viernes, 3 de junio de 2022

(1740) El jesuita Valdivia ocultó que los mapuches quisieron matarlo, y calificó la visita que les hizo de gran éxito pacifista. Tras escucharle el obispo Juan Pérez de Espinosa, lo celebró lanzando las campanas al vuelo.

 

     (1340) Según dice el historiador chileno Diego Barros, el padre Luis de Valdivia no se atrevió a contar a sus compañeros jesuitas que había estado en peligro de que los mapuches lo mataran, y dio una versión más prometedora: "No queriendo desalentar a nadie ni desprestigiar la pacífica táctica en la que estaba empeñado, le dio cuenta de lo ocurrido al provincial Diego de Torres en los términos mejor calculados para no producir alarma, manifestándole que su primera entrada en el territorio enemigo había sido una gran victoria alcanzada mediante la suavidad y la persuasión. Le explicaba que los indios rebeldes se mostraron deseosos de aceptar la paz, si bien pedían ciertas condiciones que estimó conveniente acordarles. En su relato no ocultaba el peligro que había corrido ni tampoco que, bajo la presión de las amenazas de los bárbaros, les había prometido la despoblación del fuerte de Catirai y la libertad de los indios prisioneros. 'La confianza que de mí se hacía, manifestaba, lograba paz y quietud,  y de lo contrario, me habrían perdido el respeto, resultando de ello un daño muy grande'. (Era, lo que se dice en términos jesuíticos, una mentira piadosa)". Sigue contando Barros: "En Santiago, adonde llegó la noticia de estos hechos transmitida por la carta del padre Valdivia, y donde sólo se dio a conocer lo que favorecía a los partidarios de la guerra defensiva, se valoraron como un triunfo mucho más grande. El obispo Juan Pérez de Espinosa mandó repicar las campanas de todas las iglesias, se hizo una suntuosa procesión en acción de gracias, se celebró una misa solemne con asistencia de las corporaciones civiles y eclesiásticas, y se predicó un sermón en honor de los que así preparaban la pacificación del reino. A pesar de todo este aparato, no se tardó mucho en conocer públicamente la verdad de lo ocurrido".

     El jesuita Valdivia, tan apasionado de su método de la Guerra Defensiva, no confiaba mucho en que el nuevo gobernador lo respetara: "Fue a Concepción el 1º de julio, y se encontró allí al gobernador Alonso de Ribera, el cual lo recibió afectuosamente, agradeciéndole las diligencias que había hecho en la Corte para que le  confiaran de nuevo el gobierno de Chile. Cualesquiera que fuesen sus opiniones acerca de la manera de hacer la guerra a los indios, se mostró decidido a facilitar la ejecución de los planes del padre Valdivia, pues Ribera quería obedecer las órdenes del Rey. Además, los temores, que le habían surgido en España, de no hallar cooperación por parte del obispo de Santiago de Chile, quedaron desvanecidos enseguida. El adusto Pérez de Espinosa, cumpliendo el encargo del Rey, le otorgó la autoridad máxima en el obispado de Concepción. Pudo de esa manera  el padre Valdivia entrar, desde principios de agosto, en el ejercicio de estas funciones, darles poder a algunos de los jesuitas que lo acompañaban y administrar el gobierno eclesiástico sin otro contrapeso que la presencia de un provisor con el que tuvo luego que sostener algunos choques. Envió emisarios indígenas a todas partes para anunciar los beneficios que otorgaba  el Rey, y el cese de la guerra. Y así, algunos indios que tenían parientes cautivos entre los españoles, se acercaron a Concepción con el pretexto de aceptar la paz, pero con el propósito de reclamar la libertad de los suyos. Las autoridades de la ciudad no sólo les concedieron lo que pedían sino que les daban otras cosas que los indios apreciaban, y el Gobernador aceptaba siempre lo que el padre Valdivia pedía, sin ponerle ningún impedimento". Todo parecía muy bonito, y sin duda la población española empezaba a pensar que el método 'Luis de Valdivia' iba a ser el santo remedio para las tragedias chilenas.

 

     (Imagen) Por entonces, y desde el año 1600, era obispo de Santiago de Chile el franciscano JUAN PÉREZ DE ESPINOSA (ya le dediqué otra imagen), quien sintonizó pronto con  las ideas del testarudo jesuita Luis de Valdivia, partidario de usar más la diplomacia que la guerra contra los mapuches. Había nacido en Toledo (España) hacia el año 1558, y aparecen datos de que, en 1580, se encontraba en Michoacán (México) ejerciendo como profesor y misionero. Adquirió pronto gran conocimiento de lenguas de los nativos y de su forma de ser, interesándose siempre por su bienestar. Vuelto a España en 1599, fue consagrado un año después en Madrid, por una bula del papa Clemente VIII, como obispo de Santiago de Chile. Se dirigió entonces hacia su sede desde Portugal, al mismo tiempo que Alonso de Ribera, recién nombrado gobernador de Chile (por primera vez), lo hiciera desde Sevilla, pero las rutas fueron diferentes, la del gobernador por Panamá, y la del obispo por Buenos  Aires, más corta esta, pero con la complicación de que tuvo que detenerse al pie de los nevados Andes durante meses. Llegado por fin a Santiago, le tocó resolver asuntos desagradables. El canónigo Francisco Ochandiano tenía en su poder 3.000 pesos de oro de la caja de la catedral y escondió al canónigo Martín Moreno, que estaba acusado de homosexualidad activa, y, por si fuera poco, había otro clérigo que perdió la razón por el maltrato de sus compañeros. El obispo Juan Pérez de Espinosa continuó siendo tan apasionado defensor de los indios como lo era el jesuita Luis de Valdivia, lo que explica que se entendieran perfectamente desde el momento en que se conocieron, aunque el obispo hacía una distinción entre dos clases de nativos, postura que parece más realista. Consideraba que era necesario someter por la fuerza a los brutales mapuches, pero reclamaba un trato humano y justo a los indios que aceptaban la paz, lo cual facilitaría la labor evangélica de los clérigos, y, con esa intención, le dio más impulso al antiguo seminario, el lugar apropiado para formar nuevos sacerdotes cultos y ejemplares. No obstante, pasado un tiempo, en una carta que le escribió al Rey el año  1605 (la de la imagen), JUAN PÉREZ DE ESPINOSA le suplicó que, después de haberle servido 30 años en las Indias, le permitiera retirarse de la predicación e ir a una celda, ya que estaba enfermo y no conocía la lengua de los indios chilenos, aunque sí sabía la de los mexicanos por haberse educado allí. Al ser considerado insustituible, no  fue atendida su petición, y continuó siendo obispo hasta 1622, año en el que se trasladó a España y murió en Sevilla. Su carta al Rey (de buena caligrafía) termina con protocolaria humildad. Firma como 'mínimo capellán' del Rey y como 'obispo indigno de Santiago de Chile'.




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