(679) Inca Garcilaso narra que, cuando,
tras haber partido de Quito, Gonzalo Pizarro llegó a la ciudad de Lima, hizo
una entrada a lo grande, y, aunque no quiso que fuera tratado como rey, su
comportamiento cambió, volviéndose más altivo. Pero se decían muchas
exageraciones sobre él, y el cronista sale en su defensa: "Gonzalo
Pizarro, habiendo adorado al Señor en la iglesia catedral, fue a su casa, que era
la del Marqués, su hermano (y en la que le mataron), donde dicen que
vivió de allí adelante con mucha pompa, pero, como cristiano, digo en verdad
que no tuvo la ostentación que le achacan. También se habló de que usaba
ponzoña para matar a algunos. Lo cual es un testimonio falso, porque nunca
pasó, pues, si algo de esto hubiera, también lo habría visto yo entonces, y
habría bastado esta maldad para que todo el mundo lo aborreciera, y, sin
embargo, se ha dicho en muchas partes que era muy querido. He de decir, con
verdad y sin ofensa de nadie, lo que yo vi, pues mi intención no es otra sino
la de contar llanamente lo que pasó, sin lisonja ni odio, pues no tengo por qué
tener lo uno ni lo otro"
Acto seguido, Inca Garcilaso tira de muy
viejos recuerdos (la crónica la publicó en 1617). No olvidemos que él nació el
año 1539, en el Cuzco: "Yo conocí a Gonzalo Pizarro, de vista, después de
la batalla de Huarina (fue en la que Gonzalo derrotó a Diego Centeno, año
1547), hasta la de Jaquijaguana (derrota y muerte de Gonzalo, año 1548),
lo que fueron en total casi seis meses, y la mayoría de aquellos días estuve en
su casa, y vi cuál era su trato dentro y fuera de ella. Todos le hacían honra,
como a persona superior, y él se dirigía a ellos, vecinos y soldados, tan
afablemente, que ninguno se quejaba de él. Nunca vi que nadie le besase la
mano, ni él lo permitía aunque se lo pidieren, por modestia. Ante todos se
quitaba la gorra llanamente, y a Carvajal, como dije, lo llamaba padre. Le vi
comer algunas veces. Lo hacía siempre con gente, en una mesa larga en la que
cabían hasta cien hombres. Sentábase a la cabecera de ella, dejando junto a él
un espacio libre, y más allá se ponían todos los soldados que lo deseaban, pues
los capitanes y vecinos comían en sus casas. Yo comí dos veces a su mesa,
porque me lo mandó. Uno de los días fue la fiesta de la Purificación de Nuestra
Señora. Su hijo Don Fernando, y Don Francisco, su sobrino, hijo del Marqués, y
yo con ellos, comimos de pie en aquel espacio que quedaba en la mesa, sin
asientos, y él nos daba de su plato lo que habíamos de comer. Allí vi todo lo
que he dicho, y, como testigo de vista, lo certifico. Los historiadores
debieron de tener informadores apasionados de odio y de rencor".
Trata igualmente de desmontar otras
acusaciones: "Le acusan asimismo de que, quedándose con todos los quintos
y rentas reales, y con los tributos de los indios que tenían sus enemigos, todo
lo cual venía a ser las dos terceras partes de las rentas del Perú, sin
embargo, no pagaba a la gente de guerra, por lo que la tenía muy descontenta.
Pero luego que dicen es que, cuando le mataron, no le hallaron tesoros
escondidos. Le dan también fama de adúltero, con gran reprobación de su delito,
como es justo que se haga de casos semejantes, principalmente en los que mandan
y gobiernan". Este último comentario parece hacerlo con la boca pequeña,
por ser algo tan frecuente en aquella época, y en lo que incurrió el mismo Inca
Garcilaso. De Gonzalo Pizarro se llegó a decir, como ya vimos, que eliminó al
marido de una amante.
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