sábado, 18 de abril de 2020

(Día 1086) Carvajal siguió ejecutando a conspiradores, y le animó a Gonzalo para que se nombrase Rey de Perú, puesto que el de España no le iba a perdonar lo ya hecho. Hasta le aconsejaba cómo reinar.


     (676) Pero se daba la circunstancia de que Francisco de Carvajal era un artista de la sospecha, su gran defensa para sobrevivir a peligros constantes: "Como velaba por sí con mucho cuidado, y, además, tenía fieles amigos, se enteró de la trama de los conjurados, prendió a algunos de ellos, y los hizo cuartos con gran rabia, diciendo: 'El  señor Diego de Valmaseda y otros muchos caballeros de la campaña del Río de la Plata (en la zona de Tucumán) me querían matar, a pesar de haberlos yo tratado bien, y haberles hecho más honor que a los servidores de Gonzalo Pizarro, mi señor'. Habiendo ajusticiado a unos siete de los más principales, perdonó a los demás. Y, para asegurarse de ellos, que los veía muy ásperos, los envió como desterrados adonde Gonzalo Pizarro, a quien había escrito una larga relación de todo lo sucedido".
     A Francisco de Carvajal le dio un calentón en la cabeza, y le animó a Gonzalo Pizarro para que se atreviera a dar un paso demencial, que supondría situar Perú fuera de los dominios del imperio español: "Anduvo muy imaginativo sobre las cosas de Gonzalo Pizarro, planeando que se perpetuase en la posesión de aquellas tierras no solo como Gobernador, sino como señor absoluto, pues las había ganado juntamente con sus hermanos. Le escribió una carta larga pidiéndole que se llamase Rey".
     Su razonamiento se fundamentaba en una verdad inapelable, lo que pone de manifiesto que su tétrica visión del futuro era clarividente. Cuando, más tarde, se vieron en Lima, le dijo a Gonzalo: "Señor, muerto un virrey en batalla campal, cortada su cabeza y puesta en la picota, habiendo sido la lucha contra el Estandarte Real de su Majestad, y habido tantas muertes robos y daños como se han hecho, no hay ya que esperar perdón del Rey ni convenio alguno, aunque vuestra señoría dé suficientes disculpas y quede más inocente que un niño de teta. Solo procede que vuestra señoría se alce y se llame Rey, y que tome de su propia mano la gobernación y el mando que espera de la ajena. Ponga corona sobre su cabeza, y reparta lo que hay disponible en estas tierras entre sus amigos y valedores. Lo que el Rey concede en herencia solo para los hijos, déselo a ellos como mayorazgo perpetuo, con títulos de duques, marqueses y condes, como los hay en todos los reinos del mundo, pues, para defender ellos sus posesiones, defenderán las de vuestra señoría".
     No paró ahí la cosa. Carvajal le dio otra lección de fina política. Le dijo que tenía que ganarse el favor de la clase aristocrática inca, empezando por casarse con alguna india de su alta nobleza, para luego ganarse el favor de todos los príncipes permitiéndoles que recuperaran su autoridad tradicional, de manera que gobernaran ellos directamente a los indios, pero siempre sometidos a la autoridad suprema del nuevo rey, Gonzalo Pizarro. Le acariciaba los oídos recordándole sus, sin duda, grandes méritos, por haber sido él y sus hermanos los grandes héroes de la conquista de Perú, y espoleaba su pundonor diciéndole: "Quien puede ser rey por la fuerza de su brazo, no deber ser siervo por falta de ánimo. Solo hace falta dar el primer paso y la primera voz. Corónese vuestra señoría, y llámese Rey, y no súbdito, pues lo ha ganado por sus brazos".

     (Imagen) Francisco de Carvajal, en una impresionante carta adobada con su habitual sarcasmo sádico, le dio cuenta a Gonzalo Pizarro de cómo castigó a varios de los que habían conspirado contra él: "Se concertaron unos veinte traidores para matarme. Los promotores eran Luis Perdomo, Alonso Camargo, Diego de Valmaseda, Antonio de Luján, Juan Remón, Alonso Díaz de Gibraltar y un tal Matías Morales de Ambún, al que yo mandé desahorcar la noche de la batalla (miente descaradamente: sobrevivió porque falló el verdugo), otro mancebito que se llamaba Espinosa y otros bellacos. Como Dios ordena las cosas de la manera que convienen a su santo servicio, me lo descubrieron Juan Remón y Antonio Luján, y, sabiéndolo los traidores, huyeron Perdomo, Morales de Ambún y el Espinosilla. Tomamos presos a Alonso de Camargo y a Diego de Valmaseda, se hicieron cuartos de ellos, y se pusieron en los caminos, donde ahora están señalando las entradas a los que pasan. Envié luego a Alonso de Alvarado tras Luis Perdomo y los que huyeron con él, y apresó a Hernando del Castillo, el canario (no indica que era hermano de Perdomo), a un tal Argüello, canario, al tal Espinosilla y algunos más. Cuando llegaron, se hicieron cuartos de Castillo, Argüello y Espinosilla". Perdomo huyó, pero, como vimos, nunca más se supo de él, y se le dio por muerto. También ejecutó Carvajal a Morales de Ambún. Pero nos queda una sorpresa. Tropiezo con un dato, el de la imagen, en el que consta que, el año 1539, Diego de Valmaseda (natural de Madrigal de las Altas Torres) se embarcó para ir en una expedición al Estrecho de Magallanes. Era la fracasada campaña de la que solo llegó un barco hasta Arequipa. De él descendió Alonso de Camargo, pero, sin duda, también Diego de Valmaseda, y, por la carta de Carvajal, sabemos que siguieron juntos viviendo en Perú el horror de las guerras civiles, como amigos inseparables. Todo lo que conté de Camargo, vale, pues, para la trayectoria de Valmaseda. ALONSO DE CAMARGO y DIEGO DE VALMASEDA: dos vidas en común, cerradas por el mismo broche trágico.



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