(995) Las consecuencias del incendio habían dejado a
los españoles desprovistos de muchas cosas necesarias: "En aquel pueblo
pasaron con mucho trabajo lo que les quedaba del invierno, el cual fue
rigurosísimo de fríos y hielos. Y los españoles quedaron de la batalla pasada
desnudos de ropa con que resistir el frío, porque no escapó del fuego sino la
que acertaron a sacar vestidos". Por entonces, Hernando de Soto dio otra
muestra de rigor: "Cuatro días después de la batalla quitó el gobernador su
cargo a Luis Moscoso y se lo dio a Baltasar Gallegos, porque, haciendo pesquisa
secreta, supo que en la ronda y centinela del ejército había habido negligencia
y descuido, y que por esto habían llegado los enemigos sin que los sintiesen, y
hecho el daño que hicieron, que, además de la pérdida de los caballos y muerte
de los compañeros, confesaban los españoles habrían sido vencidos por los
indios, si no fuera porque la bondad de algunos particulares y la necesidad
común les había hecho volver por sí y cobrar la victoria que tenían ya perdida,
aunque la ganaron a mucha costa propia y poco daño de los indios, porque no
murieron en esta batalla más de quinientos de ellos". Recordemos que Luis
Moscoso tenía el cargo de maestre de campo porque Hernando de Soto se lo
había quitado a Nuño Tobar cuando, sin
su permiso, se había casado con Leonor de Bobadilla. A pesar de todo, los dos
fueron hombres muy valiosos y leales. Tobar morirá pronto, y Hernando de Soto,
cuando le llegó también la última hora, mostró la confianza que le tenía a
Moscoso dejando en sus manos el mando de toda la tropa, a la que supo conducir
de vuelta a México en un difícil viaje.
Pero, a pesar de haber ganado esta batalla
los españoles, no cesaron los indios de incordiar: "Pues, como los enemigos
sabían el daño y estrago que en los castellanos habían hecho, cobrando más
ánimo, dieron en inquietarlos todas las noches con hasta cuatro escuadrones.
Los españoles, para que no les quemasen el alojamiento como lo habían hecho en
Chicasa, estaban todas las noches fuera del pueblo, puestos en cuatro
escuadrones y velando, porque no había hora segura para poder dormir, pues
venían dos y tres veces. Aunque la mayoría de las batallas que daban eran
ligeras, nunca dejaban de herir o matar a algún hombre o caballo, y de los
indios también quedaban muchos muertos, pero no escarmentaban por eso. El gobernador, para
asegurarse de que los enemigos no viniesen la noche siguiente, enviaba cada
mañana, por amedrentarlos, cuatro y cinco cuadrillas de a catorce y quince
caballos, a que corriesen todo el campo en contorno del pueblo, los cuales no
dejaban indio con vida, ya fuese espía o que no lo fuese, pues a todos los
alanceaban, y volvían a su alojamiento cuando se ponía el sol, y más tarde,
dando cuenta de que, en cuatro leguas en circuito del pueblo, no quedaba indio
vivo. Pero cuatro o cinco horas después, ya los escuadrones de los indios
andaban revueltos con los de los castellanos, los cuales se admiraban
grandemente de que, en tan breve tiempo, se hubiesen juntado y venido a
inquietarlos".
(Imagen) Inca Garcilaso añade algún detalle
más sirviéndose de lo que contaban en sus pequeñas crónicas los dos soldados
que se las facilitaron: "Todo lo que de esta nocturna y repentina batalla
de Chicasa hemos dicho, lo dice Alonso de Carmona en su relación, con grandes
encarecimientos del peligro que los españoles aquella noche corrieron por el
sobresalto no pensado y tan furioso con que los enemigos acometieron. Y dice
que la mayoría de los cristianos salieron en camisa por la mucha prisa que el
fuego les dio. Hasta el punto de que huyeron sintiéndose vencidos, pero que la
persuasión de un fraile les hizo volver, y que milagrosamente lograron la
victoria que habían perdido. Comenta, asimismo, que el gobernador, a caballo,
peleó solo durante mucho tiempo con los enemigos hasta que le socorrieron, y
que llevaba la silla sin cincha. Y JUAN COLES (que también tuvo el mérito de
estar allí y recoger datos) concuerda con él en la mayor parte de
esto, y confirma que el gobernador, como buen capitán, peleó solo". Luego
recoge otro largo párrafo de Alonso de Carmona: "Estuvimos
allí tres días, y, al cabo de ellos, acordaron los indios volver sobre nosotros
y morir o vencer. Y no pongo duda en que así sería, si su determinación viniera
a efecto, pues nos llevarían a todos en las uñas por la falta de armas y sillas
de montar que teníamos. Fue Dios servido que, estando a un cuarto de legua del pueblo
cuando iban a dar contra nosotros, vino un gran golpe de agua que Dios envió de
su cielo y les mojó las cuerdas de los arcos, por lo que no pudieron hacer nada,
y se volvieron. Y a la mañana siguiente, corriendo la tierra, se halló el
rastro de ellos, y se apresó a un indio que nos declaró todo lo que los enemigos
querían hacer, y que habían jurado por sus dioses morir en la demanda. Y así,
el gobernador, visto esto, determinó salir de allí e irse a Chicasilla, donde
luego, a gran prisa, hicimos rodelas, lanzas y sillas, porque, en tales
tiempos, la necesidad a todos hace maestros. Hicimos de dos cueros de oso
fuelles, y con los cañones que llevábamos armamos nuestra fragua, templamos
nuestras armas y nos preparamos lo mejor que pudimos". Una vez más, Inca
Garcilaso deja constancia de su respeto al texto: "Todas son palabras de
Carmona, sacadas a la letra".
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