(980) Nuevamente le pidieron a Hernando de
Soto los funcionaros de la Corona que les permitiese llevarse la participación
que de aquellas riquezas correspondían a la Hacienda Real, pero la respuesta
fue contundente: "El
gobernador les dijo que el llevarlo solo servía para embarazar el ejército con
cargas inoportunas, que incluso las necesarias de sus armas y municiones las
llevaban con dificultad, y que lo dejasen todo como estaba, porque ahora no
repartían la tierra sino que la descubrían, y que, cuando la repartiesen,
entonces se pagaría el quinto real del que la hubiese en suerte. Luego se
volvieron adonde la señora estaba, llevando mucho que contar de la majestad de aquellos
entierros. Otros
diez días gastó el gobernador en informarse de lo que había en las demás
provincias que confinaban con aquella de Cofachiqui, y de todas tuvo relación
que eran fértiles y abundantes de comida y pobladas de mucha gente. Habida esta
relación, mandó prepararse para pasar adelante en el descubrimiento y,
acompañado de sus capitanes, se despidió de la india señora de Cofachiqui y de
los más principales del pueblo, agradeciéndoles por muchas palabras la cortesía
que en su tierra le habían hecho, y así los dejó por amigos y aficionados de los
españoles". (Sigue sorprendiendo este buen conformar de los indios).
Cuando salieron del poblado, el ejército
de Hernando de Soto se dividió en dos partes porque no tenían comida suficiente
para todos, y la cacica les había dicho que, a doce leguas de allí, podían
tomar con su permiso seiscientas fanegas de maíz. Así que fue hacia allá un
importante grupo de cien de a caballo y doscientos de infantería, bajo el mando
de los capitanes Baltasar de Gallegos, Arias Tinoco y Gonzalo Silvestre, en
tanto que Hernando de Soto fue hacia la provincia de Chalaque, adonde llegó sin
ningún incidente tras ocho jornadas de marcha".
Sin embargo, en el otro destacamento surgió
un grave problema inesperado (y no olvidemos que uno de los capitanes era
Silvestre, el confidente del cronista):
"Los tres capitanes tuvieron sucesos que contar. Llegados al
depósito de maíz, tomaron doscientas fanegas, por no poder llevar más, y
volvieron a enderezar su marcha hacia el camino real, por donde el gobernador
iba. Cinco días después, encontraron el rastro que el ejército dejaba, y
entonces se alborotaron los doscientos de infantería, y quisieron, sin obedecer
a sus capitanes, caminar todo lo que pudiesen hasta alcanzar al general, porque
decían que llevaban poca comida y era necesario llegar adonde Hernando de Soto
estuviese antes de que se les acabasen las
provisiones y pereciesen de hambre. Esto decían los soldados por el miedo de la
que pasaron en el despoblado antes de llegar a la provincia de Cofachiqui.
Los tres
capitanes recibieron pena del motín que los infantes intentaban, porque
llevaban tres caballos enfermos de un torozón (sacudidas por enteritis)
que el día antes les dio y les era impedimento para no poder caminar todo lo que
los peones querían. Y así les dijeron que por un día más o menos de camino no
era razón para desamparar tres caballos, pues veían de cuánto provecho y ayuda
les eran contra los enemigos". La situación era grave, porque, si cualquier
rebelión militar se suele pagar con duros castigos, en aquellos tiempos los
amotinados se jugaban la vida, al menos, sus cabecillas.
(Imagen) Nada menos que doscientos
soldados se les rebelaron a tres capitanes del ejército, queriendo abandonar
tres caballos enfermos, para poder ir más deprisa a reunirse con Hernando de
Soto y así evitar pronto quedarse sin alimentos. Era un motín que podía hacer rodar cabezas, pero se
impuso la sensatez: "Los soldados decían que más importaba la vida de
trescientos castellanos (contando los de caballería) que la salud de
tres caballos, y que no sabían si duraría el camino un día o diez o veinte o
ciento, y que era justo prevenir lo más importante y no las cosas de tan poco valor.
Diciendo esto ya como amotinados, dieron en caminar sin orden a toda prisa. Los
tres capitanes se pusieron delante y uno de ellos, en nombre de todos, les
dijo: 'Señores, mirad que vais donde está vuestro capitán general, el cual,
como sabéis, es hombre tan puntual en las cosas de la guerra, que le pesará
mucho saber vuestra inobediencia y el quebrantamiento de su mandato y orden. Y
podría ser, como yo lo creo, que hoy o mañana, y, a lo más largo, al otro día,
lo alcanzásemos, que no es de creer que dejándonos atrás se aleje tanto. Y,
siendo esto así, habríamos caído en grande mengua y afrenta porque, sin haber
pasado extrema necesidad, hubiésemos hecho flaqueza en temer tanto la hambre
incierta, pues, por sólo el temor de ella, habríamos desamparado tres caballos
que son de estimar en mucho, pues sabéis que son el nervio y la fuerza de
nuestro ejército, y que por ellos nos temen los enemigos y nos hacen honra los
amigos. Y, pues, si se siente y llora tanto cuando nos matan uno, cuánto más de
llorar será que por nuestra flaqueza y cobardía, sin necesidad alguna, no más que
con las imaginaciones de ella, hayamos desamparado y perdido tres caballos. Y
lo que en esto veo más digno de lamentar es la pérdida de vuestra reputación y
de la nuestra, que el general y los demás capitanes y soldados con mucha razón
dirán que en cuatro días que anduvimos sin ellos no supimos gobernaros ni
vosotros obedecernos. Mas, cuando se haya sabido cómo el hecho pasó, verán que
toda la culpa fue vuestra y que nosotros solamente estábamos obligados a
persuadiros con buenas razones. Por tanto, apartaos, señores, de hacer cosa tan
mal hecha, que más honra nos será morir como buenos soldados por hacer el deber
que vivir en infamia por haber huido de un peligro imaginado'. Con estas
palabras, se aplacaron los soldados y acortaron las jornadas".
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