(959) Al final, terminó bien el cruel apresamiento
de las mujeres indias y jóvenes muchachos: "El capitán Juan de Añasco, luego que
llegó al pueblo de Hirrihigua, se informó por el capitán Pedro Calderón de si
los indios de aquella provincia y los de Mucozo habían mantenido la paz, y,
habiendo sabido que sí, mandó soltar a las indias y muchachos que traían
presos, y con dádivas los envió a su tierra, y les mandó que dijesen a su
curaca Mucozo viniese a verlos y trajese gente para llevar a sus casas las
provisiones y otras muchas cosas que pensaban dejarles y que cuidase del
caballo que en su tierra había quedado cansado. Las mujeres y muchachos se fueron muy
contentos, y, al tercer día, vino el buen Mucozo acompañado de sus caballeros y
gente noble, y trajo el caballo consigo. Con mucho amor abrazó el cacique
Mucozo al capitán Juan de Añasco, y a todos les preguntó cómo venían de salud y
cómo estaba el gobernador y todo su ejército. Después de haberse informado,
quiso saber muy particularmente cómo les había ido por el camino a la ida y a
la venida; qué batallas, hambres y trabajos habían pasado; y, tras enterarse de
todo, dijo que holgaría mucho de poder convencer a todos los curacas de aquel
gran reino para que sirviesen al gobernador y a sus españoles como ellos
merecían y él lo deseaba". (No deja de ser extraña tanta benevolencia por
parte de Mucozo).
Ya hice referencia a que Inca Garcilaso,
tras haber luchado como capitán en la milicia, recibió Órdenes Menores
Clericales (quizá como diácono) el año 1579, pero no parece que llegara a ser
sacerdote. Era, pues, un hombre religioso, y se trasluce en muchos de sus
comentarios, como en este párrafo:
"El contador público y capitán Juan de Añasco le rindió las gracias
en nombre de todos al cacique Mucozo por el amor que les tenía, y también de
parte del general Hernando de Soto por la paz y amistad que con el capitán
Pedro Calderón y sus soldados había tenido, y por la afición que siempre les
había mostrado. Por ambas partes hubo otras muchas palabras de comedimiento y
amor, y las del indio iban ordenadas y dichas tan a propósito, que admiraban a
los españoles, porque, cierto, fue dotado de todas las buenas maneras que un caballero
que se hubiese criado en la corte pudiera tener, pues sus dotes, tanto en obras
como en palabras, eran tales, que con razón se maravillaban de él nuestros
españoles, viéndole nacido y criado en aquellos desiertos, y muy justamente le
amaban por su buen entendimiento y mucha bondad. Pero fue gran lástima que no
le convidasen con el agua del bautismo, que, dado su buen juicio, pocas
persuasiones fueran menester para sacarlo de su gentilidad y reducirlo a
nuestra Fe Católica. Y habría sido un bello principio para esperar que tal
grano echara muchas espigas y hubiera mucha mies. Mas no es justo culparles,
porque estos cristianos habían determinado predicar y administrar los
sacramentos de nuestra ley de gracia después de haber conquistado y hecho
asiento en la tierra. Sirva esto para disculpar a estos castellanos de tener el
mismo descuido en otros semejantes pasos que adelante veremos, aunque es cierto
que se perdieron ocasiones muy dispuestas para ser predicado y recibido el
evangelio, con riesgo de perderse los que las pierden".
(Imagen) FRANCISCO MARTÍN SANDOVAL fue
otro de los supervivientes de La Florida que declaró el año 1558 como testigo
en Badajoz a favor de GONZALO SILVESTRE. Silvestre era de Herrera de Alcántara
(Cáceres), y Francisco Martín, de Talavera la Real (Badajoz), y, por lo que
declara Francisco en su testimonio, se
ve que hicieron mucha amistad, ya que partieron juntos en 1538 hacia La Florida
y servían en la misma compañía del ejército de Hernando de Soto. En la imagen
se ve que las dos poblaciones hacen frontera con Portugal y se distancian una
de otra 134 km. De la pequeña localidad de Talavera (donde actualmente hay una
base aérea militar), se enrolaron también siete paisanos de Francisco, de los
cuales solo constan como supervivientes Andrés Sánchez y Hernando Sánchez Mancera.
Ya comenté que muchos de los que regresaron de la expedición se establecieron
de inmediato en México, pero hubo otros que, atraídos por la trepidante acción
de las guerras civiles, marcharon a Perú para servir al Rey contra los
rebeldes. Una vez más, Gonzalo Silvestre y Francisco Martín estuvieron de
acuerdo en compartir riesgos en Perú, y allá se fueron. Coincidieron hasta en
la edad que tenían, pues Francisco nació en 1516, que es la fecha que se suele
señalar también para el nacimiento de Silvestre. En Perú batallaron juntos
contra los rebeldes Gonzalo Pizarro y Francisco Hernández Girón. Al hablar en
su declaración sobre los méritos de su compañero, Francisco pone de relieve el
gusto que tenía Silvestre por las cosas de valor, y deja claro que disponía de medios.
Dijo de él que estuvo en La Florida "con sus armas y caballos, como hombre
de bien y de calidad, al que le mataron un caballo que valía mil ducados, y
compró otro". Añadió que "lo vio servir en Perú como hombre noble hijodalgo,
con buenos caballos, gastando mucho dinero en aquellas batallas, porque sirvió
siempre al Rey a su costa". Declaró también "que lo conoció rico y
después lo vio pobre y gastado por haberse encontrado en las guerras, y no
había podido disfrutar de su hacienda". Sabía también que "tenía en
la villa de La Plata y en
Potosí casas, ganados y minas que rentaban unos doce mil ducados
al año, con los cuales se sustentaba y servía en las guerras a su costa".
Todo eso fue lo que perdió GONZALO SILVESTRE al ser desterrado a España por el
injusto virrey Andrés Hurtado de Mendoza.
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