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Alegrados con las buenas noticias del encuentro de provisiones que trajeron los
cuatro enviados por Juan de Añasco, partió el ejército hacia el (bendito) lugar
el día siguiente: "Los soldados se pusieron en marcha al amanecer. Tenían
tanta hambre, que caminaron a rienda suelta sin que fuese posible ponerlos en
orden ni que fuesen en escuadrón, como solían, sino que iba adelante el que más
podía, y tanta era la prisa que se dieron a caminar, que el día siguiente,
antes de mediodía, estaban ya todos en el pueblo. Al gobernador le pareció oportuno
parar en él algunos días, para que la gente descansase, y también por esperar a los tres capitanes que
habían ido por las otras partes en busca de alimentos. Los cuales, habiendo
caminado tres días en seguimiento del viaje que cada uno de ellos había tomado,
pero sin poder descubrir poblado alguno, regresaron al puesto al final del
quinto día que se habían partido del gobernador y, no hallándole, siguieron el
rastro que el ejército dejaba, y, en otros dos días, habiendo padecido el
hambre y trabajos que se pueden imaginar, como hombres que hacía más de ocho
días que no habían comido sino hierbas y raíces, llegaron al pueblo donde el
gobernador estaba, en cuya presencia, y en la de todos los compañeros, se alentaron
y cuidaron de reponerse".
El poblado salvador estaba dentro de la
provincia de Cofitachequi. Y, por fin, Inca Garcilaso, muestra claramente la
nefasta repercusión que podía tener en los españoles la carnicería que habían
hecho en los nativos los hombres de Patofa. Pero utilizaré el texto del
cronista para la imagen que pondré al pie (porque es interesante, y también
porque Inca Garcilaso continúa sin dar
nombres de personajes reseñables). Veremos en ella que Hernando de Soto
convenció a Patofa para que se marchara con todos sus hombres.
Continuemos con el cronista: "Después
de que Patofa y sus indios se fueron, quedó el gobernador en el mismo pueblo
descansando otros dos días, y luego decidió seguir adelante. Durante tres días
el ejército no topó indio alguno vivo, sino muchos muertos y sin cabelleras, dándose
cuenta los castellanos de la mortandad que Patofa había hecho. Tres días
después paró el ejército en un muy hermoso sitio de tierra fresca y con muchos
árboles cargados de fruta. El gobernador no quiso pasar adelante hasta saber
qué tierra fuese aquella, para lo cual llamó al contador y capitán Juan de
Añasco y le dio orden de que, con treinta soldados, siguiese el mismo camino y
procurase prender aquella noche algún indio para tomar noticia de lo que en
aquella tierra había, y conocer el nombre del señor de ella, así como las demás
cosas de interés, y, si no pudiese conseguir un indio, trajese alguna otra
buena relación, para que con ella el ejército pasase adelante no tan a ciegas
como hasta allí había venido. Y terminó diciéndole que, como todas las veces
que había encargado misiones, siempre había tenido él buen éxito, por esa causa
se las encomendaba antes que a cualquier otro, y que procurase tenerlo también
en aquélla que tanto les importaba". Lo cual es una nueva confirmación de
que Juan de Añasco, a pesar de su irascible carácter, era muy valioso para aquel ejército.
(Imagen) Todos los grandes conquistadores
de las Indias tuvieron aliados indígenas contra otros pueblos nativos que los
tenían sometidos o explotados. Dos botones de muestra: En México, los
tlaxcaltecas, entre otros, fueron de una fidelidad absoluta a Hernán Cortés
contra los aztecas (la imagen muestra el acuerdo adoptado el 19 de septiembre
de 1519). En Perú, Francisco Pizarro contó con gran apoyo nativo frente a
Atahualpa, especialmente por parte de los chachapoyas. Ahora vemos a Hernando
de Soto muy bien acompañado por los guerreros del cacique Cofaqui. Pero el caso
es distinto. Los indios no se aliaron para enfrentarse a un enemigo común, sino
solo para reforzarse frente al suyo. Y a Hernando de Soto, lógicamente, le
sentó mal. Escuchemos al cronista: "En este primer pueblo de la provincia
de Cofitachequi, se juntó todo el ejército, y paró el gobernador siete días
para que la gente descansara, en los cuales Patofa, el capitán de Cofaqui, y
sus ocho mil indios, con el secreto posible, hicieron todo el daño que pudieron
en sus enemigos. Corrieron cuatro leguas de tierra a todas partes donde
pudiesen dañar. Mataron a los indios e indias que pudieron y les quitaron las
cabelleras para llevarlas en testimonio de sus hazañas; saquearon los pueblos y
templos que pudieron alcanzar, y no los quemaron, como quisieran, para que no
lo viese el gobernador. En suma, no dejaron de hacer todas las cosas de las que,
en daño de sus enemigos y venganza propia, pudieron haber imaginado. Y seguiría
la crueldad, si al quinto día no llegara a noticia del gobernador lo que Patofa
y sus indios habían hecho. El cual, considerando que no era justo que debajo de
su amparo alguien hiciese daño a otro, ni sería bueno que, por el mal que otro
hacía sin consentimiento suyo, él ganase enemigos en su marcha, pues iba con la
intención de ofrecer paz y no guerra a los indios, decidió despedir a Patofa
para que, con todos los suyos, se volviese a su tierra. Así lo puso por obra, de manera que, habiéndose
mostrado agradecido por la amistad y buena compañía que le había hecho, y
habiéndole dado para él y para Cofaqui, su cacique, paños, sedas, lienzos,
cuchillos, tijeras, espejos y otras cosas de España que ellos estiman en mucho,
se fue Patofa muy contento y alegre de la merced y favor que se le había hecho,
pero lo estaba mucho más por haber cumplido sobradamente la palabra que a su
señor había dado de vengarle de sus enemigos".
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