(1355) El Gobernador Alonso de Ribera
falleció sin poder presumir de que ya era, merecidamente, Caballero de la Orden
de Santiago: "Acababa de morir cuando llegó a Chile la cédula en que se le
dispensaba esa gracia, pero, por favor especial del soberano, fue transferida a
su hijo, don Jorge de Ribera, que entró luego a servir en el ejército de Chile,
y adquirió más tarde fama de buen capitán y de cumplido caballero. Mientras
tanto, su viuda se halló envuelta en pleitos y dificultades por los cargos a
que había dado lugar la administración de su marido en la colonia". Diego
Barros, de paso, hace una crítica excesiva al uso preceptivo del Juicio de
Residencia al que eran sometidos quienes habían desempeñado un cargo público.
En realidad, era una disposición modélica, aunque otra cosa sea el riesgo de
ser aplicada con malas artes: "Se llevaba a cabo con pretexto de
fiscalizar la conducta de los funcionarios, y para cumplimiento de leyes buenas
en principio, pero ineficaces en la práctica y de ordinario desobedecidas o
burladas, siendo llevada a cabo su aplicación por magistrados que se encargaban
de exigir cuentas a quienes ostentaban el poder o a los administradores del
tesoro real. Pocos de los encargados cumplían leal y cuerdamente con su deber. Unos
se dejaban ganar por los halagos o por medios más vituperables todavía, dejando
impunes faltas muy graves, y otros se complacían en amontonar cargos que daban
origen a largos expedientes que no conducían a ningún resultado definitivo. Los
hijos de Alonso de Ribera tuvieron que soportar un juez de esta naturaleza,
viéndose amenazados de tener que efectuar pagos considerables por los cargos
que se hacían a su padre, y que seguramente no habrían podido sufragar, pero toda
aquella tempestad se disipó en las apelaciones y en recursos posteriores".
El deseo que tuvo el gobernador Alonso de
Ribera de que le sucediera interinamente en su cargo el licenciado Fernando de Talaverano
Gallegos fue respetado por los miembros de la Real Audiencia de Santiago de
Chile: "El día 16 de marzo de 1517, tomó posesión del cargo tras prestar juramento ante el cabildo municipal. A
pesar de su edad avanzada y de sus achaques, este magistrado se puso pocos días
después en viaje hacia el sur para ser
reconocido como jefe militar. El nuevo gobernador era un letrado viejo
que contaba trece años de residencia en Chile. Había ejercido como teniente de gobernador
del reino, y, desde 1609, el de oidor de la Real Audiencia. Reemplazando a los
gobernadores en la administración civil mientras éstos andaban en campaña,
había sostenido enojosos enfrentamientos con el pendenciero obispo de Santiago Juan
Pérez de Espinoza, pero su espíritu comenzaba a doblegarse por efecto de los
años, y parecía comprender que era peligroso meterse en ese tipo de
dificultades, dado el gran poder que el clero había tomado bajo el gobierno del
piadoso Felipe III. Por eso, durante los diez meses que ejerció el mando
interino, se sometió en todo a las órdenes terminantes del Rey, y fue un
ejecutor sumiso de las órdenes que dictaba el padre Valdivia". Es de
suponer que, de haber previsto el difunto gobernador Alonso de Ribera que este
iba a ser el comportamiento de Fernando de Talaverano Gallegos, no lo habría
escogido como sustituto suyo en el cargo.
(Imagen) Dados sus achaques de anciano,
Fernando de Talaverano Gallegos, el nuevo gobernador, no estaba en condiciones
de oponerse al humanitario pero utópico método de 'guerra defensiva' contra los
mapuches. Era el Rey quien lo había establecido, pero la idea fue del jesuita
Luis de Valdivia: "Talaverano Gallegos se presentó en Concepción a finales
de abril de 1617. Allí encontró al padre Valdivia, que acababa de recibir de la
Corte la ratificación y ampliación de sus poderes. Cualesquiera que fuesen sus
opiniones individuales acerca de la 'guerra defensiva', Talaverano Gallegos
creyó que su deber era someterse rigurosamente a las órdenes del Rey, y mandar
cumplir en consecuencia todo lo que dispusiese el padre Valdivia. En compañía
de este, salió a principios de mayo a visitar las fortalezas, y a ejecutar los
planes quiméricos de pacificación de los indios. Una vez en el pleno goce de
sus atribuciones, el padre Valdivia recomenzó su obra, libre de toda oposición.
En cada fuerte que visitaba, ponía en libertad a los indios que los españoles
retenían prisioneros, bautizaba a muchos de ellos, les hacía obsequios, y los animaba
a que volvieran a sus tierras como mensajeros de paz. El temible cacique
Pelantaro (autor de la muerte del gobernador Martín García Óñez de Loyola),
al que el gobernador Ribera no había querido soltar, pudo volver a sus tierras,
dejando como rehenes a dos de sus parientes. Al padre Valdivia, los indios que
había liberado le enviaban noticias de grandes progresos de pacificación que se
obtenían por aquellos medios. Estas burdas invenciones de los indios, que no
habrían podido engañar a los militares experimentados, eran, sin embargo,
creídas candorosamente por el padre Valdivia, o al menos él cuidaba de
presentarlas como pruebas de los beneficios de su sistema de pacificación (es posible que él se justificara como si fueran
mentiras piadosas). A la sombra de aquel estado de cosas, y mientras el
padre Valdivia recibía las noticias de paz que le comunicaban sus mensajeros,
los indios no cesaban de hacer sus correrías en las inmediaciones de los
fuertes españoles, los cuales se veían obligados a mantener una continua
vigilancia, pero permaneciendo estrictamente a la defensiva, porque se les
había prohibido de la manera más terminante el
entrar bajo pretexto alguno en el territorio enemigo. Aquella situación
debía parecer muy alarmante a todos los que tenían experiencia de aquellas
guerras, y dar lugar a las quejas y murmuraciones de los que comprendían sus
peligros". En la imagen vemos la firma del licenciado FERNANDO DE
TALAVERANO GALLEGOS, y que el año 1603 partía hacia Chile, como teniente
general, acompañado de su mujer y "de cuatro hijas doncellas
pequeñas".
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