribuir el salario que se reparte todos los años a los soldados, sin consentir que ninguno de ellos fuese agraviado defraudándole parte de su sueldo'. Su empeño en impedir las especulaciones fraudulentas en la provisión y vestuario de las tropas fue causa de que los soldados gozasen bajo su gobierno de una condición mejor, y de que los fondos de la Hacienda Real alcanzasen para satisfacer todas las necesidades públicas". Pero hay algo que Diego Barros no menciona: el capitán Íñigo de Ayala estuvo bajo sospecha de haber asesinado al gobernador LOPE DE ULLOA Y LEMOS, y en complicidad con su viuda.




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