(961) Nunca se sabrá cuántos españoles
terminaron en las Indias como presos o esclavos de los nativos. Cada una de
esas experiencias tuvo que ser de una dureza extrema. Inca Garcilaso nos habla
de un par de casos que van a ocurrir algo más tarde de lo que está narrando ahora. El primero
ocurrirá cuando Pedro Calderón llegue a la zona de Hirrihigua en su avance hacia
el encuentro con Soto: "Los indios de aquella provincia tenían grandes
corrales de piedra seca para gozar del mucho pescado que con la creciente de la
mar en ellos entraba. Y los castellanos que estaban con el capitán Pedro
Calderón gozaban también de ella. Acaeció que un día se les antojó a dos
españoles, el uno llamado Pedro López y el otro Antonio Galván, naturales de
Valverde, ir a pescar sin permiso del capitán. Fueron en una canoa pequeña y
llevaron consigo un muchacho, natural de Badajoz, de catorce o quince años, que
se llamaba Diego Muñoz, paje del mismo capitán. Andando los dos españoles pescando,
llegaron veinte indios en dos canoas, y, entrando en el corral, con buenas
palabras, les pidieron que todos gozaran del pescado. Pedro López, que era
hombre soberbio y rústico, les dijo: 'Andad para perros, que no hay para qué
tener amistad con perros'. Diciendo esto, echó mano a su espada e hirió a un
indio que se le había llegado cerca. Los demás, viendo la sinrazón de los
españoles, los cercaron y, a flechazos y a palos, mataron a Pedro López, y a
Galván lo dejaron por muerto, con la cabeza abierta. A Diego Muñoz lo llevaron
preso, sin hacerle otro mal por su poca edad. Los castellanos que estaban en el
alojamiento acudieron en canoas a la grita por dar socorro a los suyos, y
llegaron tarde, porque hallaron muerto a Pedro López y que habían apresado a
Diego Muñoz. Sintiendo que Antonio Galván todavía respiraba, lo pudieron salvar,
pero tardó en curar de las heridas más de treinta días, y, por muchos meses,
quedó como tonto, atronado de la cabeza por los palos que en ella le dieron".
Añade la segunda anécdota: "En otro
lance semejante prendieron los indios de esta provincia de Hirrihigua a otro
español llamado Hernando Veintimilla, gran hombre de mar. El cual salió una
tarde mariscando y llegó por la ribera hasta un monte donde había
indios escondidos. Los cuales, viéndole solo, le hablaron amigablemente
diciendo que repartiese con ellos el marisco que llevaba. Veintimilla respondió
con soberbia, pretendiendo amedrentarlos. Los indios, enojados de que un
español solo les hablase así, lo
llevaron preso, pero no le hicieron mal alguno. Estos fueron los dos españoles
que tuvieron consigo los indios de esta provincia diez años, hasta el año de mil y quinientos y cuarenta y
nueve, en el que, con tormenta, aportó a esta bahía de Espíritu Santo el navío
del padre fray Luis Cáncer de Barbastro, dominico, que fue a predicar a los
indios de la Florida y ellos le mataron y a dos compañeros suyos. Y los que en el navío
quedaron se acogieron a la mar, y, yendo huyendo, les dio tormenta y tuvieron
necesidad de entrar en aquella bahía a socorrerse de la furia de la mar. Los
indios de Hirrihigua salieron, pasada la tormenta, con muchas canoas a combatir
la nao, la cual, como no llevaba gente de guerra, se retiró a la mar".
Ya dediqué una
imagen a Luis Cáncer de Barbastro, a quien se le considera el primer mártir de
La Florida. Pero, lo que va a contar a continuación el cronista, se referirá a
los dos españoles presos.
(Imagen) Entre oscuridades, he podido
encontrar algo que añada más detalles sobre la vida de HERNANDO DE SOTO, quien,
al parecer, como ya vimos, ocultaba su
lugar de nacimiento para evitar pistas de su ascendencia judía. Sigue la duda de que viniera al mundo
en Jerez de los Caballeros o en Barcarrota (ambas poblaciones situadas en la
provincia de Badajoz, a solo 25 km de distancia la una de la otra). Llegó muy
joven a las Indias, y vivió extraordinarias experiencias militares en Panamá,
Nicaragua y Perú. Me voy a centrar en algunos datos sobre sus relaciones
familiares. Tuvo varios hijos naturales, con mujeres indígenas de linaje
principesco. En aquellos tiempos se
solía efectuar la redacción de últimas voluntades cuando se veía cercana la
muerte, en general por alguna grave enfermedad. Hernando de Soto dictó el suyo
cuando iba a partir hacia La Florida, muy consciente de que la aventura
entrañaba un gran riesgo. Y señala en él, entre cosas, lo siguiente: "Dejo
cuatrocientos ducados a un muchacho que dicen que es mi hijo, llamado Andrés de
Soto, y mil ducados a una hija que dejé en Nicaragua, que se llama doña María
de Soto, casada con Hernán del Solar y Taboada". Tuvo otra hija, doña
Leonor de Soto, con la princesa india doña Leonor Coya, hermana de Atahualpa
(se dice que también había sido su mujer, algo habitual en la alta nobleza
inca). Al bautizarse la princesa, algo imprescindible para emparejarse con una
india (incluso sin llegar a casarse), Hernando le puso el nombre de su madre,
Leonor. Como ya conté, hubo una gran sintonía entre Soto y Atahualpa, en parte
porque vivieron el momento histórico de verse cara a cara por primera vez el
emperador inca y un español (el cual demostró con ello un valor inaudito). La
amistad duró para siempre. Cuando estuvo preso Atahualpa, lo visitaba Hernando
de Soto y le enseñaba a jugar al ajedrez. Y,
al ser ejecutado por los españoles, Soto se presentó ante Pizarro,
echándole en cara que Atahualpa había entregado el tesoro que se le exigía para
darle la libertad. Lo cual era cierto. Pero también que un emperador libre
podía revolver a su pueblo contra los españoles. Así murió Cuauhtémoc en México
(sospechoso de conspirar), y es probable que le hubiese pasado lo mismo a
Moctezuma si antes no muriera de una pedrada de sus propios hombres cuando
atacaban a los españoles.
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