sábado, 13 de marzo de 2021

(Día 1367) Durante su peligrosa travesía, los españoles, como garantía de la fidelidad del cacique Mucozo, apresaron sin piedad a mujeres y muchachos nativos.

 

     (957) Los españoles, después de tanto sufrimiento y riesgo de enfermar debido al mucho frío y la humedad, más el agotamiento del gran esfuerzo, se consolaron por haber conseguido que pasaran la laguna todos los caballos, y por no ser víctimas de otro peligro mayor: "Dieron gracias a Dios  de que no hubiesen acudido enemigos a cortarles el paso, que fue particular misericordia divina, porque si, tras el trabajo que hemos dicho, se les añadiera haber de pelear contra los indios, ¿qué fuera de ellos? La causa de no haber aparecido los indios debió de ser estar aquella ciénaga lejos de poblado y ser ya invierno, porque andan desnudos y acostumbran salir poco de sus casas. Los españoles hicieron grandes fuegos para calentarse, y se consolaron con que de allí en adelante, hasta Hirrihigua, no había malos pasos que atravesar. Antes que amaneciese siguieron su camino, y alancearon cinco indios que toparon, para que no diesen la noticia de su ida. Caminaron aquel día trece leguas, y, al amanecer del día siguiente, el décimo de su viaje, pasaron por el pueblo de Urribarracuxi, donde no quisieron entrar para no tener pendencia con sus moradores, y decidieron hacer noche tres leguas antes de llegar al pueblo de Mucozo".

     Lo que sigue es desagradable, pero no procede ocultar hechos que repugnan. En aquellos años, aún se permitía esclavizar a indígenas rebeldes, pero este caso es más cruel. Inca Garcilaso lo cuenta pragmáticamente: " A poco más de media noche, salieron de la dormida, y, habiendo caminado dos leguas, vieron en un monte que estaba cerca del camino un fuego. Fueron allá y hallaron muchos indios que con sus mujeres e hijos estaban asando maíz. Los españoles acordaron prender los que pudiesen, aunque fuesen vasallos de Mucozo, hasta saber si había sustentado la paz con Pedro Calderón, porque, si no la hubiese mantenido, pretendían enviar a La Habana los que prendiesen, como una muestra más de sus victorias. Arremetieron contra ellos, y, aunque los indios salieron huyendo por el monte, prendieron a mujeres y muchachos, que serían, en total, unos veinte. Estando presos, clamaban y lloraban diciendo muchas veces el nombre de 'Ortiz', para recordarles que había sido muy bien tratado por ellos y por su cacique (Mucozo). No les sirvió de nada, porque pocos son los que se acuerdan de agradecer las buenas obras recibidas".

     Recordemos que uno de los españoles, sin fuerzas para montar, iba amarrado sobre el caballo, como el Cid después de muerto: "Pasaron lejos del pueblo de Mucozo, y según caminaban, se les cansó el caballo de Juan López Cacho, del cual nos hemos olvidado después de que del pueblo de Ocali lo sacaron atado. Es de saber que, mediante el vigor de la edad robusta, pues tenía poco más de veinte años, volvió en sí, entrando en calor, y sanó del mal, de manera que por todo el camino trabajó después como cualquiera de los compañeros. Pero su caballo, como trabajó tanto al pasar el río de Ocali, estaba tan cansado que no podía seguir adelante, por lo cual lo dejaron en un buen prado, quitándole el freno y la silla, que pusieron en un árbol con el fin de que el indio que quisiese servirse de él lo llevase con todo lo necesario".

 

     (Imagen) Veremos enseguida que, durante la campaña de La Florida, GONZALO SILVESTRE (a quien ya le dediqué una imagen), el principal informador del cronista Inca Garcilaso, no tardará en encontrarse (cumpliendo una misión) con Pedro Calderón (también le hice una reseña), quien, en 1557, actuó como testigo en Badajoz sobre el informe de méritos de su compañero. Aunque Pedro era un capitán de mucho prestigio, ha quedado prácticamente olvidado. En 1557 llegó Silvestre a España, desterrado por el virrey Andrés Hurtado de Mendoza por oponerse a una absurda orden suya, la de obligar (como vimos) a los españoles a casarse porque había muchas mujeres sin marido. Además, el virrey envió malos informes sobre él a España, uno de los cuales hacía referencia a algo muy grave. Lo acusaba de haber intervenido (en 1553, tres años antes de llegar el virrey a Perú) en el asesinato del gran Pedro de Hinojosa, por oponerse a apoyar la rebelión de Don Sebastián de Castilla contra la Corona. Quizá se debiera a que, como vimos, el virrey era un hombre muy orgulloso y vengativo (que fue destituido por el Rey). Inca Garcilaso, que mantuvo una larga amistad con Silvestre, nunca habló de esas acusaciones, ni, en general, ninguno de los cronistas. Él se defendió con testigos, pero no se conoce el resultado del proceso, aunque tuvo que resultar absuelto, o archivado el caso, pues pasó el resto de su vida tranquilamente en un pueblo cordobés, Posadas (aunque era cacereño). Estuvo viviendo de alguna merced que le concedió el Rey, porque casi todo lo perdió en las Indias, de donde llegó, además, con una pierna quebrada en la batalla de Chuquinga, cicatrices de guerra y, en la cabeza, unas heridas supurantes, provocadas por alguna enfermedad contagiosa. Aunque Inca Garcilaso lo apreciaba mucho, en parte debido a que gracias a sus informaciones pudo escribir su libro sobre La Florida, se distanciaron porque tuvo que hacerle muchos préstamos para sacarle de los apuros típicos de un derrochador. No obstante, a la hora de la verdad, la de la muerte, GONZALO SILVESTRE escogió a INCA GARCILASO como uno de los albaceas de su testamento. Falleció en Posadas el año 1592, siendo voluntad suya que lo enterraran en la iglesia de Santa María de las Flores, teniendo a su lado su espada, sus armas, el peto y el espaldar, los mejores símbolos de su mayor grandeza, la de un excepcional conquistador de Las Indias.




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