miércoles, 22 de abril de 2020

(Día 1089) Inca Garcilaso, quien, de niño, conoció bien a Gonzalo Pizarro, critica a quienes escribieron que, cuando entró triunfal en el Cuzco, se dejó llevar por la soberbia, la crueldad y la avaricia.


     (679) Inca Garcilaso narra que, cuando, tras haber partido de Quito, Gonzalo Pizarro llegó a la ciudad de Lima, hizo una entrada a lo grande, y, aunque no quiso que fuera tratado como rey, su comportamiento cambió, volviéndose más altivo. Pero se decían muchas exageraciones sobre él, y el cronista sale en su defensa: "Gonzalo Pizarro, habiendo adorado al Señor en la iglesia catedral, fue a su casa, que era la del Marqués, su hermano (y en la que le mataron), donde dicen que vivió de allí adelante con mucha pompa, pero, como cristiano, digo en verdad que no tuvo la ostentación que le achacan. También se habló de que usaba ponzoña para matar a algunos. Lo cual es un testimonio falso, porque nunca pasó, pues, si algo de esto hubiera, también lo habría visto yo entonces, y habría bastado esta maldad para que todo el mundo lo aborreciera, y, sin embargo, se ha dicho en muchas partes que era muy querido. He de decir, con verdad y sin ofensa de nadie, lo que yo vi, pues mi intención no es otra sino la de contar llanamente lo que pasó, sin lisonja ni odio, pues no tengo por qué tener lo uno ni lo otro" 
     Acto seguido, Inca Garcilaso tira de muy viejos recuerdos (la crónica la publicó en 1617). No olvidemos que él nació el año 1539, en el Cuzco: "Yo conocí a Gonzalo Pizarro, de vista, después de la batalla de Huarina (fue en la que Gonzalo derrotó a Diego Centeno, año 1547), hasta la de Jaquijaguana (derrota y muerte de Gonzalo, año 1548), lo que fueron en total casi seis meses, y la mayoría de aquellos días estuve en su casa, y vi cuál era su trato dentro y fuera de ella. Todos le hacían honra, como a persona superior, y él se dirigía a ellos, vecinos y soldados, tan afablemente, que ninguno se quejaba de él. Nunca vi que nadie le besase la mano, ni él lo permitía aunque se lo pidieren, por modestia. Ante todos se quitaba la gorra llanamente, y a Carvajal, como dije, lo llamaba padre. Le vi comer algunas veces. Lo hacía siempre con gente, en una mesa larga en la que cabían hasta cien hombres. Sentábase a la cabecera de ella, dejando junto a él un espacio libre, y más allá se ponían todos los soldados que lo deseaban, pues los capitanes y vecinos comían en sus casas. Yo comí dos veces a su mesa, porque me lo mandó. Uno de los días fue la fiesta de la Purificación de Nuestra Señora. Su hijo Don Fernando, y Don Francisco, su sobrino, hijo del Marqués, y yo con ellos, comimos de pie en aquel espacio que quedaba en la mesa, sin asientos, y él nos daba de su plato lo que habíamos de comer. Allí vi todo lo que he dicho, y, como testigo de vista, lo certifico. Los historiadores debieron de tener informadores apasionados de odio y de rencor".
     Trata igualmente de desmontar otras acusaciones: "Le acusan asimismo de que, quedándose con todos los quintos y rentas reales, y con los tributos de los indios que tenían sus enemigos, todo lo cual venía a ser las dos terceras partes de las rentas del Perú, sin embargo, no pagaba a la gente de guerra, por lo que la tenía muy descontenta. Pero luego que dicen es que, cuando le mataron, no le hallaron tesoros escondidos. Le dan también fama de adúltero, con gran reprobación de su delito, como es justo que se haga de casos semejantes, principalmente en los que mandan y gobiernan". Este último comentario parece hacerlo con la boca pequeña, por ser algo tan frecuente en aquella época, y en lo que incurrió el mismo Inca Garcilaso. De Gonzalo Pizarro se llegó a decir, como ya vimos, que eliminó al marido de una amante.

     (Imagen) Llama la atención que el alto clero fuera junto a Gonzalo Pizarro durante su entrada triunfal a Lima, nunca se sabrá si por miedo, convencimiento u oportunismo, o por un revoltijo de todas esas motivaciones. Es de suponer que verían como una barbaridad la rebeldía de Gonzalo Pizarro y el asesinato del virrey, pero ahí estaban haciendo el papel de forzados comparsas los cuatro obispos de aquellos territorios: "Llevaba cuatro obispos a su lado. A la mano derecha, el arzobispo de Lima (Jerónimo de Loaysa), a cuyo lado iba el obispo de Quito (Garci Díaz Arias); a la mano izquierda, el obispo del Cuzco (Juan Solano), y a su lado el obispo de Bogotá (Martín de Calatayud), que había ido a Perú para consagrarse por mano de aquellos tres prelados". Los cronistas pocas veces se equivocan, y he podido comprobar que Inca Garcilaso acierta al decir que estaba allí el obispo de Bogotá. FRAY MARTÍN DE CALATAYUD, de la orden de San Jerónimo, llegó de España para ocupar la sede episcopal de Santa Marta (Colombia). En el camino, había sobrevivido con increíble suerte a la caída de un rayo, muriendo a su lado electrocutados los dos hermanos de Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de Bogotá y uno de los mejores y más humanos conquistadores de las Indias. Cuando, el año 1545, Pedro de Ursúa tomó posesión cono gobernador provisional de Bogotá, iba con él, como obispo recién nombrado de la diócesis, FRAY MARTÍN DE CALATAYUD, el cual fue bien recibido, pero los miembros del cabildo se opusieron a que gobernara la diócesis porque aún no había sido consagrado. Decidió ir a Lima para que allí lo hiciera el arzobispo Loaysa (como explica Inca Garcilaso). Se efectuó la ceremonia, y fray Martín regresó a Santa Marta, pero allí enfermó, y murió, en 1548, cuando ya iba a a partir hacia Bogotá. La imagen muestra el inicio de una carta que le envió al Rey en 1546 (18 días después de que asesinaran al virrey), y le dice que iba a procurar que "no se contagiase (Bogotá) de los daños que había en Perú", y que partía hacia allá para ser consagrado obispo. Le añadía que "tenía también esperanza de que Su Majestad les haría merced de aplicar con alguna moderación las Leyes Nuevas (la gran pesadilla de los españoles y causa de las guerras civiles)".



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