miércoles, 10 de marzo de 2021

(Día 1364) En nueve viajes de la barcaza, lograron pasar el río los treinta españoles (y los caballos nadando), pero con el acoso permanente de los indios en ambas orillas.

 

     (954) Por absurdo que parezca, la huida del cacique Capasi tuvo una explicación muy simple. Se durmieron todos los españoles, centinelas incluidos: "El cacique, viendo su oportunidad, salió a gatas por medio de los centinelas, y sus indios, topando con él, lo habían llevado a cuestas, y, para que no volviesen a apresarlo, procuraron ponerlo en sitio más seguro que el de antes, y así lo llevaron donde nunca más se le encontró. Los dos capitanes, que por su honra callo sus nombres, y sus soldados llegaron a su campamento bien avergonzados de que el cacique se les hubiese escapado a gatas. Al gobernador y a los demás capitanes les dijeron mil fábulas en descargo de su descuido, certificando todos que habían sentido aquella noche cosas extrañísimas, y que no era posible su huida si no fue por los aires con los diablos. Hernando de Soto, al ver que el mal ya estaba hecho, y para no afrentar a aquellos capitanes y soldados, se dio por persuadido de lo que le decían".

     El cronista lo deja así, y vuelve a hablarnos de los que iban hacia la costa y se encontraban en gran peligro al pasar un río: "Los que se ocupaban de cortar la madera, en breve tiempo hicieron la balsa, y la echaron en el agua con dos cordeles largos, con los cuales la llevasen y trajesen de una parte a otra del río, para lo que dos buenos nadadores llevaron uno de los cordeles a la otra ribera. Todo esto tenían hecho los españoles cuando los indios de Ocali, con gran ímpetu y vocería, llegaron cerca del río con intención de matar a los cristianos. Los once caballeros que habían pasado el río se enfrentaron a ellos con tanta determinación, alanceando a los primeros que toparon, que los indios se retiraron, contentándose con tirarles muchas flechas desde lejos. Los cuatro caballeros que estaban de esta parte del río, donde había menos enemigos, los detenían con sus arremetidas para que no llegasen adonde la balsa andaba. La cual, entretanto que los de a caballo defendían la una ribera y la otra, hizo nueve viajes. Para el último, quedaron de esta parte del río solamente Hernando Atanasio y Gonzalo Silvestre. El cual, mientras su compañero echaba su caballo al agua y entraba en la balsa, salió a enfrentarse a los enemigos y, habiéndolos retirado un buen trecho, volvió a todo correr para llegar a la orilla, echó el caballo al agua y él entró en la balsa. Los indios se dieron prisa en venir a flechar a los castellanos, pero ellos ya iban fuera de peligro por la mucha diligencia que los compañeros de la otra parte habían puesto en tirar con el cordel de la balsa. Los caballos pasaban el río nadando de muy buena gana, sin necesidad de que los guiasen, pues parecían reconocer el mal que los enemigos les deseaban hacer, como si fueran racionales. Con las dificultades y trabajos que hemos dicho, y muchos más que se dejan de decir porque es imposible poderse contar todos los que en semejantes jornadas se padecen, pasaron estos treinta valientes y esforzados caballeros el río de Ocali, habiéndolos Dios Nuestro Señor favorecido tan piadosamente, que ninguno de ellos ni de sus caballos saliesen heridos". (Como de costumbre, Inca Garcilaso no pierde la ocasión de mostrar el aprecio que tenía por los caballos).

 

     (Imagen) Convendrá añadir algunos datos aclaratorios a lo que ya vimos sobre ISABEL DE BOBADILLA, la mujer de Hernando de Soto. Había nacido hacia el año 1503  en Segovia, como su padre, el valeroso pero cruel Pedrarias Dávila, quien con unos 70 años llegó a las Indias en 1514, y no paró de conquistar y fundar poblaciones (por tierras centroamericanas) hasta su fallecimiento en 1531 (una longevidad prodigiosa en aquellos tiempos y entre tantos peligros). Si Pedrarias era de alto linaje, lo superaba el de su esposa, también llamada Isabel de Bobadilla (fallecida en Madrid el año 1539), sobrina, a su vez, de otra Isabel de Bobadilla, aquella poderosa mujer a la que Isabel la Católica apreciaba como a nadie, cuyo hermano (y abuelo de la mujer de Soto), Francisco de Bobadilla, era, asimismo, muy querido de los Reyes Católicos. Tanto, que fue enviado a las Indias a poner orden en los asuntos de Cristóbal Colón, con la fatalidad de que, al volver, murió en un naufragio. El duro Pedrarias Dávila apreciaba mucho a Hernando de Soto desde que lo tuvo a su servicio por Panamá siendo muy joven. Hasta es posible que ya entonces Hernando e Isabel se vieran con buenos ojos, pero los separaba su nivel social, una barrera que Pedrarias no permitiría franquear. Ese obstáculo desapareció cuando, muerto ya Pedrarias, Soto llegó a Sevilla en 1536 lleno de gloria y riqueza, más un proyecto deslumbrante: la conquista de La Florida. La boda fue inmediata, y no solo habría una atracción física, sino también la de ser ambos personas excepcionales. Solo así se entiende que Hernando de Soto saliera desde Cuba hacia las  nuevas tierras del norte delegando en su mujer los cargos de Gobernadora y Capitana General de la gran isla caribeña. Como hemos visto, Isabel, superando dificultades, consiguió que su marido recibiera una carta suya cuando estaba inmerso en la lejana Florida. La imagen muestra un documento de Carlos V en el que le pedía a Isabel que se diera prisa en acabar en Cuba la fortaleza que le había ordenado hacer a su marido (la primera de la isla, y hecha para defensa contra los piratas). Empieza diciendo: "Dña. Isabel de Bobadilla, ya sabéis que por nuestro mandado se encargó al Adelantado Don Hernando de Soto, vuestro marido. edificar una fortaleza en el puerto de La Habana… y, porque a nuestro servicio y a la seguridad de la isla conviene, os mando que se acabe pronto la dicha fortaleza".




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