(956) Los veintiocho que siguen avanzando
(tras haber muerto dos) van a tener un conflicto interno, en el que se pondrá
al descubierto que el muy valioso Juan de Añasco tenía un defecto de carácter.
La misión que estaban llevando a cabo era de altísimo riesgo, porque los indios
eran muy aguerridos. Quizá eso explique que Hernando de Soto enviara tantos
hombres con el único objeto de ordenarle a Pedro Calderón que se pusiera en
marcha con su pequeña tropa, para juntarse con el grueso del ejército. Lo
extraño es que Calderón tendrá que repetir, en sentido contrario, el difícil
recorrido que están haciendo Añasco y los suyos, a pesar de encontrarse en la
costa y disponer de una nave para poder ir por mar (esperemos que el cronista
nos lo aclare). Los mensajeros llegaron a la gran laguna que necesitaban pasar.
Fue el último gran obstáculo que les esperaba, y, sorprendentemente, fueron los
caballos el gran problema, porque, aunque eran siempre dóciles a su mando, no
había manera de que entraran en las gélidas aguas de aquel tiempo invernal:
"Los españoles, desnudos como nacieron, trabajaban por echar los caballos
al agua, los cuales, por el mucho frío del agua, no querían entrar. Unos ataban
cordeles largos a las jáquimas (cabezadas), y cinco de ellos se metían
nadando hasta ponerse en medio de la corriente para tirar de los caballos,
otros, con varas largas les daban de palos para que entrasen; pero ellos se
estaban quedos y se dejaban matar a palos antes que entrar en el agua. Al cabo
de tres horas, por la mucha fuerza que les hacían, pasaron dos caballos. Uno
era el de Juan de Añasco y el otro de Gonzalo Silvestre. Gómez Arias era el
caudillo de los diecinueve que andaban en el agua (había ocho que no sabían
nadar), y era el que más trabajaba de todos ellos, los cuales, pasados de
frío y con los cuerpos tan amoratados que parecían negros, estaban desesperados".
Y entonces apareció Juan de Añasco, para
complicar la situación con su poco tacto: "Llegó cabalgando, y, enfadado
de que no hubiesen pasado más caballos, sin considerar que no había sido por
falta de diligencia, e impulsado por la cólera que este caballero de por sí
tenía, dijo en voz alta: 'Gómez Arias, ¿por qué no acabáis de pasar esos
caballos? Mucha enhoramala para vos'. Gómez Arias, viendo que él y sus
compañeros más parecían difuntos que vivos, y que el capitán no agradecía el insoportable
trabajo que estaban padeciendo, le respondió: 'Mala sea para vos y para la
perra bagasa (puta) que os parió. Estáis encima de vuestro caballo, muy
bien vestido y arropado con vuestro capote, y no miráis que hace más de cuatro
horas que andamos en el agua, helados de frío, sin poder hacer más. Apeaos en
mala hora y entrad acá; veremos si sois para más que nosotros'. A estas
palabras añadió otras no mejores, porque la ira, cuando se enciende, no sabe
tener freno. Juan de Añasco se disculpó al ver que los compañeros defendían a
Gómez Arias, y también porque entendió que en lo que había dicho no había
tenido razón. Actuando así en este viaje y en otros que hizo, se vio muchas
veces en confusión y menoscabo de su reputación. Luego que se apaciguó la discordia,
volvieron los españoles a su trabajo, y, como era ya cerca del mediodía, con el
beneficio del calor del sol que templaba algún tanto el frío del agua,
empezaron a pasar los demás caballos, pero con poca presteza, pues ya eran más
de las tres de la tarde cuando acabaron de pasar".
(Imagen) El conflicto entre el deán PEDRO
DE MENDAVIA y el gobernador RODRIGO DE CONTRERAS fue a más porque este se
revolvió contra la excomunión eclesiástica buscando amparo en la Audiencia de
Panamá, aunque no se le ve mucho sentido a este recurso, por ser jurisdicciones
distintas. Lo más sorprendente es que entonces hizo una piña con Mendavia el
extraordinario y sensato obispo de Panamá fray TOMÁS DE BERLANGA (recordemos
que, en su día, quiso poner paz, inútilmente, entre Francisco Pizarro y Diego
de Almagro). Los dos clérigos actuaron al alimón como inquisidores respectivos
de las diócesis de Nicaragua y Panamá, y enviaron preso a Rodrigo de Contreras
a España para que compareciera ante el Consejo de la Inquisición, que era,
ciertamente, el que tenía competencias en el asunto. Pero el imparcial Consejo
optó, finalmente, por dejar en libertad al irascible Contreras. Lo malo fue
que, durante su ausencia de Nicaragua, su tesorero público y yerno PEDRO DE LOS
RÍOS, que le había sustituido provisionalmente en el cargo de gobernador, trató
de hacerle la vida imposible a Mendavia, el cual, tras buscar apoyo, logró
apresarlo por la fuerza de las armas y encerrarlo en el monasterio de la
Merced. Fue tal el alboroto, que unos doscientos hombres armados y encabezados
por la trágica MARÍA DE PEÑALOSA, mujer del gobernador, sacaron a Pedro de los
Ríos del monasterio, pero a costa de la vida de dos frailes (una absoluta
chapuza político-religiosa). Con buena lógica, lo enviaron preso a Sevilla,
para que el arzobispo, de cuya autoridad dependía, lo juzgase como alborotador
y falsificador de una disposición dictada por la Audiencia de Panamá.
Permaneció allí más de dos años encarcelado. La imagen muestra un documento
interesante (año 1549), en el que se hace referencia a GÓMEZ ARIAS DÁVILA,
quien, como se ve, reclamaba los gastos que hizo trayendo preso a Pedro de
Mendavia desde Nicaragua hasta España.
Pero también se menciona que logró escapar de la cárcel eclesiástica de
Sevilla, y huyó a Calahorra, por lo que Carlos V le ordenaba al obispo de la diócesis
que procediera legalmente contra el fugado. No es de extrañar que le encargaran
a él la delicada tarea de traerlo a España, pues, como decía Pedro de la Gasca
en una carta, Gómez Arias Dávila era sobrino del gobernador Rodrigo de
Contreras (aunque por parte de su mujer, María de Peñalosa, hija del temible
Pedrarias Dávila).
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