(994) Aunque a los indios les había ido
bastante bien en su ataque, vieron que se cambiaban las tornas, porque la
reacción de los españoles había sido muy valiente y eficaz, a pesar del gran castigo
que sufrieron: "Al
no poder frenar la fuerza de los españoles, volvieron las espaldas huyendo a
todo correr. Acabada
esta furiosa batalla, la cual duró más de dos horas, el gobernador dio la
vuelta para ver el daño que los indios habían hecho, y halló más del que se
pensó, porque hubo cuarenta españoles muertos y cincuenta caballos (por si
fuera poco lo perdido en Mabila). Alonso de Carmona dice que fueron ochenta
los caballos entre muertos y heridos, y que más de veinte de éstos murieron
quemados o flechados en las mismas pesebreras donde estaban atados". También
algunas previsiones para la alimentación, e incluso con vistas al desarrollo de
futuras poblaciones, se fueron al traste: "El gobernador llevaba ganado prieto (probablemente
porcino) para criar en la Florida, y lo tenía con mucha guarda para
sustentarlo y aumentarlo, y, por tenerlo en este alojamiento de Chicasa más
guardado de noche, habían hecho un corral de madera para los animales dentro del
pueblo. Pero, como el fuego de aquella noche de la batalla fue tan grande, los
alcanzó también a ellos y los quemó todos, escapando solamente los lechones que
pudieron salir por entre palo y palo del cerco. No se sintió esta pérdida menos
que las demás, pues nuestros castellanos padecían mucha necesidad de carne y,
además la guardaban también para el regalo de los enfermos".
A los españoles les asombraba la potencia
con que los indios disparaban sus flechas. Penetraban en la carne de forma
increíble, y, terminada la batalla, fueron al campo para examinar los caballos
que habían muerto. Vieron que era extraordinaria la profundidad de las heridas
que tenían todos. Pero hubo un caso tan especial, que Hernando de Soto quiso
dejar constancia es un documento: "Otro tiro hallaron de extraña fuerza, y
fue que un caballo de un trompeta llamado Juan Díaz, natural de Granada, estaba
muerto de una flecha que le había atravesado por ambas tablillas de las
espaldas y pasado cuatro dedos de ella de la otra parte. El cual tiro, por
haber sido de brazo tan fuerte y bravo, pues el caballo era uno de los más
anchos y espesos que en todo el ejército había, mandó el gobernador que quedase
memoria de él por escrito y que un escribano real diese fe y testimonio del
tiro. Así se hizo, de manera que luego vino un escribano que se decía Baltasar
Hernández (que yo conocí después en el Perú), natural de Badajoz e hidalgo de
mucha bondad y religión, cual se requería y convenía que lo fueran todos los
que ejercitaran este oficio, pues se les fía la hacienda, vida y honra de la
república. Este hidalgo en sangre y en virtud asentó por escrito y dio
testimonio de lo que vio de aquella flecha, que fue lo que hemos dicho".
Luego abandonaron aquel matadero: "Tres
días después de la batalla acordaron los castellanos mudar su alojamiento a
otra parte, a una legua de donde estaban, Y lo hicieron con mucha presteza y
diligencia. Trajeron madera y paja de los otros pueblos comarcanos, y
acomodaron lo mejor que pudieron un pueblo que (el cronista y testigo)
Alonso de Carmona llama Chicasilla, donde dice que a mucha prisa hicieron
sillas, lanzas y rodelas, porque todo esto les quemó el fuego, y que andaban
como gitanos (es curiosa la alusión), unos sin sayos y otros sin
zaragüelles. Estas palabras son todas suyas". (Inca Garcilaso era
respetuoso con el texto de los demás).
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