(964) Siguieron en apuros los españoles
por otra tanda de indios en ataque:
"No andaba menos cruel y sangrienta la pelea por las otras partes,
porque por el lado derecho de la batalla acudió una gran banda de indios con
mucho ímpetu y furor sobre los cristianos. Un valiente soldado, natural de
Almendralejo, llamado Andrés de Meneses, salió a resistirles, y con él fueron
otros diez o doce españoles, sobre los cuales cargaron los indios con tanta
ferocidad y braveza que, de cuatro flechazos que dieron a Andrés de Meneses lo
derribaron en el agua. Hirieron asimismo a otros cinco de los que fueron con
él. Los
españoles se esforzaban con su buen ánimo para defender sus vidas, que ya no
peleaban por otro interés, y llevaban lo peor de la batalla, porque solo podían
atacar los cincuenta peones, pues los de a caballo, por ser la pelea en el
agua, no eran de provecho para los suyos ni de daño para los enemigos".
Pero se salvaron milagrosamente: "Entonces
se enteraron todos los indios de que su capitán general estaba herido de
muerte, con lo cual empezaron a retirarse poco a poco, aunque tirando flechas a
sus contrarios. Los castellanos se rehicieron, los echaron fuera de toda la ciénaga,
y los empujaron por el callejón del monte cerrado que había en la otra ribera,
y les ganaron el sitio que habían preparado los españoles para su alojamiento
cuando pasó el gobernador con su ejército. Los españoles se quedaron en él
aquella noche porque era plaza fuerte y cerrada donde los enemigos no podían
hacerles daño. Sintiéndose seguros, curaron
a los heridos como pudieron, pues la mayoría lo estaban, pero pasaron la noche en
vela, porque los indios, con sus gritos y alaridos, no les dejaron reposar".
A Antonio Galván, tiempo atrás, los indios
le golpearon en la cabeza de tal manera que lo dieron por muerto. Como ya nos
dijo el cronista, sus compañeros lo recogieron, y se fue recuperando, pero en
un proceso lento, durante el cual decía incoherencias que eran motivo de risa
general, y a los soldados les encantaba hacerle preguntas para oír sus
disparates. Ahora le vemos completamente en sus cabales, e incluso como objeto
de admiración y agradecimiento por parte de toda la tropa: "Con el buen tiro
que Antonio Galván lanzó aquel día socorrió Nuestro Señor a estos españoles, pues,
ciertamente, de no ser tan acertado y en la persona del capitán general, los
indios habrían podido hacer gran estrago en ellos, o degollarlos a todos, pues ellos
eran muchos y animosos, y los españoles pocos y la mayoría a caballo. Por ser la pelea en el
agua, no eran señores de sí ni de sus caballos para atacar al enemigo o
defenderse de él, por lo cual, peleando solos los de a pie, estuvieron a punto
de perderse todos. Y así, platicando después muchas veces delante del
gobernador sobre el peligro de aquel día, daban siempre a Antonio Galván la
honra de que, gracias a él él, no resultaron vencidos y muertos".
Cuando amaneció, los españoles siguieron
avanzando bajo una lluvia de flechas: "De esta manera caminaron dos leguas
de monte donde los indios hirieron a más de veinte castellanos y ellos no
pudieron hacer daño alguno en sus enemigos porque hacían harto en guardarse de
las flechas. Pasado el monte, salieron a un campo raso donde los indios, por
temor a los caballos, no osaron atacarles, y, así, pudieron caminar con menos
pesadumbre".
(Imagen) El acoso de los nativos fue
constante mientras avanzaba Pedro Calderón con sus hombres hacia el territorio
de los apalaches, para unirse al ejército de Hernando de Soto. Al portugués
Álvaro Fernández le mataron su segundo caballo (valían una fortuna). Sigue
diciendo el cronista: "Llegaron a Apalache a la puesta de sol (recorrieron
unos 350 km), haciendo la última jornada a paso corto por los muchos
heridos que llevaban, de los cuales murieron después unos doce, y entre ellos
Andrés de Meneses, que era un valiente soldado. Llegados
ante su capitán general y sus compañeros, fueron recibidos con gran regocijo,
pues se les daba por muertos, ya que los indios les habían dicho muchas veces
que los habían degollado por los caminos. Y ello era verosímil, porque, habiéndose
visto el gobernador en grandes peligros con los más de ochocientos hombres que
llevaba cuando pasó por aquellas provincias, era creíble que, no siendo más de
ciento veinte los de Pedro Calderón, se viesen perdidos. Es de saber que,
cuando el capitán Pedro Calderón llegó al pueblo de Apalache, hacía seis días
que el contador Juan de Añasco, que salió de la bahía de Espíritu Santo (Tampa)
con los dos bergantines rumbo a la de Aute, había llegado sin haberle acaecido
por el mar cosa digna de memoria. Desembarcó en Aute, sin oposición de los
enemigos, porque el gobernador envió al puerto una compañía de caballos y otra
de infantes para protegerlos, y tenían
puestas las banderas en los árboles más altos para que las viesen desde el mar.
Cuando Juan de Añasco y Pedro Calderón se vieron juntos en compañía del
gobernador y sus hombres, se alegraron mucho, pues los trabajos se les harían
más fáciles, porque la compañía de los amigos es alivio y descanso en los
afanes. Con este común contento pasaron el invierno estos españoles en el
pueblo y provincia de Apalache". Dicho lo cual, parece evidente que, si
Calderón y su tropa tuvieron que hacer el viaje por tierra (que ya habían hecho
los ochocientos que iban con Soto), expuestos a tantos peligros, se debió a que
aquellos ciento veinte hombres no cabían en los dos bergantines, y todos ellos
eran necesarios para enfrentarse con ciertas garantías (a costa de algún
muerto) al durísimo y continuo acoso de los multitudinarios indios. La imagen
aclara cómo Pedro Calderón, repitiendo el viaje de Soto, llegó por tierra hasta
Apalache, haciéndolo Añasco por mar desde la misma bahía de Tampa.
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