(986) Iban camino de un poblado que,
al parecer, aunque no era grande, tenía la máxima importancia en aquella
comarca: "Llegaron al pueblo de Mabila (ver imagen anterior), el
cual era de pocas casas, que apenas tenía ochenta, pero todas ellas muy grandes,
que algunas eran capaces de mil quinientas personas. Como habían sido hechas
para frontera y plaza fuerte y para ostentación de la grandeza del señor, eran
muy hermosas y las más de ellas eran del cacique, y las otras, de los hombres
más principales y ricos de todo su estado. A este lugar llegaron el gobernador y el
gigante Tuscaluza, el cual, luego que se apeó, llamó a Juan Ortiz, intérprete,
y señalando con el dedo, le dijo: 'En esta casa grande se aposentarán el
gobernador y los caballeros y gentiles hombres que su señoría quisiese tener
consigo'. Dicho esto, Tuscaluza entró en
una casa de las mayores que había en la plaza, donde, como después se supo, estaban
los capitanes de su consejo de guerra".
Pero, poco después, los españoles tuvieron
su primera desconfianza: "Gonzalo
Cuadrado Jaramillo, que, como dijimos, se había adelantado para reconocer el
pueblo de Mabila, se acercó al gobernador cuando se apeó y le dijo: 'Señor, yo
he mirado con atención este pueblo y las cosas que en él he visto no me dan
seguridad alguna de la amistad de este cacique y de sus vasallos. Sospecho que
nos tienen armada alguna traición, porque en esas pocas casas que vuestra
señoría ve hay más de diez mil hombres de guerra provistos de mucha cantidad de
armas. Además, todo el campo alrededor del pueblo lo tienen limpio, y hasta las
raíces han arrancado, lo cual me parece señal de querernos dar batalla sin que
haya cosa que les estorbe. A estos malos indicios se puede juntar la muerte de
los dos españoles que ayer echamos en
falta, por todo lo cual me parece que vuestra señoría debe recatarse de este
indio y no fiarse de él, pues ya solamente el mal rostro y peor semblante que
él y los suyos hasta ahora nos han mostrado, y la soberbia y desvergüenza con
que nos hablan, bastaría para no tener su amistad por buena sino por falsa y
engañosa'. El
gobernador respondió que pasase el aviso de unos a otros sobre lo que en el
pueblo había, para que todos, disimuladamente, estuviesen preparados. Y le dijo
también que, en cuanto el maestre de campo llegase con el resto del ejército,
le diese la noticia de lo que en el pueblo había visto para que ordenase lo necesario".
Total que Tuscaluza intentaba llevar a los
españoles al matadero: "El cacique entró en una casa donde estaba su
consejo de guerra esperándole. Viéndose con sus capitanes y con los más
principales de su ejército, les dijo que con brevedad determinasen cómo habían
de matar a los españoles, si degollarían
ya a los que al presente estaban en el pueblo, y después de ellos a los demás según
fuesen viniendo, o si aguardarían a que llegasen todos, pues se veían tan
poderosos, que esperaban degollarlos con la misma facilidad a todos juntos como
divididos en las tres partes que el ejército traía caminando". En cuanto a
la exagerada estatura de Tuscaluza, muy por encima de la de sus indios, habrá
que pensar que se trataba de un caso de acromegalia.
(Imagen) Se va confirmando que las tribus
indias de La Florida se dividían entre
dominantes y dominadas, siendo estas las que trataron amablemente a los
españoles. Hernando de Soto, cuando supo que el soberbio cacique Tuscaluza,
tras una fingida amistad, le había preparado una encerrona, ordenó a sus
hombres que estuvieran preparados para defenderse. Veremos lo que pasó cuando
atacaron los indios, pero en esta imagen vamos a hablar de uno de los españoles
que murieron en el enfrentamiento: CARLOS ENRÍQUEZ DE LA VEGA. En su pueblo
natal, Jerez de los Caballeros (Badajoz), lo recuerdan así: "Nació a
comienzos del XVI, de noble origen, se casó con Doña Isabel de Soto, sobrina
del Adelantado Hernando de Soto, a quien acompañó en la empresa de la Florida,
y murió en la batalla de Mabila. Don Carlos gozó de una total estimación entre
su hueste por su valor y calidad humana y fue lástima que se malograra, ya que
siendo lugarteniente de Soto, tal vez hubiera podido paliar los negativos
resultados de una expedición tan desdichada". Palabras que avala el propio
Inca Garcilaso al contar su muerte: "Muchas heridas y
muertes hubo en esta porfiada batalla, pero la que mayor lástima y dolor causó
a los españoles, así por la desdicha con que sucedió como por la persona en
quien cayó, fue la de don Carlos Enríquez, por su mucho valor y afabilidad
querido y amado de todos, de quien anteriormente hemos hecho mención. Este
caballero, desde el principio de la batalla, en todas las arremetidas y
retiradas había peleado como muy valiente caballero y, habiendo sacado de la
última retirada el caballo herido de una flecha, la cual traía hincada por un
lado del pecho encima del pretal, para podérsela sacar, pasó la lanza de la
mano derecha a la izquierda y, asiendo de la flecha, tiró de ella tendiendo el
cuerpo a la larga por el cuello del caballo adelante y, haciendo fuerza, torció
un poco la cabeza sobre el hombro izquierdo de manera que descubrió en tan mala
vez la garganta. A este punto cayó una flecha desmandada, con un arpón de
pedernal, y acertó a darle en lo poco de la garganta que tenía descubierto, que
todo lo demás del cuerpo estaba muy bien protegido, y se la cortó de manera que
el pobre caballero cayó luego del caballo abajo degollado, aunque no murió
hasta el otro día". En la imagen vemos, en color verde, la ruta que seguía
Hernando de Soto, y, subrayada en rojo, la población de Mabila.
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