viernes, 9 de abril de 2021

(Día 1390) Hernando de Soto prohibió que se cogieran más perlas, para no entorpecer la pesada marcha del ejército. Los de un destacamento estuvieron a punto de amotinarse porque, acuciados por el hambre, querían ir más de prisa.

 

     (980) Nuevamente le pidieron a Hernando de Soto los funcionaros de la Corona que les permitiese llevarse la participación que de aquellas riquezas correspondían a la Hacienda Real, pero la respuesta fue contundente: "El gobernador les dijo que el llevarlo solo servía para embarazar el ejército con cargas inoportunas, que incluso las necesarias de sus armas y municiones las llevaban con dificultad, y que lo dejasen todo como estaba, porque ahora no repartían la tierra sino que la descubrían, y que, cuando la repartiesen, entonces se pagaría el quinto real del que la hubiese en suerte. Luego se volvieron adonde la señora estaba, llevando mucho que contar de la majestad de aquellos entierros. Otros diez días gastó el gobernador en informarse de lo que había en las demás provincias que confinaban con aquella de Cofachiqui, y de todas tuvo relación que eran fértiles y abundantes de comida y pobladas de mucha gente. Habida esta relación, mandó prepararse para pasar adelante en el descubrimiento y, acompañado de sus capitanes, se despidió de la india señora de Cofachiqui y de los más principales del pueblo, agradeciéndoles por muchas palabras la cortesía que en su tierra le habían hecho, y así los dejó por amigos y aficionados de los españoles". (Sigue sorprendiendo este buen conformar de los indios).

     Cuando salieron del poblado, el ejército de Hernando de Soto se dividió en dos partes porque no tenían comida suficiente para todos, y la cacica les había dicho que, a doce leguas de allí, podían tomar con su permiso seiscientas fanegas de maíz. Así que fue hacia allá un importante grupo de cien de a caballo y doscientos de infantería, bajo el mando de los capitanes Baltasar de Gallegos, Arias Tinoco y Gonzalo Silvestre, en tanto que Hernando de Soto fue hacia la provincia de Chalaque, adonde llegó sin ningún incidente tras ocho jornadas de marcha".

     Sin embargo, en el otro destacamento surgió un grave problema inesperado (y no olvidemos que uno de los capitanes era Silvestre, el confidente del cronista):  "Los tres capitanes tuvieron sucesos que contar. Llegados al depósito de maíz, tomaron doscientas fanegas, por no poder llevar más, y volvieron a enderezar su marcha hacia el camino real, por donde el gobernador iba. Cinco días después, encontraron el rastro que el ejército dejaba, y entonces se alborotaron los doscientos de infantería, y quisieron, sin obedecer a sus capitanes, caminar todo lo que pudiesen hasta alcanzar al general, porque decían que llevaban poca comida y era necesario llegar adonde Hernando de Soto estuviese antes  de que se les acabasen las provisiones y pereciesen de hambre. Esto decían los soldados por el miedo de la que pasaron en el despoblado antes de llegar a la provincia de Cofachiqui. Los tres capitanes recibieron pena del motín que los infantes intentaban, porque llevaban tres caballos enfermos de un torozón (sacudidas por enteritis) que el día antes les dio y les era impedimento para no poder caminar todo lo que los peones querían. Y así les dijeron que por un día más o menos de camino no era razón para desamparar tres caballos, pues veían de cuánto provecho y ayuda les eran contra los enemigos". La situación era grave, porque, si cualquier rebelión militar se suele pagar con duros castigos, en aquellos tiempos los amotinados se jugaban la vida, al menos, sus cabecillas.

 

     (Imagen) Nada menos que doscientos soldados se les rebelaron a tres capitanes del ejército, queriendo abandonar tres caballos enfermos, para poder ir más deprisa a reunirse con Hernando de Soto y así evitar pronto quedarse sin alimentos. Era un  motín que podía hacer rodar cabezas, pero se impuso la sensatez: "Los soldados decían que más importaba la vida de trescientos castellanos (contando los de caballería) que la salud de tres caballos, y que no sabían si duraría el camino un día o diez o veinte o ciento, y que era justo prevenir lo más importante y no las cosas de tan poco valor. Diciendo esto ya como amotinados, dieron en caminar sin orden a toda prisa. Los tres capitanes se pusieron delante y uno de ellos, en nombre de todos, les dijo: 'Señores, mirad que vais donde está vuestro capitán general, el cual, como sabéis, es hombre tan puntual en las cosas de la guerra, que le pesará mucho saber vuestra inobediencia y el quebrantamiento de su mandato y orden. Y podría ser, como yo lo creo, que hoy o mañana, y, a lo más largo, al otro día, lo alcanzásemos, que no es de creer que dejándonos atrás se aleje tanto. Y, siendo esto así, habríamos caído en grande mengua y afrenta porque, sin haber pasado extrema necesidad, hubiésemos hecho flaqueza en temer tanto la hambre incierta, pues, por sólo el temor de ella, habríamos desamparado tres caballos que son de estimar en mucho, pues sabéis que son el nervio y la fuerza de nuestro ejército, y que por ellos nos temen los enemigos y nos hacen honra los amigos. Y, pues, si se siente y llora tanto cuando nos matan uno, cuánto más de llorar será que por nuestra flaqueza y cobardía, sin necesidad alguna, no más que con las imaginaciones de ella, hayamos desamparado y perdido tres caballos. Y lo que en esto veo más digno de lamentar es la pérdida de vuestra reputación y de la nuestra, que el general y los demás capitanes y soldados con mucha razón dirán que en cuatro días que anduvimos sin ellos no supimos gobernaros ni vosotros obedecernos. Mas, cuando se haya sabido cómo el hecho pasó, verán que toda la culpa fue vuestra y que nosotros solamente estábamos obligados a persuadiros con buenas razones. Por tanto, apartaos, señores, de hacer cosa tan mal hecha, que más honra nos será morir como buenos soldados por hacer el deber que vivir en infamia por haber huido de un peligro imaginado'. Con estas palabras, se aplacaron los soldados y acortaron las jornadas".




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