(978) Pero a pesar de que habían desistido
en el empeño de ganarse la confianza de la madre de la cacica, surgió la
oportunidad de un nuevo intento: "Tres días después se ofreció un indio a
guiar a los castellanos por el río abajo y llevarlos a donde estaba la madre de
la señora del pueblo, por lo cual, con la conformidad de la hija, volvió a su porfía
Juan de Añasco, y con él fueron veinte españoles en dos canoas. El primer día
de su navegación hallaron cuatro caballos de los ahogados, atravesados en un
gran árbol caído y, llorándolos de nuevo, siguieron su viaje. Y, habiendo hecho
las diligencias posibles, se volvieron al fin de seis días con noticias de que
la buena vieja, habiendo tenido aviso de que una y otra vez habrían ido los
cristianos a por ella, había marchado la tierra adentro y escondido en unas
grandes montañas donde no se la podía encontrar, de cuya causa la dejó el
gobernador sin hacer más caso de ella".
Hasta entonces, la empresa de Hernando de Soto había acumulado, desde su preparación en
Sevilla, gastos enormes, más un derroche de esfuerzo físico y moral, a costa de
grandes sufrimientos y pérdida de vidas. Todo ello sin haber obtenido ninguna
rentabilidad. Estaban cerca del lugar en el que esperaban, por fin, encontrar
grandes riquezas, y Hernando de Soto no quiso detenerse más: "Entretanto
que pasaban en el campo las cosas que hemos dicho del capitán Juan de Añasco,
no reposaba el gobernador ni su gente en lo poblado, principalmente con las
esperanzas que de largo tiempo habían traído de que en esta provincia de Cofitachequi
habían de hallar mucho oro, plata y perlas preciosas. Deseando, pues, ya verse
ricos y libres de esta congoja, pocos días después de llegados a la provincia, quisieron
saber lo que en ella había. Llamaron a los dos indios mozos que en Apalache
habían dicho de las riquezas de esta provincia. Los cuales, por orden del
gobernador, hablaron a la señora del pueblo y le dijeron que mandase traer de
aquellos metales que los mercaderes, cuyos criados ellos habían sido, solían
comprar en su tierra para llevar a vender a otras partes, que eran los mismos
que los castellanos buscaban. La señora mandó traer
los que en su tierra había de aquellos colores que los españoles pedían, que
era amarillo y blanco, y también le habían pedido perlas".
Peo el resultado empezó siendo
decepcionante: "Los indios, habiendo oído el mandato de su señora,
trajeron con toda presteza mucha cantidad de cobre de un color muy dorado y
resplandeciente que excedía al azófar (latón) de por acá, de tal manera
que con razón pudieron los indios criados de los mercaderes haberse engañado
con la vista, entendiendo que aquel metal y el que les habían mostrado los
castellanos era todo uno, porque no sabían la diferencia que hay del azófar al
oro. En lugar de plata, trajeron unas grandes
planchas, gruesas como tablas, y eran de marcasita (pirita), que a la
vista eran blancas y resplandecientes como plata y, tomadas en las manos,
aunque fuesen de una vara en largo y de otra en ancho, no pesaban cosa alguna,
y manoseadas se desmoronaban como un terrón de tierra seca".
(Imagen) El éxito de los españoles en
México y en Perú había sido grandioso. Pero las grandes civilizaciones de las
Indias con fabulosas riquezas fueron escasas. Hernán Cortés y Francisco
Pizarro, con el heroico sufrimiento suyo y el de todos sus hombres, lograron lo
que parecía imposible. Saquearon aquellos imperios, con la mentalidad propia de
los tiempos. Algunos se hicieron muy ricos, pero el mayor beneficio fue a manos
de los reyes españoles. Tampoco se puede olvidar que se les aportó a los
nativos muchas cosas positivas de una cultura diferente, ni que gran parte del
inmenso botín fue pieza clave para evitar que toda Europa cayera en manos de
los turcos. Hernando de Soto tenía el mismo sueño (que ya hizo realidad
participando en la conquista de Perú). Le habían asegurado que había oro y
plata en Cofitachequi, pero resultó cobre y latón. Sin embargo la cacica le
aseguró que había otra riqueza. Así lo cuenta el cronista: "Le dijo la
señora que en su tierra no había sino perlas y que, si las querían, fuesen al
templo que estaba en lo alto del pueblo, al tiempo que se lo mostraba señalándolo
con el dedo. Y añadió: 'Aquella casa es entierro de los hombres nobles de este
pueblo, donde hallaréis perlas grandes y chicas. Tomad las que queráis y, si
fueran menester más, cada día podremos tener más y más en las pesquerías que de
ellas se hacen en mi tierra'. Con estas buenas nuevas, y con la gran
magnificencia de la señora, se consolaron algún tanto nuestros españoles de
haberse hallado burlados en sus esperanzas del mucho oro y plata que pensaban
hallar en esta provincia. Para ver las perlas que había en el templo aguardaron
a que el contador y capitán Juan de Añasco volviese del segundo viaje que hizo
adonde la madre de la cacica, y entretanto mandó el gobernador a personas de
quien él se fiaba velasen el templo, y él mismo lo rondaba de noche para que no
se atreviese nadie, con la codicia de lo que había oído, a querer llevar en
secreto lo mejor que en el templo hubiese. En cuanto vino el contador, fueron
el gobernador y los demás oficiales de la Hacienda Imperial, y otros treinta
caballeros, entre capitanes y soldados principales, a ver las perlas y las
demás cosas que con ellas había". Se
diría que solo el temor era el origen de tanta generosidad por parte de la cacica,
porque estaba claro que los españoles se harían con las perlas por las buenas o
por las malas.
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