jueves, 8 de abril de 2021

(Día 1389) La cacica de Cofitachequi les enseñó a los españoles la inmensa cantidad de perlas que había en los mausoleos de sus antepasados. Les dijo que cogieran las que quisiesen, pero Hernando de Soto prefirió esperar a un retorno que no tuvo lugar.

 

     (979) Se presentaron, pues, los españoles en el templo: "Hallaron que en las cuatro paredes había arcas arrimadas, hechas de madera al mismo modo de las de España. Los castellanos se admiraron de que los indios, no teniendo instrumentos como los de Europa, las hiciesen tan bien. En estas arcas, que estaban puestas sobre bancos, ponían los cuerpos de sus difuntos, dejando que se corrompieran, porque no les importaba el hedor de los cuerpos mientras se consumían, ya que estos templos no les servían sino de osarios donde guardaban los cuerpos muertos, y no entraban en ellos a sacrificar ni hacer oración, ya que viven sin estas ceremonias. Además de las arcas grandes que servían de sepultura, había otras menores, en las que había mucha cantidad de perlas y mucha ropa de hombres y mujeres de gamuza y pieles, las cuales aderezan tanto, que serían muy estimadas en España para forros de ropas de príncipes y grandes señores".

     Hernando de Soto tenía mucho interés en ver las riquezas que había, pero no tanto en llevárselas de inmediato. Estaba convencido de que habría tiempo para ello. Lo malo fue que, fracasada la campaña, los supervivientes volvieron arruinados:  "El gobernador y los suyos holgaron mucho de ver tanta riqueza junta, porque, al parecer de todos ellos, había más de mil arrobas de perlas y aljófar (perlas menudas). Hernando de Soto, hablando con los oficiales, les dijo que no había necesidad de coger tantas cargas embarazosas para el ejército, y que su intención era no llevar más de dos arrobas de perlas y aljófar, para enviarlas a La Habana como muestra de su calidad. Los oficiales le suplicaron diciendo que, pues estaban ya pesadas veinte arrobas, las permitiese llevar. El gobernador condescendió en ello, y él mismo, tomando de las perlas a dos manos juntas, dio a cada uno de los capitanes y soldados que con él habían ido una almozada (lo que cabe en el hueco de las dos manos juntas), diciendo que hiciesen de ellas rosarios en que rezasen. Y las perlas eran apropiadas para servir de rosarios, porque eran gruesas como garbanzos gordos".

     Faltaban por contemplar cosas más extraordinarias: "Sin hacer más daño del que hemos dicho, dejaron los castellanos aquella casa de entierro y quedaron con mayor deseo de ver la que la señora les había dicho que era de sus padres y abuelos. Dos días después fueron a ella el general y los oficiales y los demás capitanes y soldados de importancia, siendo en total trescientos españoles. Llegaron al pueblo principal, llamado Talomeco, el cual estaba asentado en un alto sobre la barranca del río. Tenía quinientas casas, todas grandes y de mejor estofa (condición) que las ordinarias, que bien parecía en su aparato que, como asiento y corte de señor poderoso, había sido labrado con más ornamento que los otros pueblos comunes. De lejos se veían las casas del señor, porque estaban en lugar más eminente, y mostraban ser suyas por la grandeza y porque  su hechura aventajaba a las otras". Inca Garcilaso va a describir las maravillas que le contó Gonzalo Silvestre (sin citar su nombre, pues siempre se refiere a él como el 'autor' de la crónica) acerca de lo que había en Talomeco, y pide disculpas por sentirse incapaz de mostrarlas en toda su importancia.

 

     (Imagen) Hernando de Soto y los suyos ya habían comprobado la riqueza en perlas de los indios de Cofitachequi. Pero van a ver algo espectacular en el poblado central, Talomeco. Se encontraba vacío de gente como consecuencia de los estragos de la peste. El edificio principal estaba destinado a sepulcro del linaje de los grandes caciques. El cronista va describiendo las maravillas escultóricas y estéticas que había en su interior. Y añade: "Arrimadas a las paredes, estaban las arcas que servían de sepulturas, en las que tenían los cuerpos de los caciques que habían sido señores de aquella provincia de Cofitachequi. Había tres filas de arcas de madera, y todas estaban llenas de perlas, en tanta cantidad, que confesaron los españoles que era verdad lo que la señora de este templo y entierro había dicho, pues, aunque se cargasen todos los españoles, que eran más de novecientos hombres, y sus caballos, que eran más de trescientos, no sacarían del templo las perlas que en él había. No debe causar mucha admiración ver tanta cantidad de perlas, si se considera que no vendían aquellos indios ninguna de cuantas hallaban, sino que las traían todas a su entierro, y que lo habían hecho desde muchos siglos atrás. Y El templo tenía a su alrededor ocho salas que estaban llenas de diferentes armas en cada una de ellas, pero todas guarnecidas con anillos de perlas. Hernando de Soto y sus capitanes, habiendo visto la suntuosidad del templo, preguntaron a los indios que los acompañaban qué significaba aquella representación tan solemne. Respondieron que los señores de aquel reino tenían por la mayor de sus grandezas el ornamento y suntuosidad de sus entierros, y así procuraban engrandecerlos con armas y riquezas, todas las que podían tener, como lo habían visto en aquel templo. Y porque éste fue el más rico y soberbio de todos los que nuestros españoles vieron en la Florida, me pareció oportuno escribir particularmente sobre las cosas que en él había, y también porque el que me daba la relación (Gonzalo Silvestre) me lo mandó así por ser una de las cosas, como él decía, de mayor grandeza y admiración de cuantas había visto en el Nuevo Mundo, tras haber andado lo más y mejor de México y del Perú, aunque también es verdad que, cuando él pasó por aquellos dos reinos, ya estaban saqueados de sus más preciadas riquezas y derribadas sus mayores majestades". En la imagen vemos que Hernando de Soto es muy recordado en Estados Unidos.








 

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