(669) Lo primero que nos cuenta Inca
Garcilaso es una anécdota que pone de relieve la astucia estratégica de Diego
Centeno, que Francisco de Carvajal va a reconocer con admiración, pero también
el alto precio que pagaban a veces los indios y negros que iban tras las tropas
llevando el tinglado de la intendencia. Ocurrió que, siempre huyendo de
Carvajal, llegaron Centeno y los suyos a una bajada muy estrecha por la que
pasarían, a través de un arroyo, a otra vertiente casi vertical por la que
habrían de subir. Carvajal conocía perfectamente la zona, y le entusiasmaba
saber que, cuando empezaran la ascensión, los podría machacar con arcabuces
estando sus hombres bien asentados en la otra ribera. Minusvaloró a Centeno,
quien era perfectamente consciente del peligro, y tomó una brillante decisión,
pero a costa de los más indefensos. Hoy se hablaría de 'daños colaterales':
"Una legua antes de llegar a la bajada del barranco, llamó a los
principales de su tropa, y les dijo que seis de a caballo se escondieran detrás
de un cerro que había a la derecha, para que, cuando Carvajal hubiera ya pasado
con su vanguardia, diesen en la retaguardia, y alanceasen a todos los indios,
negros, españoles, caballos y acémilas que pudiesen, sin respetar nada, y
haciendo el mayor ruido posible, con el fin que Carvajal diera la vuelta en su
socorro, y ellos pudiesen pasar libremente el arroyo". Pues, dicho y
hecho. Dejaron pasar a Carvajal, que avanzaba veloz impulsado por el ansia de
la escabechina, y los jinetes de Centeno se la hicieron a los de la
retaguardia. Iba tan ciego Carvajal, que oyó gritos, pero no le dio importancia
hasta que tuvo evidencia de lo que pasaba: "Entre las acémilas que los de
Centeno habían matado, había una que tenía dos barriles de pólvora. Les pegaron
fuego, y hubo una estampida que retumbó entre los cerros, de manera que
Carvajal fue consciente de lo que pasaba, y dio la vuelta con los suyos para
socorrer a los suyos. Los seis de a caballo de Centeno, viéndolos venir,
huyeron por donde habían venido, y, dando rodeos, ayudados por los indios, se
fueron a juntar, al cabo de seis días, con el capitán Diego Centeno".
Francisco de Carvajal encajó noblemente su
fracaso: "Tras socorrer a los suyos, se quedó allí aquel día y la noche siguiente,
no pudiendo perseguir al enemigo porque el daño que le hicieron los seis de a
caballo fue mucho. Carvajal quedó muy
avergonzado de que un capitán, que, en su comparación, era más que bisoño, le
hubiese hecho un ardid de guerra tan hábil. Y así, como afrentado, no habló
palabra en todo el día. Ni quiso cenar, diciendo que le bastaba aquella burla
para comida y cena de muchos días. Tras perder parte de la ira y enojo que
había recibido, les dijo a los suyos: 'Señores, yo he visto en el curso de mi soldadesca en Italia, que duró más de
cuarenta años, retirarse de sus enemigos al Rey de Francia, al Gran Capitán, a
Antonio de Leyva, al conde Pedro Navarro, a Marco Antonio Colona, a Fabricio
Colona y a los demás capitanes famosos de mis tiempos, así españoles como
italianos, mas a ninguno vi retirarse con el valor con el que este mozo se ha
retirado hoy'. Son palabras de Francisco de Carvajal, sin quitarles ni
añadirles una, y a mí me las dijo alguien que se las oyó a él".
(Imagen) Era cierto que iba hacia Lima
PEDRO HERNÁNDEZ DE PANIAGUA Y LOAYSA (nacido en Plasencia en 1498), pero no
para nombrarle gobernador a Gonzalo Pizarro por mandato de Pedro de la Gasca,
con quien había llegado a Perú. Un hijo suyo, Gabriel, que era Comendador de
Calatrava, lo explica en su relación de méritos (como se ve en la imagen):
"Le envió La Gasca para negocio tan grande y peligroso como el de que Gonzalo
Pizarro acatase la voluntad del Rey, y para saber cuáles eran sus intenciones. Trató
de reducir al servicio del Rey a muchos de los capitanes del tirano en
distintas poblaciones, con los cuales capitanes fueron reducidos más de mil
quinientos hombres, y estuvo Gonzalo Pizarro muchas veces determinado a
cortarle la cabeza. Tomó nota de los lugares por donde se había de hacer la
guerra, con la ayuda del indio intérprete que llevaba, lo cual fue causa del
éxito de la batalla que se dio en Jaquijaguana, en la que él se halló (y
derrotaron a Gonzalo Pizarro)". Luego tuvo una actuación digna de Guzmán
el Bueno. Luchando contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón,
apresados Pedro y un hijo suyo (no concreta si era Gabriel), Girón lo dejó
libre a Pedro y retuvo a su vástago para que no se atreviera a seguir peleando
contra él, pero tuvo la heroicidad, o la insensatez, de seguir haciéndolo. Lo
que ocurrió fue que quienes murieron luego en la batalla de Pucará, el año
1554, fueron Hernández Girón y PEDRO HERNÁNDEZ DE PANIAGUA, a quien el Rey le
había dado permiso unos meses antes para volver a España. Aunque sea
anecdótico, mencionaré que hubo otro español llamado Pedro Hernández de
Paniagua, ya que es posible que fueran parientes cercanos. No parece que fuera
el mismo, porque se trataba de un mesonero, y el que se jugó el tipo toreando a
Gonzalo Pizarro era de buen linaje. Fue dueño del primer mesón que se permitió
abrir en la ciudad de México, en 1525, cuatro años después del gran triunfo de
Hernán Cortés. Le puso el nombre de Monte Cristo. Aún queda por la zona un
restaurante de estilo colonial llamado también así, al que entré, y me dejó el
bonito recuerdo de un pianista tocando el bello bolero 'Sin ti'.
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