(1347) El efecto de la matanza de los tres
jesuitas fue demoledor para los españoles de Chile, que cada vez se mostraban
más airados contra los suaves métodos que empleaba el padre Valdivia con los
mapuches, con el agravante de que el Rey le había otorgado para la imposición
de este sistema una autoridad superior a la del gobernador Ribera. Diego Barros
nos cuenta dos incidentes que derivaban de lo ocurrido. En el primero nos
muestra al obispo Juan Pérez de Espinosa (ya harto de 'la guerra defensiva',
que en un principio le gustaba) sumamente irritado con Valdivia en una carta
que le dirigió al Rey: "Después de recordarle al Rey que había servido
treinta y ocho años en México y Guatemala, y trece en el obispado de Santiago
de Chile, le pedía que le admitiera la renuncia al obispado en los términos
siguientes: 'Suplico a Vuestra Majestad que me acepte esta renunciación que
hago, y nombre a otro, pues hay muchos pretendientes. El padre Valdivia (sigue diciendo con
ironía) lo merecería por haber traído a costa de Vuestra Majestad doce religiosos
de la Compañía a este reino sin qué ni para qué, y por haber engañado al virrey
del Perú prometiéndole que iba a pacificar todo el reino de Chile, para lo que
ha gastado mucho dinero de la Caja Real, dando a entender que las demás órdenes
religiosas, los clérigos y los obispos hemos comido el pan de balde, y que sólo
ellos (los jesuitas) son los apóstoles del Santo Evangelio'. Pero,
aunque los jesuitas habían perdido la confianza de los españoles de Chile, seguían
teniendo en la Corte poderosos defensores, y, como veremos más adelante,
pudieron resistir esta tempestad".
El segundo incidente tuvo que ser muy
desagradable para el gobernador Alonso de Ribera: "A finales de febrero de
1613 llegaron a Lima dos capitanes del ejército de Chile que llevaban al Virrey
las cartas en que Ribera le contaba lo ocurrido con la muerte de los padres
jesuitas. El Virrey no pudo disimular su descontento, y en una carta escrita de
muy mal humor, con un tono duro y áspero, echaba a Alonso de Ribera la culpa de
esos desastres (era el colmo de la injusticia), atribuyéndolos no a error,
sino a un plan premeditado de desprestigiar el sistema de guerra defensiva (qué
absurdo). 'Si los de Chile, le escribió al Gobernador, hubieran querido echar
a perder los frutos de lo que se
pretendía (con el sistema de guerra defensiva), comprando con la vida de
estos padres la venganza y satisfacción de los que han sido contrarios a este
sistema, no se podría tomar mejor medio. Si el padre Valdivia no aguardaba a
que el beato Ignacio de Loyola o un ángel se lo bajasen a decir de parte de
Dios, no sé por qué quiso aventurar a sus compañeros, ni cómo vuestra merced,
que tiene mayor obligación de estar más prevenido en estas situaciones, lo
permitió, si no fuese pensando que
con yerros ajenos se daría más fuerza a la opinión que vuestra merced ha tenido
de que no conviene continuar la guerra defensiva, cosa que temí desde el
principio, y que, aunque la he disimulado, no puedo callarlo ahora cumpliendo
la obligación que tengo con Su Majestad'. El Virrey persistía en creer que el
nuevo sistema de guerra era el único que podía producir la pacificación de
Chile, pero estaba convencido de que los hombres encargados de ponerlo en práctica
tenían interés en que se cometieran esos errores para desprestigiarlo". ¿Se
olvidaba el Virrey de que, tanto Felipe III como él mismo, les habían dado la
máxima autoridad (por encima del Gobernador) al jesuita Luis de Valdivia en lo
que se refería a la práctica de 'la guerra defensiva'?
(Imagen) El Virrey había llegado al
extremo de sospechar que el Gobernador
había permitido que los tres jesuitas fuesen a dialogar indefensos con los
mapuches, con la sibilina intención de que los mataran y así poder desacreditar
el suave sistema de 'guerra defensiva': "Alonso de Ribera rechazó esas
acusaciones con la mayor entereza. Recordó la amplitud de poderes que tenía el
padre Valdivia, y cómo este, contra las observaciones de los jefes del ejército,
había ordenado la entrada de los tres jesuitas al territorio enemigo. Pero esta
áspera respuesta del Virrey indujo al Gobernador a cambiar de conducta. Hasta
entonces sólo había impuesto su autoridad bajo las órdenes del padre Valdivia, haciendo ver que, debiendo obedecer los mandatos
del Rey sin discutirlos, estaba obligado a prestar todo su apoyo a la guerra
defensiva. En adelante, no sólo expresó resueltamente su opinión, sino que impuso
su autoridad en todo lo que de él dependía, para evitar la repetición de
errores. Así, después de recordar al Rey las faltas cometidas por la credulidad
del padre Valdivia, Ribera decidió mantener otra conducta. 'He tomado la autoridad
que me toca en lo que Vuestra Majestad me tiene encargado, le escribía, y no se
la daré al padre de aquí en adelante si no fuere en lo que convenga al servicio
de Vuestra Majestad'. Esta actitud del Gobernador, que coartaba la iniciativa
del padre Valdivia, no podía dejar de inquietar a este último, de provocar sus
quejas y sus acusaciones, y de hacer desaparecer la paz y la concordia entre
ambos. A principios de 1614 la ruptura era completa. Las relaciones, tan
cordiales durante algunos meses, habían ido haciéndose más tirantes. Se veían
pocas veces, y se comunicaban por medio de cartas. Habiéndole reprochado el
padre Valdivia que consintiera que las tropas españolas pasaran en la
persecución de los indios más allá de la raya convenida, el Gobernador
justificó su conducta en términos duros y tajantes. 'Tenga vuestra paternidad
por cierto, le escribía, que, si los métodos que trajo no hubieran venido acá,
estaría la tierra en mucha mejor situación, y pudiera ser que estuviese toda en
paz. Este sistema defensivo es el que tiene la tierra en mal estado. Y no es
posible que esto no lo vean todos los hombres que lo miraren sin pasión. Así,
suplico a vuestra paternidad que, la que tiene, la procure echar de sí, y que
no busque vuestra paternidad tales ocasiones y tan flacos fundamentos para
echarme la carga después de ver fracasados sus intentos". Pero el jesuita
Luis de Valdivia, incapaz de dar su brazo a torcer, seguirá en su empeño. La
imagen muestra su salida de España en 1611 (un año antes de la tragedia) con
otros once jesuitas.
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