(666) No estará de más recoger algo de lo que cuenta Pedro Gutiérrez de Santa
Clara sobre la muerte del virrey Blasco Núñez Vela. Lo primero que llama la
atención es que participara en esta batalla de Iñaquito, la de su derrota y
muerte, en primera línea de combate. Vimos que, en el bando contrario, los
capitanes le convencieron a Gonzalo Pizarro para que se colocara en un lugar
discreto, como simple 'director de orquesta', aunque luego participó a caballo,
en lo que, según Cieza, tenía mucha habilidad. También Cristóbal Vaca de
Castro, en el enfrentamiento de Chupas, se colocó aparte, como observador de lo
que ocurría, e, incluso, hizo algo criticable: se rodeó de los mejores
capitanes para que fueran su guardia personal, hasta que uno de ellos, por
impaciencia o por vergüenza torera, arremetió contra los enemigos, arrastrando
consigo al resto de los que amparaban a Vaca de Castro. Tampoco se le ocurrió a
nadie pedirle al gran Pedro de la Gasca que entrara en la lucha en los
combates, porque no era militar, y lo que se valoraba en él era su inteligencia
y su fuerza moral.
Pero lo del pundonoroso virrey fue otra
cosa, como nos dice Santa Clara: "El buen virrey, conociendo claramente
que la infantería llevaba la peor parte de la batalla, arremetió con gran furor
a sus enemigos. Andando el virrey haciendo lo que un buen caballero debía, le
salieron cuatro de a caballo, uno de los cuales era Hernando de Torres, vecino
de Arequipa, quien le alcanzó con su lanza y le llagó malamente por el lado
derecho. Los demás lo hirieron en la cabeza, de lo que cayó al suelo,
desatinado, malherido, y bien cansado y quebrantado, porque era ya viejo. Pero,
como era esforzado y animoso, cobrando su espada, quiso ir en busca de los que
le habían herido, los cuales, no reconociéndole (ya vimos que llevaba una
camiseta de indio), pasaron de largo. Salió a pie de la batalla lo mejor
que pudo, y fue a caer en el suelo no muy lejos".
Luego habla de otros capitanes:
"Mataron los tiranos de un arcabuzazo al capitán Francisco de Cepeda, y a
otros muchos valientes caballeros que se quisieron señalar aquel día en
servicio de Su Majestad. Como todos estaban muy fatigados, y por no tener quien
los animase, porque el virrey y Don Alonso de Montemayor no aparecían, los
leales comenzaron a aflojar". Los de Gonzalo Pizarro apresaron a los
heridos del bando contrario, y a muchos de los que pudieron huir. El virrey era
muy consciente de que estaba gravemente herido, e, incluso de que, en cuanto lo
reconocieran a pesar de su vestimenta, habría muchas probabilidades de que lo
mataran, y quiso purificar su alma: "Vio pasar junto a él al padre Rodrigo
Alonso de Herrera, que era capellán del tirano. Lo llamó y le dijo que le oyese
en confesión, porque estaba muy cercano a la muerte. El capellán tuvo compasión
de él, y se apeó del caballo para confesarle. Al no reconocerle, le preguntó
quién era, y le respondió que no era asunto de su interés. Y de esta manera, el
padre le comenzó a confesar".
Después narra de qué manera mató Benito Suárez
de Carvajal al virrey, y cómo, llevada su cabeza a la plaza de Quito,
"Ventura Beltrán y Juan de la Torre Villegas, tomando mechones de su
barba, se los pusieron en los cordones de sus sombreros, diciendo que los
llevaban para que no se les olvidase el rencor que tenían contra él".
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