(1340) Según dice el historiador chileno
Diego Barros, el padre Luis de Valdivia no se atrevió a contar a sus compañeros
jesuitas que había estado en peligro de que los mapuches lo mataran, y dio una
versión más prometedora: "No queriendo desalentar a nadie ni desprestigiar
la pacífica táctica en la que estaba empeñado, le dio cuenta de lo ocurrido al
provincial Diego de Torres en los términos mejor calculados para no producir
alarma, manifestándole que su primera entrada en el territorio enemigo había
sido una gran victoria alcanzada mediante la suavidad y la persuasión. Le
explicaba que los indios rebeldes se mostraron deseosos de aceptar la paz, si
bien pedían ciertas condiciones que estimó conveniente acordarles. En su relato
no ocultaba el peligro que había corrido ni tampoco que, bajo la presión de las
amenazas de los bárbaros, les había prometido la despoblación del fuerte de
Catirai y la libertad de los indios prisioneros. 'La confianza que de mí se
hacía, manifestaba, lograba paz y quietud, y de lo contrario, me habrían perdido el
respeto, resultando de ello un daño muy grande'. (Era, lo que se dice en
términos jesuíticos, una mentira piadosa)". Sigue contando Barros:
"En Santiago, adonde llegó la noticia de estos hechos transmitida por la
carta del padre Valdivia, y donde sólo se dio a conocer lo que favorecía a los
partidarios de la guerra defensiva, se valoraron como un triunfo mucho más
grande. El obispo Juan Pérez de Espinosa mandó repicar las campanas de todas
las iglesias, se hizo una suntuosa procesión en acción de gracias, se celebró
una misa solemne con asistencia de las corporaciones civiles y eclesiásticas, y
se predicó un sermón en honor de los que así preparaban la pacificación del
reino. A pesar de todo este aparato, no se tardó mucho en conocer públicamente la
verdad de lo ocurrido".
El jesuita Valdivia, tan apasionado de su
método de la Guerra Defensiva, no confiaba mucho en que el nuevo gobernador lo
respetara: "Fue a Concepción el 1º de julio, y se encontró allí al
gobernador Alonso de Ribera, el cual lo recibió afectuosamente, agradeciéndole
las diligencias que había hecho en la Corte para que le confiaran de nuevo el gobierno de Chile.
Cualesquiera que fuesen sus opiniones acerca de la manera de hacer la guerra a
los indios, se mostró decidido a facilitar la ejecución de los planes del padre
Valdivia, pues Ribera quería obedecer las órdenes del Rey. Además, los temores,
que le habían surgido en España, de no hallar cooperación por parte del obispo
de Santiago de Chile, quedaron desvanecidos enseguida. El adusto Pérez de
Espinosa, cumpliendo el encargo del Rey, le otorgó la autoridad máxima en el obispado
de Concepción. Pudo de esa manera el padre
Valdivia entrar, desde principios de agosto, en el ejercicio de estas
funciones, darles poder a algunos de los jesuitas que lo acompañaban y
administrar el gobierno eclesiástico sin otro contrapeso que la presencia de un
provisor con el que tuvo luego que sostener algunos choques. Envió emisarios
indígenas a todas partes para anunciar los beneficios que otorgaba el Rey, y el cese de la guerra. Y así, algunos
indios que tenían parientes cautivos entre los españoles, se acercaron a
Concepción con el pretexto de aceptar la paz, pero con el propósito de reclamar
la libertad de los suyos. Las autoridades de la ciudad no sólo les concedieron
lo que pedían sino que les daban otras cosas que los indios apreciaban, y el
Gobernador aceptaba siempre lo que el padre Valdivia pedía, sin ponerle ningún
impedimento". Todo parecía muy bonito, y sin duda la población española
empezaba a pensar que el método 'Luis de Valdivia' iba a ser el santo remedio
para las tragedias chilenas.
(Imagen) Por entonces, y desde el año
1600, era obispo de Santiago de Chile el franciscano JUAN PÉREZ DE ESPINOSA (ya
le dediqué otra imagen), quien sintonizó pronto con las ideas del testarudo jesuita Luis de
Valdivia, partidario de usar más la diplomacia que la guerra contra los
mapuches. Había nacido en Toledo (España) hacia el año 1558, y aparecen datos
de que, en 1580, se encontraba en Michoacán (México) ejerciendo como profesor y
misionero. Adquirió pronto gran conocimiento de lenguas de los nativos y de su
forma de ser, interesándose siempre por su bienestar. Vuelto a España en 1599,
fue consagrado un año después en Madrid, por una bula del papa Clemente VIII,
como obispo de Santiago de Chile. Se dirigió entonces hacia su sede desde
Portugal, al mismo tiempo que Alonso de Ribera, recién nombrado gobernador de
Chile (por primera vez), lo hiciera desde Sevilla, pero las rutas fueron
diferentes, la del gobernador por Panamá, y la del obispo por Buenos Aires, más corta esta, pero con la
complicación de que tuvo que detenerse al pie de los nevados Andes durante
meses. Llegado por fin a Santiago, le tocó resolver asuntos desagradables. El
canónigo Francisco Ochandiano tenía en su poder 3.000 pesos de oro de la caja
de la catedral y escondió al canónigo Martín Moreno, que estaba acusado de
homosexualidad activa, y, por si fuera poco, había otro clérigo que perdió la
razón por el maltrato de sus compañeros. El obispo Juan Pérez de Espinosa
continuó siendo tan apasionado defensor de los indios como lo era el jesuita
Luis de Valdivia, lo que explica que se entendieran perfectamente desde el
momento en que se conocieron, aunque el obispo hacía una distinción entre dos
clases de nativos, postura que parece más realista. Consideraba que era
necesario someter por la fuerza a los brutales mapuches, pero reclamaba un
trato humano y justo a los indios que aceptaban la paz, lo cual facilitaría la
labor evangélica de los clérigos, y, con esa intención, le dio más impulso al
antiguo seminario, el lugar apropiado para formar nuevos sacerdotes cultos y
ejemplares. No obstante, pasado un tiempo, en una carta que le escribió al Rey
el año 1605 (la de la imagen), JUAN
PÉREZ DE ESPINOSA le suplicó que, después de haberle servido 30 años en las
Indias, le permitiera retirarse de la predicación e ir a una celda, ya que estaba
enfermo y no conocía la lengua de los indios chilenos, aunque sí sabía la de
los mexicanos por haberse educado allí. Al ser considerado insustituible,
no fue atendida su petición, y continuó siendo
obispo hasta 1622, año en el que se trasladó a España y murió en Sevilla. Su
carta al Rey (de buena caligrafía) termina con protocolaria humildad. Firma
como 'mínimo capellán' del Rey y como 'obispo indigno de Santiago de Chile'.
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