lunes, 5 de abril de 2021

(Día 1386) La cacica de Cotifachequi les facilitó a los españoles el paso del río (aunque se ahogó algún caballo), les dio provisiones y les permitió quedarse en su poblado. Hubo entre ella y Hernando de Soto detalles de gran cortesía.

 

     (976) Hernando de Soto le contestó a la cacica como correspondía a su generosidad: "El gobernador respondió con mucho agradecimiento a sus buenas palabras y promesas y estimó en mucho que, en tiempo que su tierra pasaba necesidad, le ofreciese más de lo que le pedía. Le dijo también que él y su gente procurarían pasarse con la menos comida que ser pudiese por no darle tanta molestia. Además de esto, hablaron de otras cosas sobre aquellas provincias, y a todo lo que el gobernador le preguntó respondió la india con mucha satisfacción de los circunstantes, de manera que los españoles se admiraban de oír tan buenas palabras, y tan bien concertadas, que mostraban la discreción de una bárbara nacida y criada lejos de toda buena enseñanza y policía. Notaron nuestros españoles que los indios de esta provincia, y de las dos que atrás quedaron, eran más afables y menos feroces que todos los que habían hallado, porque en las demás provincias, aunque ofrecían paz, y la guardaban, siempre era sospechosa, pues en sus ademanes y palabras ásperas se les veía que la amistad era más fingida que verdadera. Lo cual no hubo en la gente de esta provincia Cofitachequi, ni en las de Cofaqui y Cofa, que atrás quedan, sino que parecía que toda su vida se habían criado con los españoles". Hay que considerar que la versión de Inca Garcilaso es muy fiable, pues contaba con los informes coincidentes de tres testigos de los hechos, Gonzalo Silvestre, Alonso de Carmona y Juan Coles, en lo que el cronista ya se apoyó anteriormente para ganarse la confianza del lector.

     La siguiente urgencia era pasar a la otra orilla: "El gobernador se quedó en la ribera del río para dar orden de que con brevedad lo pasase el ejército. Envió recado al maestre de campo para que con toda presteza viniese la gente donde él quedaba. Los indios entretanto hicieron grandes balsas y trajeron muchas canoas, y, con la diligencia que ellos y los castellanos pusieron, pasaron el río durante el día siguiente, aunque con desgracia y pérdida, pues, por descuido de algunos que se ocupaban del pasaje de la gente, se ahogaron cuatro caballos, de manera que, por ser tan necesarios y de tanta importancia para la gente, lo sintieron nuestros españoles más que si fueran muertes de hermanos (los cronistas de la época eran muy dados a las hipérboles). Alonso de Carmona dice que fueron siete los caballos que se ahogaron y que fue por culpa de sus dueños, que los echaron al río sin saber por dónde habían de pasar, y que, llegando a cierta parte del río, se hundían y no aparecían más; debía de ser algún bravo remolino que se los tragaba. Pasado el río, se alojó el ejército en medio del pueblo, desembarazado por los indios, y, para los que no cupieron, hicieron grandes y frescas ramadas, que había mucha y muy buena arboleda con que hacerlas. Había asimismo entre las ramadas muchos árboles con diversas frutas, y grandes morales mayores y más viciosos (en el sentido de fértiles o sabrosos) que los que hasta allí se habían visto. Damos siempre particular noticia de este árbol por la nobleza de él y por la utilidad de la seda, que doquiera se debe estimar en mucho. El día siguiente se informó el gobernador de la disposición y partes de aquella provincia llamada Cofitachequi. Halló que era fértil para todo lo que quisiesen plantar, sembrar y criar en ella. Supo, asimismo, que la madre de la señora de aquella provincia estaba a doce leguas de allí, retirada como viuda. Le pidió a la hija que enviase por ella. La cual envió a doce indios principales, suplicándole que viniese a visitar al gobernador y ver una gente nunca vista, que traían unos animales extraños".

 

     (Imagen) Parece ser que el asentamiento indígena de la zona de Cofitachequi, encontrado por Hernando de Soto en abril de 1540, tuvo su origen a principios del siglo XIV, siendo abandonado a finales del XVII. Veamos cómo describe Inca Garcilaso una escena de absoluta delicadeza por parte de la cacica del lugar y de Hernando de Soto: "La señora de Cofitachequi, según hablaba con el gobernador, fue quitando poco a poco una gran sarta de perlas gruesas que rodeaban su cuello como avellanas que le daban tres vueltas al cuello y descendían hasta los muslos. Y, habiéndolas quitado, le dijo a Juan Ortiz, el intérprete, que se las diese al gobernador. Juan Ortiz le respondió que se las diese de su propia mano, pues las tendría en más. La india replicó que no osaba, por no ir contra la honestidad que las mujeres debían tener. Cuando supo Hernando de Soto por Juan Ortiz lo que aquella señora decía, le dijo: 'Decidle que en más estimaré el favor de dármelas de su propia mano que el valor de la joya, y que, hacerlo así, no va contra su honestidad, pues se trata de paces y amistad, cosas muy lícitas e importantes entre gentes no conocidas». La señora, habiendo oído a Juan Ortiz, se levantó para dar las perlas de su mano al gobernador, el cual hizo lo mismo para recibirlas y, habiéndose quitado del dedo una sortija de oro con muy hermoso rubí que traía, se la dio a la señora en señal de la paz y amistad que entre ellos se trataba. La india lo recibió con mucho comedimiento y lo puso en un dedo de sus manos. Después ella se volvió a su pueblo dejando a nuestros castellanos muy satisfechos y enamorados así de su buena discreción como de su mucha hermosura, y tan embelesados quedaron con ella, que no llegaron a saber cómo se llamaba, sino que se contentaron con llamarla señora, y tuvieron razón, porque lo era en toda cosa. Y como ellos no supieron el nombre, no pude yo ponerlo aquí, que muchos descuidos de éstos y otros semejantes hubo en este descubrimiento". A pesar de que el encuentro con los indios y con la cacica había sido extraordinariamente afable, va a ocurrir un penoso incidente (que enseguida veremos). Se deberá a que la madre de ella vivía, y parece ser que, como viuda de un poderoso cacique, su carácter había quedado marcado, o acentuado,  por una tendencia autoritaria y opuesta a las sutiles delicadezas diplomáticas. (En la imagen, para mayor expresividad, la cacica le entrega el collar entero, y no las perlas sueltas).




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