(954) Por absurdo que parezca, la huida
del cacique Capasi tuvo una explicación muy simple. Se durmieron todos los
españoles, centinelas incluidos: "El cacique, viendo su oportunidad, salió
a gatas por medio de los centinelas, y sus indios, topando con él, lo habían
llevado a cuestas, y, para que no volviesen a apresarlo, procuraron ponerlo en
sitio más seguro que el de antes, y así lo llevaron donde nunca más se le
encontró. Los
dos capitanes, que por su honra callo sus nombres, y sus soldados llegaron a su
campamento bien avergonzados de que el cacique se les hubiese escapado a gatas.
Al gobernador y a los demás capitanes les dijeron mil fábulas en descargo de su
descuido, certificando todos que habían sentido aquella noche cosas
extrañísimas, y que no era posible su huida si no fue por los aires con los
diablos. Hernando
de Soto, al ver que el mal ya estaba hecho, y para no afrentar a aquellos
capitanes y soldados, se dio por persuadido de lo que le decían".
El cronista lo deja así, y vuelve a
hablarnos de los que iban hacia la costa y se encontraban en gran peligro al
pasar un río: "Los
que se ocupaban de cortar la madera, en breve tiempo hicieron la balsa, y la
echaron en el agua con dos cordeles largos, con los cuales la llevasen y
trajesen de una parte a otra del río, para lo que dos buenos nadadores llevaron
uno de los cordeles a la otra ribera. Todo esto tenían hecho los españoles
cuando los indios de Ocali, con gran ímpetu y vocería, llegaron cerca del río
con intención de matar a los cristianos. Los once caballeros que habían pasado el río se
enfrentaron a ellos con tanta determinación, alanceando a los primeros que
toparon, que los indios se retiraron, contentándose con tirarles muchas flechas
desde lejos. Los
cuatro caballeros que estaban de esta parte del río, donde había menos
enemigos, los detenían con sus arremetidas para que no llegasen adonde la balsa
andaba. La cual, entretanto que los de a caballo defendían la una ribera y la
otra, hizo nueve viajes. Para el último, quedaron de esta parte del río solamente
Hernando Atanasio y Gonzalo Silvestre. El cual, mientras su compañero echaba su
caballo al agua y entraba en la balsa, salió a enfrentarse a los enemigos y,
habiéndolos retirado un buen trecho, volvió a todo correr para llegar a la
orilla, echó el caballo al agua y él entró en la balsa. Los indios se dieron prisa
en venir a flechar a los castellanos, pero ellos ya iban fuera de peligro por
la mucha diligencia que los compañeros de la otra parte habían puesto en tirar con
el cordel de la balsa. Los caballos pasaban el río nadando de muy buena gana,
sin necesidad de que los guiasen, pues parecían reconocer el mal que los
enemigos les deseaban hacer, como si fueran racionales. Con las dificultades y
trabajos que hemos dicho, y muchos más que se dejan de decir porque es
imposible poderse contar todos los que en semejantes jornadas se padecen,
pasaron estos treinta valientes y esforzados caballeros el río de Ocali,
habiéndolos Dios Nuestro Señor favorecido tan piadosamente, que ninguno de
ellos ni de sus caballos saliesen heridos". (Como de costumbre, Inca
Garcilaso no pierde la ocasión de mostrar el aprecio que tenía por los
caballos).
(Imagen) Convendrá añadir algunos datos
aclaratorios a lo que ya vimos sobre ISABEL DE BOBADILLA, la mujer de Hernando
de Soto. Había nacido hacia el año 1503
en Segovia, como su padre, el valeroso pero cruel Pedrarias Dávila,
quien con unos 70 años llegó a las Indias en 1514, y no paró de conquistar y
fundar poblaciones (por tierras centroamericanas) hasta su fallecimiento en 1531
(una longevidad prodigiosa en aquellos tiempos y entre tantos peligros). Si
Pedrarias era de alto linaje, lo superaba el de su esposa, también llamada
Isabel de Bobadilla (fallecida en Madrid el año 1539), sobrina, a su vez, de
otra Isabel de Bobadilla, aquella poderosa mujer a la que Isabel la Católica
apreciaba como a nadie, cuyo hermano (y abuelo de la mujer de Soto), Francisco
de Bobadilla, era, asimismo, muy querido de los Reyes Católicos. Tanto, que fue
enviado a las Indias a poner orden en los asuntos de Cristóbal Colón, con la
fatalidad de que, al volver, murió en un naufragio. El duro Pedrarias Dávila apreciaba
mucho a Hernando de Soto desde que lo tuvo a su servicio por Panamá siendo muy
joven. Hasta es posible que ya entonces Hernando e Isabel se vieran con buenos
ojos, pero los separaba su nivel social, una barrera que Pedrarias no
permitiría franquear. Ese obstáculo desapareció cuando, muerto ya Pedrarias,
Soto llegó a Sevilla en 1536 lleno de gloria y riqueza, más un proyecto
deslumbrante: la conquista de La Florida. La boda fue inmediata, y no solo
habría una atracción física, sino también la de ser ambos personas
excepcionales. Solo así se entiende que Hernando de Soto saliera desde Cuba
hacia las nuevas tierras del norte
delegando en su mujer los cargos de Gobernadora y Capitana General de la gran
isla caribeña. Como hemos visto, Isabel, superando dificultades, consiguió que
su marido recibiera una carta suya cuando estaba inmerso en la lejana Florida.
La imagen muestra un documento de Carlos V en el que le pedía a Isabel que se
diera prisa en acabar en Cuba la fortaleza que le había ordenado hacer a su
marido (la primera de la isla, y hecha para defensa contra los piratas). Empieza
diciendo: "Dña. Isabel de Bobadilla, ya sabéis que por nuestro mandado se
encargó al Adelantado Don Hernando de Soto, vuestro marido. edificar una
fortaleza en el puerto de La Habana… y, porque a nuestro servicio y a la
seguridad de la isla conviene, os mando que se acabe pronto la dicha
fortaleza".
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