(991) La batalla de Mabila fue espantosa. Ochenta
y dos españoles muertos era una gran tragedia, pero la soberbia y el
engaño de Tuscaluza provocó la casi
desaparición de sus indios: "Veintitrés días estuvieron nuestros españoles
en Mabila mientras se curaban los heridos, que eran casi todos. Los que menos
lo estaban salían a correr la tierra y buscar de comer por los pueblos que en
la comarca había, que eran muchos, aunque pequeños, donde hallaron asaz comida.
Por todos los
pueblos del contorno hallaron muchos indios heridos, sin que nadie los curase.
Al parecer, venían algunos de noche para hacerlo y se volvían de día a los
montes. Los castellanos no maltrataban a
los indios heridos, sino que compartían con ellos la comida que llevaban. Por
los campos no aparecía indio alguno, pero los de a caballo, buscándolos,
prendieron a unos veinte para que sirvieran de intérpretes. Habiéndoseles
preguntado si en alguna parte se hacía junta de indios para venir contra los
españoles, respondieron que, por haber perecido en la batalla pasada los
hombres más valientes, nobles y ricos de aquella provincia, no había quedado en
ella quien pudiese tomar las armas. Y pareció ser verdad, porque en todo el
tiempo que los nuestros estuvieron en este alojamiento, no acudieron indios de
día ni de noche".
Pero, como consecuencia de la terrible
batalla y de la gran frustración de los soldados por la nula rentabilidad del
largo viaje hecho, el gran Hernando de Soto tendrá otra dolorosa experiencia, a
pesar de su enorme carisma: "En Mabila tuvo noticias el gobernador de los
navíos que los capitanes Gómez Arias y Diego Maldonado traían descubriendo la
costa, la cual relación tuvo antes de la batalla, y, después de ella, se
certificó por los indios que quedaron presos, de los cuales supo que la
provincia de Achusi, en cuya demanda iban los españoles, y la costa de la mar
estaban a poco menos de treinta leguas de Mabila. El gobernador se alegró
mucho, pues podría dar comienzo a la nueva población que en Achusi pensaba
hacer para recibir y asegurar los navíos que de todas partes allá fuesen, y
fundar otro pueblo más adentro, para desde allí empezar a reducir a los indios
a la fe de la Santa Iglesia Romana y al servicio y aumento de la corona de
España".
Contento con la noticia, Hernando de
Soto dejó en libertad al cacique de Achusi, al que había mantenido preso (con
buen trato) durante todas las peripecias sufridas desde el lejano día en que
pasaron por dicha población. Y fue entonces cuando Hernando de Soto sufrió el
gran desengaño: "Todos estos deseos que el adelantado tenía de poblar la
tierra, y el orden y las trazas que para ello había fabricado en su
imaginación, los destruyó y anuló la discordia, como siempre suele arruinar y
echar por tierra los ejércitos, las repúblicas, reinos e imperios donde la
dejan entrar. Y la puerta que para los nuestros halló fue que, como en este
ejército hubiese algunos personajes de los que se hallaron en la conquista del
Perú y en la prisión de Atahualpa, viendo aquella riqueza tan grande que allí
hubo de oro y plata, y hubiesen dado noticia de ella a los que en esta expedición
iban, y como, por el contrario, en la Florida no se hubiese visto plata ni oro,
aunque la fertilidad y las demás buenas partes de la tierra fuesen tantas como
se han visto, no sentían el menor interés en poblar ni en establecerse en aquellos
lugares".
(Imagen) Recoge el cronista un detalle que pone de manifiesto, quizá contradictoriamente, la profunda fe cristiana de aquellos duros conquistadores: "No solamente lamentaron los españoles la muerte de sus compañeros y la pérdida de muchos caballos , sino también la de otras cosas que ellos estimaban en mucho por el uso al que las tenían dedicadas, lo cual era un poco de harina de trigo, en cantidad de tres fanegas, y cuatro arrobas de vino, de lo que no tenían más cuando llegaron a Mabila. La harina y el vino lo traían muy guardado y reservado para las misas que les decían, y, para que estuviese a mejor recaudo, lo guardaba el mismo gobernador en su recámara. Todo lo cual se quemó con los cálices, aras y ornamentos que para el culto divino llevaban, y, de allí adelante, quedaron imposibilitados de poder oír misa, por no tener materia de pan y vino para la consagración de la eucaristía. Aunque entre los sacerdotes, religiosos y seculares, hubo opiniones teológicas sobre si podrían consagrar o no el pan de maíz, fue de común consentimiento acordado que lo más cierto y seguro era guardar y cumplir en todo y por todo lo que la Santa Iglesia Romana, madre y señora nuestra, en sus santos concilios y sacros cánones nos manda, debiendo ser el pan de trigo y el vino de vid, y así lo hicieron estos católicos españoles, que no procuraron hacer remedios que fueran dudosos en cuanto a la obediencia a su madre la Iglesia Romana Católica. Y también lo dejaron porque, aunque que tuvieran pan y vino para la consagración de la eucaristía, les faltaban cálices y aras para celebrar. Pero, de allí en adelante, se componía y adornaba un altar los domingos y fiestas de guardar, cuando había lugar para ello, y se revestía un sacerdote de ornamentos que hicieron de gamuza a imitación del primer vestido que en el mundo hubo, que fue de pieles de animales, y, puesto en el altar, decía el introito de la misa, y la oración, epístola y evangelio, y todo lo demás, hasta el fin de la misa, sin consagrar, y la llamaban estos castellanos misa seca, y el mismo que la decía, u otro de los sacerdotes, leía el evangelio y sobre él hacía su plática o sermón. Y, con esta manera de ceremonia que hacían en lugar de la misa, se consolaban de la aflicción que sentían de no poder adorar a Jesucristo Nuestro Señor y Redentor en las especies sacramentales, lo cual les duró casi tres años, hasta que salieron de la Florida a tierra de cristianos".
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