(979) Se presentaron, pues, los españoles
en el templo: "Hallaron que en las cuatro paredes había arcas arrimadas,
hechas de madera al mismo modo de las de España. Los castellanos se admiraron
de que los indios, no teniendo instrumentos como los de Europa, las hiciesen
tan bien. En estas arcas, que estaban puestas sobre bancos, ponían los cuerpos
de sus difuntos, dejando que se corrompieran, porque no les importaba el hedor
de los cuerpos mientras se consumían, ya que estos templos no les servían sino
de osarios donde guardaban los cuerpos muertos, y no entraban en ellos a sacrificar
ni hacer oración, ya que viven sin estas ceremonias. Además de las arcas
grandes que servían de sepultura, había otras menores, en las que había mucha
cantidad de perlas y mucha ropa de hombres y mujeres de gamuza y pieles, las
cuales aderezan tanto, que serían muy estimadas en España para forros de ropas
de príncipes y grandes señores".
Hernando de Soto tenía mucho interés en
ver las riquezas que había, pero no tanto en llevárselas de inmediato. Estaba
convencido de que habría tiempo para ello. Lo malo fue que, fracasada la
campaña, los supervivientes volvieron arruinados: "El gobernador y los suyos holgaron mucho
de ver tanta riqueza junta, porque, al parecer de todos ellos, había más de mil
arrobas de perlas y aljófar (perlas menudas). Hernando de Soto, hablando
con los oficiales, les dijo que no había necesidad de coger tantas cargas
embarazosas para el ejército, y que su intención era no llevar más de dos
arrobas de perlas y aljófar, para enviarlas a La Habana como muestra de su
calidad. Los oficiales le suplicaron diciendo que, pues estaban ya pesadas
veinte arrobas, las permitiese llevar. El gobernador condescendió en ello, y él
mismo, tomando de las perlas a dos manos juntas, dio a cada uno de los
capitanes y soldados que con él habían ido una almozada (lo que cabe en el
hueco de las dos manos juntas), diciendo que hiciesen de ellas rosarios en
que rezasen. Y las perlas eran apropiadas para servir de rosarios, porque eran
gruesas como garbanzos gordos".
Faltaban por contemplar cosas más
extraordinarias: "Sin hacer más daño del que hemos dicho, dejaron los
castellanos aquella casa de entierro y quedaron con mayor deseo de ver la que
la señora les había dicho que era de sus padres y abuelos. Dos días después
fueron a ella el general y los oficiales y los demás capitanes y soldados de importancia,
siendo en total trescientos españoles. Llegaron al pueblo principal, llamado
Talomeco, el cual estaba asentado en un alto sobre la barranca del río. Tenía
quinientas casas, todas grandes y de mejor estofa (condición) que las
ordinarias, que bien parecía en su aparato que, como asiento y corte de señor
poderoso, había sido labrado con más ornamento que los otros pueblos comunes.
De lejos se veían las casas del señor, porque estaban en lugar más eminente, y
mostraban ser suyas por la grandeza y porque su hechura aventajaba a las otras". Inca
Garcilaso va a describir las maravillas que le contó Gonzalo Silvestre (sin
citar su nombre, pues siempre se refiere a él como el 'autor' de la crónica)
acerca de lo que había en Talomeco, y pide disculpas por sentirse incapaz de
mostrarlas en toda su importancia.
(Imagen) Hernando de Soto y los suyos ya
habían comprobado la riqueza en perlas de los indios de Cofitachequi. Pero van
a ver algo espectacular en el poblado central, Talomeco. Se encontraba vacío de
gente como consecuencia de los estragos de la peste. El edificio principal
estaba destinado a sepulcro del linaje de los grandes caciques. El cronista va
describiendo las maravillas escultóricas y estéticas que había en su interior.
Y añade: "Arrimadas a las paredes, estaban las arcas que servían de
sepulturas, en las que tenían los cuerpos de los caciques que habían sido
señores de aquella provincia de Cofitachequi. Había
tres filas de arcas de madera, y todas estaban llenas de perlas, en tanta
cantidad, que confesaron los españoles que era verdad lo que la señora de este
templo y entierro había dicho, pues, aunque se cargasen todos los españoles,
que eran más de novecientos hombres, y sus caballos, que eran más de
trescientos, no sacarían del templo las perlas que en él había. No debe causar mucha admiración ver tanta cantidad de
perlas, si se considera que no vendían aquellos indios ninguna de cuantas
hallaban, sino que las traían todas a su entierro, y que lo habían hecho desde
muchos siglos atrás. Y El templo tenía a su alrededor ocho salas que estaban llenas
de diferentes armas en cada una de ellas, pero todas guarnecidas con anillos de
perlas. Hernando de Soto y sus capitanes, habiendo visto la suntuosidad del
templo, preguntaron a los indios que los acompañaban qué significaba aquella representación
tan solemne. Respondieron que los señores de aquel reino tenían por la mayor de
sus grandezas el ornamento y suntuosidad de sus entierros, y así procuraban
engrandecerlos con armas y riquezas, todas las que podían tener, como lo habían
visto en aquel templo. Y porque éste fue el más rico y soberbio de todos los
que nuestros españoles vieron en la Florida, me pareció oportuno escribir
particularmente sobre las cosas que en él había, y también porque el que me
daba la relación (Gonzalo Silvestre) me lo mandó así por ser una de las
cosas, como él decía, de mayor grandeza y admiración de cuantas había visto en
el Nuevo Mundo, tras haber andado lo más y mejor de México y del Perú, aunque también
es verdad que, cuando él pasó por aquellos dos reinos, ya estaban saqueados de
sus más preciadas riquezas y derribadas sus mayores majestades". En la
imagen vemos que Hernando de Soto es muy recordado en Estados Unidos.
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