lunes, 13 de junio de 2022

(1747) Del padre Valdivia, se hartaron el Obispo de Santiago y el Gobernador Ribera, a quien (ver para creer) el Virrey de Perú le echaba la culpa de la muerte de los tres jesuitas.

 

     (1347) El efecto de la matanza de los tres jesuitas fue demoledor para los españoles de Chile, que cada vez se mostraban más airados contra los suaves métodos que empleaba el padre Valdivia con los mapuches, con el agravante de que el Rey le había otorgado para la imposición de este sistema una autoridad superior a la del gobernador Ribera. Diego Barros nos cuenta dos incidentes que derivaban de lo ocurrido. En el primero nos muestra al obispo Juan Pérez de Espinosa (ya harto de 'la guerra defensiva', que en un principio le gustaba) sumamente irritado con Valdivia en una carta que le dirigió al Rey: "Después de recordarle al Rey que había servido treinta y ocho años en México y Guatemala, y trece en el obispado de Santiago de Chile, le pedía que le admitiera la renuncia al obispado en los términos siguientes: 'Suplico a Vuestra Majestad que me acepte esta renunciación que hago, y nombre a otro, pues hay muchos pretendientes.  El padre Valdivia (sigue diciendo con ironía) lo merecería por haber traído a costa de Vuestra Majestad doce religiosos de la Compañía a este reino sin qué ni para qué, y por haber engañado al virrey del Perú prometiéndole que iba a pacificar todo el reino de Chile, para lo que ha gastado mucho dinero de la Caja Real, dando a entender que las demás órdenes religiosas, los clérigos y los obispos hemos comido el pan de balde, y que sólo ellos (los jesuitas) son los apóstoles del Santo Evangelio'. Pero, aunque los jesuitas habían perdido la confianza de los españoles de Chile, seguían teniendo en la Corte poderosos defensores, y, como veremos más adelante, pudieron resistir esta tempestad".

     El segundo incidente tuvo que ser muy desagradable para el gobernador Alonso de Ribera: "A finales de febrero de 1613 llegaron a Lima dos capitanes del ejército de Chile que llevaban al Virrey las cartas en que Ribera le contaba lo ocurrido con la muerte de los padres jesuitas. El Virrey no pudo disimular su descontento, y en una carta escrita de muy mal humor, con un tono duro y áspero, echaba a Alonso de Ribera la culpa de esos desastres (era el colmo de la injusticia), atribuyéndolos no a error, sino a un plan premeditado de desprestigiar el sistema de guerra defensiva (qué absurdo). 'Si los de Chile, le escribió al Gobernador, hubieran querido echar a perder los frutos de lo  que se pretendía (con el sistema de guerra defensiva), comprando con la vida de estos padres la venganza y satisfacción de los que han sido contrarios a este sistema, no se podría tomar mejor medio. Si el padre Valdivia no aguardaba a que el beato Ignacio de Loyola o un ángel se lo bajasen a decir de parte de Dios, no sé por qué quiso aventurar a sus compañeros, ni cómo vuestra merced, que tiene mayor obligación de estar más prevenido en estas situaciones, lo permitió, si no fuese pensando que con yerros ajenos se daría más fuerza a la opinión que vuestra merced ha tenido de que no conviene continuar la guerra defensiva, cosa que temí desde el principio, y que, aunque la he disimulado, no puedo callarlo ahora cumpliendo la obligación que tengo con Su Majestad'. El Virrey persistía en creer que el nuevo sistema de guerra era el único que podía producir la pacificación de Chile, pero estaba convencido de que los hombres encargados de ponerlo en práctica tenían interés en que se cometieran esos errores para desprestigiarlo". ¿Se olvidaba el Virrey de que, tanto Felipe III como él mismo, les habían dado la máxima autoridad (por encima del Gobernador) al jesuita Luis de Valdivia en lo que se refería a la práctica de 'la guerra defensiva'?

 

     (Imagen) El Virrey había llegado al extremo de sospechar  que el Gobernador había permitido que los tres jesuitas fuesen a dialogar indefensos con los mapuches, con la sibilina intención de que los mataran y así poder desacreditar el suave sistema de 'guerra defensiva': "Alonso de Ribera rechazó esas acusaciones con la mayor entereza. Recordó la amplitud de poderes que tenía el padre Valdivia, y cómo este, contra las observaciones de los jefes del ejército, había ordenado la entrada de los tres jesuitas al territorio enemigo. Pero esta áspera respuesta del Virrey indujo al Gobernador a cambiar de conducta. Hasta entonces sólo había impuesto su autoridad bajo las órdenes del padre Valdivia,  haciendo ver que, debiendo obedecer los mandatos del Rey sin discutirlos, estaba obligado a prestar todo su apoyo a la guerra defensiva. En adelante, no sólo expresó resueltamente su opinión, sino que impuso su autoridad en todo lo que de él dependía, para evitar la repetición de errores. Así, después de recordar al Rey las faltas cometidas por la credulidad del padre Valdivia, Ribera decidió mantener otra conducta. 'He tomado la autoridad que me toca en lo que Vuestra Majestad me tiene encargado, le escribía, y no se la daré al padre de aquí en adelante si no fuere en lo que convenga al servicio de Vuestra Majestad'. Esta actitud del Gobernador, que coartaba la iniciativa del padre Valdivia, no podía dejar de inquietar a este último, de provocar sus quejas y sus acusaciones, y de hacer desaparecer la paz y la concordia entre ambos. A principios de 1614 la ruptura era completa. Las relaciones, tan cordiales durante algunos meses, habían ido haciéndose más tirantes. Se veían pocas veces, y se comunicaban por medio de cartas. Habiéndole reprochado el padre Valdivia que consintiera que las tropas españolas pasaran en la persecución de los indios más allá de la raya convenida, el Gobernador justificó su conducta en términos duros y tajantes. 'Tenga vuestra paternidad por cierto, le escribía, que, si los métodos que trajo no hubieran venido acá, estaría la tierra en mucha mejor situación, y pudiera ser que estuviese toda en paz. Este sistema defensivo es el que tiene la tierra en mal estado. Y no es posible que esto no lo vean todos los hombres que lo miraren sin pasión. Así, suplico a vuestra paternidad que, la que tiene, la procure echar de sí, y que no busque vuestra paternidad tales ocasiones y tan flacos fundamentos para echarme la carga después de ver fracasados sus intentos". Pero el jesuita Luis de Valdivia, incapaz de dar su brazo a torcer, seguirá en su empeño. La imagen muestra su salida de España en 1611 (un año antes de la tragedia) con otros once jesuitas.




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