viernes, 10 de abril de 2020

(Día 1079) Diego Centeno consiguió hacerle mucho daño a Francisco de Carvajal con una maniobra. Carvajal se irritó sobremanera, pero admiró la astucia de su enemigo.


     (669) Lo primero que nos cuenta Inca Garcilaso es una anécdota que pone de relieve la astucia estratégica de Diego Centeno, que Francisco de Carvajal va a reconocer con admiración, pero también el alto precio que pagaban a veces los indios y negros que iban tras las tropas llevando el tinglado de la intendencia. Ocurrió que, siempre huyendo de Carvajal, llegaron Centeno y los suyos a una bajada muy estrecha por la que pasarían, a través de un arroyo, a otra vertiente casi vertical por la que habrían de subir. Carvajal conocía perfectamente la zona, y le entusiasmaba saber que, cuando empezaran la ascensión, los podría machacar con arcabuces estando sus hombres bien asentados en la otra ribera. Minusvaloró a Centeno, quien era perfectamente consciente del peligro, y tomó una brillante decisión, pero a costa de los más indefensos. Hoy se hablaría de 'daños colaterales': "Una legua antes de llegar a la bajada del barranco, llamó a los principales de su tropa, y les dijo que seis de a caballo se escondieran detrás de un cerro que había a la derecha, para que, cuando Carvajal hubiera ya pasado con su vanguardia, diesen en la retaguardia, y alanceasen a todos los indios, negros, españoles, caballos y acémilas que pudiesen, sin respetar nada, y haciendo el mayor ruido posible, con el fin que Carvajal diera la vuelta en su socorro, y ellos pudiesen pasar libremente el arroyo". Pues, dicho y hecho. Dejaron pasar a Carvajal, que avanzaba veloz impulsado por el ansia de la escabechina, y los jinetes de Centeno se la hicieron a los de la retaguardia. Iba tan ciego Carvajal, que oyó gritos, pero no le dio importancia hasta que tuvo evidencia de lo que pasaba: "Entre las acémilas que los de Centeno habían matado, había una que tenía dos barriles de pólvora. Les pegaron fuego, y hubo una estampida que retumbó entre los cerros, de manera que Carvajal fue consciente de lo que pasaba, y dio la vuelta con los suyos para socorrer a los suyos. Los seis de a caballo de Centeno, viéndolos venir, huyeron por donde habían venido, y, dando rodeos, ayudados por los indios, se fueron a juntar, al cabo de seis días, con el capitán Diego Centeno".
     Francisco de Carvajal encajó noblemente su fracaso: "Tras socorrer a los suyos, se quedó allí aquel día y la noche siguiente, no pudiendo perseguir al enemigo porque el daño que le hicieron los seis de a caballo fue mucho.  Carvajal quedó muy avergonzado de que un capitán, que, en su comparación, era más que bisoño, le hubiese hecho un ardid de guerra tan hábil. Y así, como afrentado, no habló palabra en todo el día. Ni quiso cenar, diciendo que le bastaba aquella burla para comida y cena de muchos días. Tras perder parte de la ira y enojo que había recibido, les dijo a los suyos: 'Señores, yo he visto en el curso de  mi soldadesca en Italia, que duró más de cuarenta años, retirarse de sus enemigos al Rey de Francia, al Gran Capitán, a Antonio de Leyva, al conde Pedro Navarro, a Marco Antonio Colona, a Fabricio Colona y a los demás capitanes famosos de mis tiempos, así españoles como italianos, mas a ninguno vi retirarse con el valor con el que este mozo se ha retirado hoy'. Son palabras de Francisco de Carvajal, sin quitarles ni añadirles una, y a mí me las dijo alguien que se las oyó a él".

     (Imagen) Era cierto que iba hacia Lima PEDRO HERNÁNDEZ DE PANIAGUA Y LOAYSA (nacido en Plasencia en 1498), pero no para nombrarle gobernador a Gonzalo Pizarro por mandato de Pedro de la Gasca, con quien había llegado a Perú. Un hijo suyo, Gabriel, que era Comendador de Calatrava, lo explica en su relación de méritos (como se ve en la imagen): "Le envió La Gasca para negocio tan grande y peligroso como el de que Gonzalo Pizarro acatase la voluntad del Rey, y para saber cuáles eran sus intenciones. Trató de reducir al servicio del Rey a muchos de los capitanes del tirano en distintas poblaciones, con los cuales capitanes fueron reducidos más de mil quinientos hombres, y estuvo Gonzalo Pizarro muchas veces determinado a cortarle la cabeza. Tomó nota de los lugares por donde se había de hacer la guerra, con la ayuda del indio intérprete que llevaba, lo cual fue causa del éxito de la batalla que se dio en Jaquijaguana, en la que él se halló (y derrotaron a Gonzalo Pizarro)". Luego tuvo una actuación digna de Guzmán el Bueno. Luchando contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón, apresados Pedro y un hijo suyo (no concreta si era Gabriel), Girón lo dejó libre a Pedro y retuvo a su vástago para que no se atreviera a seguir peleando contra él, pero tuvo la heroicidad, o la insensatez, de seguir haciéndolo. Lo que ocurrió fue que quienes murieron luego en la batalla de Pucará, el año 1554, fueron Hernández Girón y PEDRO HERNÁNDEZ DE PANIAGUA, a quien el Rey le había dado permiso unos meses antes para volver a España. Aunque sea anecdótico, mencionaré que hubo otro español llamado Pedro Hernández de Paniagua, ya que es posible que fueran parientes cercanos. No parece que fuera el mismo, porque se trataba de un mesonero, y el que se jugó el tipo toreando a Gonzalo Pizarro era de buen linaje. Fue dueño del primer mesón que se permitió abrir en la ciudad de México, en 1525, cuatro años después del gran triunfo de Hernán Cortés. Le puso el nombre de Monte Cristo. Aún queda por la zona un restaurante de estilo colonial llamado también así, al que entré, y me dejó el bonito recuerdo de un pianista tocando el bello bolero 'Sin ti'.



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