(975) Juan de Añasco y los treinta que le
acompañaban partieron con la misión de apresar algún indio que les sirviera de
información general, pero esta vez, a pesar de la confianza que le tenía
Hernando de Soto, no lo va a conseguir: "Habiendo, pues, caminado casi dos
leguas, oyeron en el silencio de la noche un murmullo como de pueblo que estaba
cerca, y, caminando otro poco más, vieron lumbres y oyeron ladrar perros y
llorar niños y hablar hombres y mujeres. Entonces se prepararon para prender
algún indio por los arrabales. Yendo así todos con este cuidado, se hallaron
burlados de sus esperanzas, porque el río se les atravesaba entre ellos y el
pueblo. Los cristianos se detuvieron un buen rato, y hacia las doce de la noche
se volvieron al real, y dieron cuenta al gobernador de lo que habían visto.
El cual, luego
que fue de día, salió con cien infantes y cien caballos y fue a ver el pueblo para
saber lo que en él había de pro y contra para su descubrimiento".
Y, para variar, se van a encontrar por primera
vez con una cacica: "Llegando al desembarcadero de canoas que había en el
poblado, Juan Ortiz y el indio Pedro dieron voces a los que estaban en la otra
ribera diciéndoles que viniesen, porque querían enviarle un mensaje al señor de
aquella tierra. Los indios, viendo cosa tan nueva para ellos como españoles y
caballos, a mucha prisa entraron en el pueblo y publicaron lo que les habían
dicho. Poco
después que los indios dieron la noticia en el pueblo, salieron seis indios
principales y de buena presencia, los cuales entraron en una gran canoa".
Cuando se presentaron ante Hernando de Soto,
lo primero que quisieron saber fue si llegaba en son de paz o de guerra: "El
gobernador respondió que quería paz y que les pedía solamente provisiones para
pasar adelante a ciertas provincias. Les
pidió que le perdonasen las molestias que podían recibir y les rogaba le
proveyesen de balsas y canoas para pasar aquel río. Los indios respondieron que
aceptaban la paz y que, en lo de la comida, ellos tenían poca, porque el año
pasado en toda su provincia habían tenido una gran pestilencia con mucha
mortandad de gente, de la cual sólo aquel pueblo se había librado. y que eran vasallos de
una señora, moza sin casar, recién heredada. Dadas estas razones, se fueron a
su pueblo y dieron aviso a su señora de lo que el capitán de los cristianos les
había pedido para su camino".
En cuanto recibió la información la
cacica, fue a visitar a los españoles, atravesando el río con gran boato,
acompañada en una grande y lujosa canoa por ocho mujeres nobles, yendo en otra los seis indios que
habían visitado a Soto. El cronista, después de comentar que la escena parecía
la forma en que Cleopatra salió a recibir a Marco Antonio, añade: "La india señora
de la provincia de Cofitachequi, puesta ante el gobernador, le dijo que, a
pesar de la pestilencia pasada, haría todo lo que pudiese en su servicio, y le
ofreció la mitad de las 1.200 fanegas de maíz que había hecho recoger para
socorrer a sus vasallos, y le dijo que, para que pasara el ejército aquel río, le
proveería con brevedad de balsas y canoas de madera, estando todo preparado para el día siguiente,
y así vería el gobernador con cuánta prontitud y voluntad le servían". Es
de imaginar que la llegada de un ejército tan numeroso, y de complicado bagaje
de caballos y armamento, tenía que ser una gran molestia para cualquier
poblado. Aquellas buenas acogidas más bien parecían recursos diplomáticos por
temor a la fuerza de los españoles, aunque no hay que descartar que gente tan
extraña y con tan poderosos caballos despertara gran curiosidad y admiración.
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