viernes, 12 de marzo de 2021

(Día 1366) El muy valioso, pero irascible, Juan de Añasco criticó de mala manera e injustamente a quienes intentaban atravesar el río. Gómez Arias Dávila le respondió airado y sin ningún respeto.

 

     (956) Los veintiocho que siguen avanzando (tras haber muerto dos) van a tener un conflicto interno, en el que se pondrá al descubierto que el muy valioso Juan de Añasco tenía un defecto de carácter. La misión que estaban llevando a cabo era de altísimo riesgo, porque los indios eran muy aguerridos. Quizá eso explique que Hernando de Soto enviara tantos hombres con el único objeto de ordenarle a Pedro Calderón que se pusiera en marcha con su pequeña tropa, para juntarse con el grueso del ejército. Lo extraño es que Calderón tendrá que repetir, en sentido contrario, el difícil recorrido que están haciendo Añasco y los suyos, a pesar de encontrarse en la costa y disponer de una nave para poder ir por mar (esperemos que el cronista nos lo aclare). Los mensajeros llegaron a la gran laguna que necesitaban pasar. Fue el último gran obstáculo que les esperaba, y, sorprendentemente, fueron los caballos el gran problema, porque, aunque eran siempre dóciles a su mando, no había manera de que entraran en las gélidas aguas de aquel tiempo invernal: "Los españoles, desnudos como nacieron, trabajaban por echar los caballos al agua, los cuales, por el mucho frío del agua, no querían entrar. Unos ataban cordeles largos a las jáquimas (cabezadas), y cinco de ellos se metían nadando hasta ponerse en medio de la corriente para tirar de los caballos, otros, con varas largas les daban de palos para que entrasen; pero ellos se estaban quedos y se dejaban matar a palos antes que entrar en el agua. Al cabo de tres horas, por la mucha fuerza que les hacían, pasaron dos caballos. Uno era el de Juan de Añasco y el otro de Gonzalo Silvestre. Gómez Arias era el caudillo de los diecinueve que andaban en el agua (había ocho que no sabían nadar), y era el que más trabajaba de todos ellos, los cuales, pasados de frío y con los cuerpos tan amoratados que parecían negros, estaban desesperados".

     Y entonces apareció Juan de Añasco, para complicar la situación con su poco tacto: "Llegó cabalgando, y, enfadado de que no hubiesen pasado más caballos, sin considerar que no había sido por falta de diligencia, e impulsado por la cólera que este caballero de por sí tenía, dijo en voz alta: 'Gómez Arias, ¿por qué no acabáis de pasar esos caballos? Mucha enhoramala para vos'. Gómez Arias, viendo que él y sus compañeros más parecían difuntos que vivos, y que el capitán no agradecía el insoportable trabajo que estaban padeciendo, le respondió: 'Mala sea para vos y para la perra bagasa (puta) que os parió. Estáis encima de vuestro caballo, muy bien vestido y arropado con vuestro capote, y no miráis que hace más de cuatro horas que andamos en el agua, helados de frío, sin poder hacer más. Apeaos en mala hora y entrad acá; veremos si sois para más que nosotros'. A estas palabras añadió otras no mejores, porque la ira, cuando se enciende, no sabe tener freno. Juan de Añasco se disculpó al ver que los compañeros defendían a Gómez Arias, y también porque entendió que en lo que había dicho no había tenido razón. Actuando así en este viaje y en otros que hizo, se vio muchas veces en confusión y menoscabo de su reputación. Luego que se apaciguó la discordia, volvieron los españoles a su trabajo, y, como era ya cerca del mediodía, con el beneficio del calor del sol que templaba algún tanto el frío del agua, empezaron a pasar los demás caballos, pero con poca presteza, pues ya eran más de las tres de la tarde cuando acabaron de pasar".

 

     (Imagen) El conflicto entre el deán PEDRO DE MENDAVIA y el gobernador RODRIGO DE CONTRERAS fue a más porque este se revolvió contra la excomunión eclesiástica buscando amparo en la Audiencia de Panamá, aunque no se le ve mucho sentido a este recurso, por ser jurisdicciones distintas. Lo más sorprendente es que entonces hizo una piña con Mendavia el extraordinario y sensato obispo de Panamá fray TOMÁS DE BERLANGA (recordemos que, en su día, quiso poner paz, inútilmente, entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro). Los dos clérigos actuaron al alimón como inquisidores respectivos de las diócesis de Nicaragua y Panamá, y enviaron preso a Rodrigo de Contreras a España para que compareciera ante el Consejo de la Inquisición, que era, ciertamente, el que tenía competencias en el asunto. Pero el imparcial Consejo optó, finalmente, por dejar en libertad al irascible Contreras. Lo malo fue que, durante su ausencia de Nicaragua, su tesorero público y yerno PEDRO DE LOS RÍOS, que le había sustituido provisionalmente en el cargo de gobernador, trató de hacerle la vida imposible a Mendavia, el cual, tras buscar apoyo, logró apresarlo por la fuerza de las armas y encerrarlo en el monasterio de la Merced. Fue tal el alboroto, que unos doscientos hombres armados y encabezados por la trágica MARÍA DE PEÑALOSA, mujer del gobernador, sacaron a Pedro de los Ríos del monasterio, pero a costa de la vida de dos frailes (una absoluta chapuza político-religiosa). Con buena lógica, lo enviaron preso a Sevilla, para que el arzobispo, de cuya autoridad dependía, lo juzgase como alborotador y falsificador de una disposición dictada por la Audiencia de Panamá. Permaneció allí más de dos años encarcelado. La imagen muestra un documento interesante (año 1549), en el que se hace referencia a GÓMEZ ARIAS DÁVILA, quien, como se ve, reclamaba los gastos que hizo trayendo preso a Pedro de Mendavia desde  Nicaragua hasta España. Pero también se menciona que logró escapar de la cárcel eclesiástica de Sevilla, y huyó a Calahorra, por lo que Carlos V le ordenaba al obispo de la diócesis que procediera legalmente contra el fugado. No es de extrañar que le encargaran a él la delicada tarea de traerlo a España, pues, como decía Pedro de la Gasca en una carta, Gómez Arias Dávila era sobrino del gobernador Rodrigo de Contreras (aunque por parte de su mujer, María de Peñalosa, hija del temible Pedrarias Dávila).




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