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Enseguida veremos la reacción de Francisco de Carvajal cuando Lope de
Mendoza desvalijó su almacén de provisiones y objetos valiosos. Creo que ahora merece
la pena oír al cronista Santa Clara contar el triste final de Juan Velázquez
Vela Núñez, hermano del virrey (a quien Cieza, para que nos persiga la
confusión, llama Francisco; doy por hecho, mientras no se demuestre lo
contrario, que se llamaba Juan). Considero al poco reconocido Santa Clara como
el cronista más expresivo y rico en detalles, lo que dio como resultado un
texto de gran extensión. Los hechos ocurrieron en Lima, y ya sabemos que Juan
de la Torre, organizador de la trama, haciéndose el arrepentido, le dijo a
Gozalo Pizarro que el hermano del virrey planeaba con algunos otros, matarlo a
él y escapar a España en un barco. Le aseguró que estaban implicados más de
treinta, y, entre ellos Rodrigo Mejía y Bernardino de Loaysa. El apellido de este
último le pudo costar la vida a alguien que no tenía nada que ver:
"Prendido Rodrigo de Mejía, mandó a Gaspar Mejía que prendiese a Loaysa
también, pero él solo conocía a uno con ese apellido, y fue con seis
arcabuceros a prender al sacerdote Baltasar de Loaysa. Topó con él en una
calle, y le hizo apear de su mula con maltrato". El clérigo le explicó el
error, que fue confirmado por la gente, y Gaspar fue en busca del verdadero
culpable, pero había tenido tiempo de escapar, e, incluso, posteriormente, por
petición de muchos, fue indultado. A los dos días del percance con el clérigo,
iba galopando por el mismo sitio Gaspar Mejía, se estrelló contra una pared, y
murió. Santa Clara lo interpretó como un castigo divino por el maltrato al
religioso.
Luego se
ocuparon del hermano del difunto virrey: "Cuando le prendieron, se demudó,
porque el que es honrado, aunque sea inocente, se turba si le acusan de cosa
mal hecha. Dijo que su intención no había sido matar ni perjudicar a nadie,
sino irse a España para descansar de tantos trabajos y fatigas como él había
pasado. Aunque el licenciado Cepeda, encargado de juzgarle, le dijo a Gonzalo
Pizarro que no veía motivos para condenarlo, lo sentenció cruelmente a muerte.
Esta justicia o, por mejor decir, injusticia se hizo por insistencia del
tirano, a pesar de las súplicas de los obispos y religiosos, de hombres buenos
y de Francisca Pizarro, sobrina del tirano (hija de Francisco Pizarro).
Como había tantos rogadores en su favor, el tirano y Cepeda le dieron mucha
prisa para que se confesase, y, después de hacerlo, lo llevaron a la plaza
pública, yendo a su lado fray Tomás de San Martín, que fue quien le confesó, y
le ayudaba cristianamente a morir. Luego le cortaron la cabeza, y a sus pies se
puso un escrito que decía 'por amotinado'. Amortajaron su cuerpo en casa de
Hernando de Montenegro, y lo enterraron en la catedral. Cuando el bueno y
desdichado Vela Núñez quiso ponerse de rodillas para encomendarse a Dios,
Antonio de Robles, hombre muy desvergonzado, hermano del capitán Martín de
Robles, quiso atropellar con su caballo al desdichado para impedirle que
muriera cristianamente, y fray Tomás, muy airado, le dijo que esperaba que Dios
le pusiera en la misma situación, lo cual se cumplió en el Cuzco pasado poco
tiempo. Ese mismo día, que fue el 9 de noviembre de 1546, hicieron cuartos a
Rodrigo Mejía, a quien no pudo ayudar Hernando Pizarro, hijo del tirano, como
lo había hecho antes en la mar (recordemos que Martín de Alarcón no lo había
matado en un barco, junto a otros amotinados, porque el hijo de Gonzalo Pizarro
le contó que siempre había sido bien tratado por él)".
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