(971) Cuando llegó el resto del ejército
de Hernando de Soto, fueron muy bien acogidos por el cacique de Altapaha y todo
su pueblo, mostrándose muy generosos en la entrega de provisiones. Estuvieron
allí tres días: "Durante los cuales se mantuvo la paz que al principio se
había asentado, de manera que ninguna molestia recibieron los indios, salvo la
comida que les gastaron, y esa la tomaban los españoles muy tasadamente por no irritar
a los naturales". Luego pasaron de largo por otro poblado: "Por la
provincia de Achalaque caminaron los españoles grandes jornadas por salir
presto de ella, porque era estéril de comida, y porque deseaban verse ya en la
de Cofitachequi, donde, por las noticias que habían tenido de que en aquella
provincia había mucho oro y plata, pensaban cargarse de grandes tesoros y
volverse a España". (Cuánta esperanza y cuánta desilusión debía de haber
en la vida de aquellos sufridos conquistadores…). Sin embargo, también en
Achalaque habían sido bien recibidos, y dejado ellos un buen recuerdo. De paso,
Inca Garcilaso, hace una consideración sobre cómo se asentarían en aquellas
tierras nuevas razas de animales: "Y lo mismo habían hecho con el cacique
de Altapaha y con los demás caciques que habían salido de paz y hecho amistad a
los españoles. En su viaje a La Florida llevaron
más de trescientas cabezas de cochinos, machos y hembras, que multiplicaron
grandemente y fueron de mucho provecho en grandes necesidades que nuestros
castellanos tuvieron en este descubrimiento. Y si los indios no los han
consumido, es de creer que, dadas las condiciones que aquel gran reino tiene
para criarlos, habrá hoy gran cantidad de ellos, porque, además de los que el
gobernador daba a los caciques amigos, se perdieron muchos por los caminos,
aunque los guardaban con mucho cuidado".
La siguiente provincia se llamaba Cofa.
Como siempre hacía Hernando de Soto, enviaba por delante mensajeros para
ofrecer su amistad, y también con el fin de tener una impresión sobre la
actitud de los indios ante su próxima visita. Y siguió la buena racha de los
amables encuentros: "El cacique Cofa (recordemos que era frecuente en
las Indias que el cacique y su territorio tuvieran el mismo nombre) y todos sus vasallos
mostraron alegrarse mucho con el mensaje, y así, de común consentimiento y con
gran fiesta y regocijo, respondieron diciendo que el gobernador y todo su
ejército fuesen muy enhorabuena a su poblado, donde los esperaban con mucho
deseo de conocerlos, para servirlos con
todas sus fuerzas. Esta provincia de Cofa es fértil y abundante de alimentos.
Está poblada de mucha y muy buena gente, doméstica y afable, donde el
gobernador y los suyos fueron regalados y descansaron en este primer pueblo
cinco días, porque el cacique no consintió que se fuesen antes, y el gobernador,
por vía de amistad, consintió en ello. No hemos hecho mención hasta ahora de una pieza
de artillería que Hernando de Soto llevaba en su ejército. Habiendo visto el
adelantado que no servía sino de carga y pesadumbre, ocupando hombres que
cuidasen de ella y acémilas que la llevasen, decidió dejársela al curaca Cofa
para que se la guardase y, para que viese lo que le dejaba, mandó apuntar con la
pieza desde la misma casa del cacique a una grande y hermosísima encina que
estaba fuera del pueblo, y, de dos pelotazos, la desbarató toda, de lo que el
curaca y sus indios quedaron admirados".
(Imagen) No estará de más situar a ISABEL
DE BOBADILLA, mujer de Hernando de Soto, en el punto que le corresponde dentro
de su familia. Era hija del implacable Pedrarias Dávila, a quien, sin embargo,
adoraba su mujer, de ilustre linaje y también llamada Isabel de Bobadilla.
Constituyeron un matrimonio inconmovible y fecundo, que trajo al mundo nueve
hijos (sin contar los que, probablemente, no superaron la niñez). Pedrarias
murió el año 1531 (con unos 90 años), pero, en 1520, su mujer volvió a España
con su hijo mayor, Diego Arias Dávila, heredero del mayorazgo familiar, el cual
se casó a su llegada con doña Mencía de Ayala, y vivieron en Segovia, de donde
eran sus raíces; allí ejercía como regidor del cabildo, pero solo vivió diez
años más. El segundo, Francisco de Bobadilla, fue fraile dominico en Piedrahita
(Segovia). El tercero, Juan Arias, fue a Nicaragua para acompañar a su anciano
padre, pero falleció, también en 1530, con solo 21 años (doble y gran golpe
para Pedrarias, que murió el año siguiente). El mayorazgo pasó al cuarto
hermano, Arias Gonzalo de Ávila, que también heredó el título de Conde de
Puñoenrostro. Venían después cinco hijas. La mayor era la trágica María de Peñalosa
(cuya historia ya conocemos). Había estado prometida al gran Vasco Núñez de
Balboa, pero su padre, el terrible Pedrarias, lo ejecutó. Luego se casó en 1524
con el noble segoviano Rodrigo de Contreras, gobernador de Nicaragua, sufriendo
con horror, en 1550, que dos de sus once hijos, Hernando y Pedro Contreras,
murieran al ser derrotados como rebeldes en Perú. Le llega el turno a 'nuestra'
ISABEL DE BOBADILLA. Se confirman tres cosas: tendría unos 25 años cuando se
casó (en 1539), su único marido fue Hernando de Soto y no tuvieron hijos. Le
sigue en la lista Elvira Arias, por la que mostró su madre especial
preocupación en la redacción de su testamento, otorgado el 20 de octubre de
1539 en Madrid, ya que, no habiéndose casado ni entrado en religión, su futuro
era una incógnita, pero, ya fallecida su madre en 1543, se casó con un vecino
de Guadalajara llamado Urbán de Arellano. Las dos últimas hijas profesaron como
religiosas: Beatriz de Bobadilla, en Santa María de las Dueñas (Sevilla), y su
hermana Catalina de Arias fue abadesa en el
monasterio de San Antonio el Real (Segovia). No le vendrían mal al
sanguinario Pedrarias Dávila sus piadosas oraciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario