martes, 27 de abril de 2021

(Día 1405) Los españoles habían vencido en Chicasa, pero el resto del invierno fue atroz, casi no tenían ropa y los indios, que siguieron acosando sin tregua, estuvieron a punto de derrotarlos, por lo que decidieron marcharse a Chicasilla.

 

     (995)  Las consecuencias del incendio habían dejado a los españoles desprovistos de muchas cosas necesarias: "En aquel pueblo pasaron con mucho trabajo lo que les quedaba del invierno, el cual fue rigurosísimo de fríos y hielos. Y los españoles quedaron de la batalla pasada desnudos de ropa con que resistir el frío, porque no escapó del fuego sino la que acertaron a sacar vestidos". Por entonces, Hernando de Soto dio otra muestra de rigor: "Cuatro días después de la batalla quitó el gobernador su cargo a Luis Moscoso y se lo dio a Baltasar Gallegos, porque, haciendo pesquisa secreta, supo que en la ronda y centinela del ejército había habido negligencia y descuido, y que por esto habían llegado los enemigos sin que los sintiesen, y hecho el daño que hicieron, que, además de la pérdida de los caballos y muerte de los compañeros, confesaban los españoles habrían sido vencidos por los indios, si no fuera porque la bondad de algunos particulares y la necesidad común les había hecho volver por sí y cobrar la victoria que tenían ya perdida, aunque la ganaron a mucha costa propia y poco daño de los indios, porque no murieron en esta batalla más de quinientos de ellos". Recordemos que Luis Moscoso tenía el cargo de maestre de campo porque Hernando de Soto se lo había  quitado a Nuño Tobar cuando, sin su permiso, se había casado con Leonor de Bobadilla. A pesar de todo, los dos fueron hombres muy valiosos y leales. Tobar morirá pronto, y Hernando de Soto, cuando le llegó también la última hora, mostró la confianza que le tenía a Moscoso dejando en sus manos el mando de toda la tropa, a la que supo conducir de vuelta a México en un difícil viaje.

     Pero, a pesar de haber ganado esta batalla los españoles, no cesaron los indios de incordiar: "Pues, como los enemigos sabían el daño y estrago que en los castellanos habían hecho, cobrando más ánimo, dieron en inquietarlos todas las noches con hasta cuatro escuadrones. Los españoles, para que no les quemasen el alojamiento como lo habían hecho en Chicasa, estaban todas las noches fuera del pueblo, puestos en cuatro escuadrones y velando, porque no había hora segura para poder dormir, pues venían dos y tres veces. Aunque la mayoría de las batallas que daban eran ligeras, nunca dejaban de herir o matar a algún hombre o caballo, y de los indios también quedaban muchos muertos, pero no escarmentaban por eso. El gobernador, para asegurarse de que los enemigos no viniesen la noche siguiente, enviaba cada mañana, por amedrentarlos, cuatro y cinco cuadrillas de a catorce y quince caballos, a que corriesen todo el campo en contorno del pueblo, los cuales no dejaban indio con vida, ya fuese espía o que no lo fuese, pues a todos los alanceaban, y volvían a su alojamiento cuando se ponía el sol, y más tarde, dando cuenta de que, en cuatro leguas en circuito del pueblo, no quedaba indio vivo. Pero cuatro o cinco horas después, ya los escuadrones de los indios andaban revueltos con los de los castellanos, los cuales se admiraban grandemente de que, en tan breve tiempo, se hubiesen juntado y venido a inquietarlos".

    

     (Imagen) Inca Garcilaso añade algún detalle más sirviéndose de lo que contaban en sus pequeñas crónicas los dos soldados que se las facilitaron: "Todo lo que de esta nocturna y repentina batalla de Chicasa hemos dicho, lo dice Alonso de Carmona en su relación, con grandes encarecimientos del peligro que los españoles aquella noche corrieron por el sobresalto no pensado y tan furioso con que los enemigos acometieron. Y dice que la mayoría de los cristianos salieron en camisa por la mucha prisa que el fuego les dio. Hasta el punto de que huyeron sintiéndose vencidos, pero que la persuasión de un fraile les hizo volver, y que milagrosamente lograron la victoria que habían perdido. Comenta, asimismo, que el gobernador, a caballo, peleó solo durante mucho tiempo con los enemigos hasta que le socorrieron, y que llevaba la silla sin cincha. Y JUAN COLES (que también tuvo el mérito de estar allí y recoger datos) concuerda con él en la mayor parte de esto, y confirma que el gobernador, como buen capitán, peleó solo". Luego recoge otro largo párrafo de Alonso de Carmona: "Estuvimos allí tres días, y, al cabo de ellos, acordaron los indios volver sobre nosotros y morir o vencer. Y no pongo duda en que así sería, si su determinación viniera a efecto, pues nos llevarían a todos en las uñas por la falta de armas y sillas de montar que teníamos. Fue Dios servido que, estando a un cuarto de legua del pueblo cuando iban a dar contra nosotros, vino un gran golpe de agua que Dios envió de su cielo y les mojó las cuerdas de los arcos, por lo que no pudieron hacer nada, y se volvieron. Y a la mañana siguiente, corriendo la tierra, se halló el rastro de ellos, y se apresó a un indio que nos declaró todo lo que los enemigos querían hacer, y que habían jurado por sus dioses morir en la demanda. Y así, el gobernador, visto esto, determinó salir de allí e irse a Chicasilla, donde luego, a gran prisa, hicimos rodelas, lanzas y sillas, porque, en tales tiempos, la necesidad a todos hace maestros. Hicimos de dos cueros de oso fuelles, y con los cañones que llevábamos armamos nuestra fragua, templamos nuestras armas y nos preparamos lo mejor que pudimos". Una vez más, Inca Garcilaso deja constancia de su respeto al texto: "Todas son palabras de Carmona, sacadas a la letra".




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