(982) Inca Garcilaso va a extenderse
demasiado en algunos detalles de menos sustancia, por lo que iré resumiendo lo
que cuenta en largos párrafos, copiando también parte del texto. En general, la
gran cantidad de perlas que habían visto los españoles eran de buena calidad,
pero los nativos las estropeaban bastante al perforarlas con agujas de cobre
calentadas al fuego, ya que esa técnica afectaba a su brillo y color natural. Uno de los objetivos del
fracasado viaje de Juan de Añasco en busca de la madre de la cacica de
Cofitachequi, había sido ver muchas perlas que, según los indios, tenía la
anciana intactas.
Los españoles, ya libres de los obstáculos del invierno, se detenían lo
imprescindible en los poblados: "En el pueblo y provincia de Joara (la
cual, aunque era provincia de por sí apartada de la de Cofitachequi, pertenecía
a la misma señora) descansó el gobernador con su ejército quince días, porque
encontraron mucho maíz y todas las demás semillas y legumbres que, como hemos
dicho, había en la Florida. Tuvieron necesidad de parar todo este largo tiempo
para que los caballos se recuperaran, los cuales, por la poca comida de maíz
que en la provincia de Cofitachequi habían tenido, estaban flacos y debilitados.
Volviendo a la
señora de Cofitachequi, que aún no hemos salido de su señorío, y porque es
justo que sus generosidades queden escritas, decimos que, no contenta con haber
atendido muy bien en su casa y corte al general y a sus capitanes y soldados,
mandó a sus vasallos de Joara que les diesen sin tasa alguna a los españoles todo lo que pidiesen para las
veinte leguas de despoblado que habían de pasar hasta llegar a Guaxule, y que
les diesen indios de servicio y todo buen recaudo como a su propia persona.
Juntamente con esto proveyó que con el general fuesen cuatro indios principales
que llevasen cuidado de gobernar y dar orden a los de servicio para que los
españoles fuesen más regalados en su camino, la cual prevención hizo para todas
sus provincias. Con
estas grandezas de ánimo generoso, y otras que con sus vasallos usaba, según
ellos pregonaban, se mostraba mujer verdaderamente digna de los estados que
tenía y de otros mayores, e indigna de que quedase en su infidelidad (religiosa).
Los castellanos no le convidaron con el bautismo porque, como ya se ha dicho,
llevaban determinado predicar la fe después de haber poblado y hecho asiento en
aquella tierra, pues, andando como andaban de camino de unas provincias a otras
sin parar, mal se podía predicar".
Ya desde su salida de Joara, los españoles
se dieron cuenta de que se habían escapado dos esclavos negros del portugués
Andrés de Vasconcelos, y otro musulmán, cuyo
dueño era Carlos Enríquez, natural de Jerez de los Caballeros (Badajoz):
"La mala acción de los negros sorprendió, porque eran tenidos por buenos
cristianos y amigos de su señor. En el berberisco no fue de extrañar, sino que confirmó
la opinión en que siempre le habían tenido, por ser en toda cosa malísimo".
Hubo luego una anécdota realmente absurda:
"Dos días
después sucedió que, caminando el ejército por el mismo despoblado, un soldado de
infantería, natural de Alburquerque y llamado Juan Terrón, llegó adonde un soldado
de a caballo, que era su amigo, y, sacando de unas alforjas una taleguilla de
lienzo, en la que llevaba más de seis libras de perlas, le dijo: "Tomaos
estas perlas y lleváoslas, que yo no las quiero". Si la oferta fue muy
extraña, la respuesta no lo fue menor, como veremos.
(Imagen) Los españoles van a llegar pronto
a un poblado llamado Ychiaha, donde les mostraron de qué manera obtenían tan abundantes
perlas, cuya perfección deterioraban sin darse cuenta. Escuchemos a Inca
Garcilaso: "El cacique envió indios para que pescasen las conchas. Luego
mandó traer mucha leña y amontonarla en un llano junto al río, y la hizo quemar
hasta que se hiciesen muchas brasas. Cuando regresaron los indios, mandó echar
sobre ellas las conchas que traían, las cuales, con el calor del fuego, se
abrían y daban lugar a que entre la carne de ellas buscasen las perlas. Casi en
las primeras conchas que se abrieron, sacaron los indios diez o doce perlas
gruesas como garbanzos medianos, y se las trajeron al cacique y al gobernador,
que estaban juntos mirando cómo lo hacían; vieron que eran muy buenas en toda
perfección, salvo que el fuego, con su calor y humo, estropeaba su buen color
natural. El gobernador Hernando de Soto, habiendo visto sacar las perlas, se
fue a comer a su posada, y, poco después que hubo comido, entró un soldado
natural de Guadalcanal (Sevilla), que había por nombre Pedro López, el
cual, descubriendo una perla que en la mano traía, le dijo: 'Señor, comiendo de
las ostras que hoy trajeron los indios, de las cuales llevé unas pocas a mi
posada y las hice cocer, topé esta perla entre los dientes, que me los podía
haber quebrado. Y, por parecerme buena, la traigo a vuesa señoría para que de
su mano la envíe a mi señora doña Isabel de Bobadilla (la gobernadora de Cuba
y mujer de Soto). El gobernador le respondió diciendo: 'Yo os agradezco
vuestra buena voluntad y tengo por recibido el presente y la gracia que hacéis
a doña Isabel, para compensaros en cualquier ocasión que se ofrezca. Pero será
mejor que guardéis la perla y que la lleven a La Habana, para que por el valor
de ella os traigan un par de caballos y dos yeguas y otra cosa que hayáis
menester. Lo que yo haré por el buen ánimo que nos habéis mostrado, será pagar
de mi hacienda el quinto de su valor, que le pertenece a la de Su Majestad'.
Los españoles que con el gobernador estaban dijeron que la perla valdría en
España cuatrocientos ducados por su tamaño y por su perfección, pues, como no
había sido sacada con fuego como las otras, no había recibido daño en su color
y hermosura". También Liz Taylor fue propietaria de la perla más famosa
que trajeron de las Indias los españoles: la Peregrina (que 'peregrinó mucho',
pero la palabra tiene aquí el sentido de 'excepcional').
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