(973) La situación de los soldados de
Hernando de Soto y de los indios que los acompañaban se estaba haciendo
insostenible por el hambre. No les quedaba más remedio que esperar confiados en
que los cuatro capitanes que había enviado Soto con hombres, por sitios
diferentes, en busca de comida encontraran provisiones suficientes: "Los
capitanes caminaron seis días. Tres capitanes de ellos no hallaron cosa digna
de memoria, sino hambre y más hambre. Sólo el contador (y capitán) Juan
de Añasco tuvo mejor dicha, pues, yendo río arriba, al fin halló un pueblo
asentado en la ribera, en el que había poca gente, pero mucha comida para
pueblo tan pequeño, y, después, subieron en las casas más altas y descubrieron
que, de allí adelante, estaba poblada la tierra de muchos pueblos grandes y
pequeños, con muchas sementeras a todas partes, de que los nuestros dieron
gracias a Dios, y ellos y los indios mataron la hambre que llevaban. Pasada la
media noche, despacharon cuatro de a caballo para dar aviso al gobernador de lo
que habían descubierto. Los cuatro españoles volvieron con la buena nueva y,
para ser creídos, llevaron muchas mazorcas de maíz".
Con el capitán Juan de Añasco, iba un
grupo de indios bajo el mando de Patofa, su jefe militar, el cual empezó a
cumplir el mandato de su cacique, Cofaqui, y se vengó de viejos enemigos: "El general Patofa y sus indios, la noche
que durmieron en el pueblo, lo más secretamente que pudieron, sin que los
españoles supiesen cosa alguna de su hecho, lo saquearon, y robaron el templo,
donde tenían sus mayores riquezas. Mataron a todos los indios que dentro y fuera
del pueblo había, sin perdonar sexo ni edad, y a los que así mataban les
quitaban los cascos de la cabeza (las cabelleras), de las orejas para arriba,
con admirable destreza. Se llevaban estos cascos para que viese su curaca
Cofaqui la venganza que en sus enemigos habían hecho de las injurias recibidas,
porque, según después se vio, este pueblo era de la provincia de Cofachiqui,
que tan deseada había sido de los españoles y tanta hambre les había costado el
descubrirla".
Veremos si estos hechos tendrán
consecuencias, pero, ya de entrada, por si acaso, emprendieron el retorno hacia
el campamento de Hernando de Soto: "El día siguiente, a medio día, salió Juan
de Añasco del pueblo con todos sus españoles e indios, pues no osaron esperar
en él al gobernador, temiendo que se juntasen gran número de gente de aquella
tierra y los mataran a todos, pues no eran suficientes para resistirlos, por lo
cual les pareció más seguro volver a donde estaba el gobernador".
Todo hace suponer que la brutalidad que
hicieron los indios en el poblado les acarreará problemas a los españoles,
pero, de momento, Inca Garcilaso no hace
ningún comentario. Juan de Añasco se juntó, para el regreso, con los
otros tres capitanes: "Los cuatro caballeros, que con la relación y buena
nueva de haber hallado comida y tierra poblada dejamos en el camino, llegaron
donde el gobernador estaba, habiendo caminado en un día, a la vuelta, lo que
habían caminado en tres a la ida, que fueron más de doce leguas, y le dieron
aviso de lo que habían descubierto".
(Imagen) Vamos viendo que las venganzas
entre las tribus indias solían ser terribles, acostumbrando arrancar las
cabelleras a los enemigos muertos. El cronista nos da también un ejemplo de la
dureza con la que castigaban los jefes a sus indios rebeldes. Así lo cuenta: "Ocurrió
días atrás que, yendo los españoles por despoblado, un indio de los que
llevaban carga, movido de cobardía o por otra causa que él se sabía, acordó
huir. El español a cuyo cargo iba, dio cuenta de ello a Patofa, el general
indio, el cual mandó a cuatro de los suyos que, a toda diligencia, fuesen a por
aquel indio y se lo trajesen maniatado. Los indios lo alcanzaron, volvieron al real
y lo pusieron delante de su capitán. El cual, después de haberle afeado en
presencia de sus soldados su cobardía, el desacato a su cacique, el poco
respeto a su capitán general y la traición y alevosía que a sus compañeros y a
toda su nación había hecho, le dijo: 'No quedará tu delito y maldad sin
castigo, para que otros no tomen de ti mal ejemplo'. Diciendo esto, mandó que
lo llevasen a un arroyo pequeño, y, Patofa presente, le quitaron la poca ropa
que llevaba, sin dejarle más que los pañetes. Luego, por mandato del capitán,
trajeron muchas varas de árboles, y le dijo al indio: 'Échate de pechos sobre
ese arroyo y bebe toda esa agua, y no ceses hasta que la agotes'. Mandó a
cuatro indios que, en alzando la cabeza del agua, le diesen con las varas hasta
que volviese a beber, e hizo que le enturbiasen el agua para que la bebiese con
mayor pena. El indio, puesto en el tormento, bebió hasta que no pudo más, pero
los verdugos le daban, en parando de beber, cruelísimos varazos, de la cabeza a
los pies, y no cesaban de darle hasta que volvía a beber. Algunos parientes
suyos, viendo el castigo tan riguroso y sabiendo que no había de parar hasta
haberlo matado, fueron corriendo adonde Hernando de Soto, y, echados a sus
pies, le suplicaron que tuviese piedad del pobre pariente. El gobernador envió
un mensaje al capitán Patofa pidiéndole que cesara el castigo tan justificado y
no pasase adelante con su enojo. Con lo cual dejaron, ya medio muerto, al indio
que sin sed había bebido tanta agua". De inmediato llegarán Soto y los
suyos, recorridos ya unos 1.000 km, a COFITACHEQUI (subrayado en la imagen con
una raya roja), lugar que el cronista viene llamando Cofachiqui, y donde, en
lugar de cacique, habrá cacica.
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