(946) Los indios se revolvían
desesperadamente, dispuestos a morir, con ansia de matar españoles y sabiendo
que no tenían posibilidad de vencerlos: "Estos y otros muchos casos semejantes
acaecieron en esta brutal lucha, donde hubo cuatro españoles muertos, y, muchos,
malamente lastimados. Y fue buena suerte que la mayoría de los indios estaban
en cadenas. Pero, aun así, intentaron hacer todo el daño que pudieron, de
manera que los españoles mataron a todos, lo cual fue gran lástima. Este fin tuvo la
temeridad y soberbia de Vitachuco, nacida de su ánimo, más feroz que prudente,
sobrado de presunción y falto de consejo, pues, sin necesidad, se causó su propia
muerte y la de mil y trescientos vasallos suyos, los mejores y más nobles de su
estado". Cuatro días después, se marcharon los españoles hacia las tierras
de Ochile, en donde, después de llegar, se quedaron poco tiempo, sin haber
podido hablar con el cacique porque se había refugiado en un monte y no quiso descender para hablar con
los españoles, cuya fama de bravos ya se había extendido, y los indios los
hostigaban siempre que podían.
Dejaron de lado aquel lugar, y se fueron
acercando a otro de especial importancia: "El gobernador y sus capitanes
habían oído hablar grandezas, tanto de la abundancia y fertilidad de la tierra
como de los hechos en armas y bravosidades de los Apalaches. Caminaron sin
contradicción alguna, y llegaron a una ciénaga muy grande y mala de pasar. A sus
orillas, había un monte de mucha arboleda, gruesa y alta, con mucha maleza de
zarzas que parecía un fuerte muro, por lo cual no había forma alguna por donde
pasar entre el monte y la ciénaga, salvo por una senda que los indios tenían
hecha, tan angosta, que apenas podían ir por ella dos hombres juntos".
Hernando de Soto necesitaba saber cuánta era la profundidad de la ciénaga en
todo el recorrido, y envió un grupo de soldados para comprobarlo. Siendo el
camino tan estrecho, no pudieron seguirlo entero por la oposición de los
indios. Con otro refuerzo de hombres, lograron repeler a los nativos, y, tras
ver que había al final un puente, decidieron volver y esperar al día siguiente
para seguir avanzando con más gente: "Salieron del real doscientos
españoles, y, dos horas antes de que amaneciese, caminaron hasta llegar al
puente, y lo pasaron sin que indio alguno saliese a su encuentro, pero, cuando vino el día y los vieron,
acudieron los indios con grandísima furia, y cargaron sobre los castellanos con
gran ferocidad, los cuales apretaron reciamente contra los indios. Andaban los
unos y los otros con el agua hasta la cintura, y los españoles los empujaron
hasta el callejón del monte. Como, por la estrechura del camino, eran menester
pocos españoles para contenerlos, decidieron que ciento cincuenta preparasen el
sitio para alojamiento del real y otros cincuenta guardasen y defendiesen el
paso, por si los indios viniesen a estorbar la obra, porque, como no había otro
camino para entrar donde estaban los que acondicionaban el monte, sino por la
senda o callejón, pocos cristianos que estuviesen al paso bastaban para
defenderlo. De
esta manera estuvieron todo aquel día: los indios dando gritos para inquietar a
sus enemigos, ya que no podían con las armas, y los castellanos trabajando,
unos en defender el paso, otros cortando el monte y otros quemando lo cortado para
dejar libre el sitio. Venida la noche, los nuestros no durmieron parte alguna
de ella por los muchos sobresaltos y gritos que los indios les daban".
(Imagen) Acabamos de utilizar datos del
expediente de méritos de Rodrigo Vázquez, pero me centraré ahora en otro de su
hermano, ALONSO VÁZQUEZ, ambos nacidos en la bella Jerez de los Caballeros
(Badajoz), siendo, al parecer, Alonso el mayor de estos dos supervivientes de
la catástrofe de La Florida. Uno de los testigos declarantes a favor de los
méritos de Alonso era otro de los que pudieron regresar, Juan Botello. Habían
hecho el viaje juntos desde España, en compañía de Hernando de Soto, natural de
Barcarrota (Badajoz), como Botello, el cual, tras confirmar la grave herida que tuvo en el pie
Alonso Vázquez y que estaba bajo las órdenes del capitán Juan Ruiz Lobillo,
resume los horrores que vivieron con una sola frase: "Las fatigas que
vivimos en Florida eran tan grandes, que ningún hombre podía encontrar palabras
para describirlas ni memoria para recitarlas". Pero entre los declarantes del
expediente de Alonso vemos una rara peculiaridad: había, cosa excepcional, dos
mujeres. Una de ellas era Isabel de Soto, sobrina de Hernando de Soto. Cuando
su marido, Don Carlos Enríquez, partió hacia La Florida, ella se quedó en Cuba
y nunca más le vio, ya que fue uno de los numerosos fallecidos. El valor de su
testimonio radica en que conocía bien a Alonso Vázquez, del que alaba sus
virtudes, y da fe de su buen comportamiento durante la campaña porque se lo
contó alguien de su confianza. Lo curioso es que la persona en cuestión era su
propia criada, ANA MÉNDEZ, quien, por ser mujer, fue un caso extraño en medio
de una aventura militar de aquel calibre. También ella declaró como testigo. Confirmó
lo del paso de la laguna, y dijo que fue donde los indios mataron a Don Carlos
Enríquez (quizá estuviera allí como criada suya), y que ella y los demás
supervivientes llegaron a México vestidos con pieles de animales. Y llama también la atención que ALONSO VÁZQUEZ le
pedía al Rey, mostrando sus méritos, una cosa sorprendente: un nombramiento
militar para volver a La Florida, y tener allí, además, concesiones de
encomiendas de indios, para vivir en aquellas tierras con su familia. Es
posible que hubiese recuperado la ilusión de triunfar en otro viaje que, como
vimos, preparaba Tristán de Luna, y que terminó en un nuevo desastre floridano.
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