(990) Cuando el resto de la tropa de Soto
se iba acercando a Mabila, oyeron las trompetas de guerra, dieron por hecho que
los españoles estaban sufriendo un ataque de los indios de Tuscaluza, y
aceleraron la marcha para ir en su ayuda. Como acabamos de ver, justo al llegar
ocurrió la tragedia de Diego de Soto. Sus compañeros se unieron de inmediato a
la batalla, en un momento en el que muchos indios habían escapado del incendio
del poblado para luchar en campo abierto: "Los españoles de la
retaguardia, caballeros e infantes, llegaron y todos arremetieron a los indios
que en el campo andaban peleando y, después de haber batallado gran espacio de
tiempo, y a pesar de muchas muertes y heridas que recibieron, pues, aun llegado
tarde, les cupo muy buena parte de ellas, desbarataron a los indios y mataron a
la mayoría de ellos, aunque algunos se libraron huyendo. Ya cerca de ponerse el
sol, todavía sonaban los gritos de los que peleaban en el pueblo. Al socorro de
los suyos, entraron muchos de a caballo repartiéndose por las calles, pues en
todas ellas había que hacer, y, arrollando a los indios que en ellas peleaban,
los mataron, pues ninguno quiso rendirse ni dar las armas, sino morir con ellas
luchando como buenos soldados. Este fue el último encuentro de la batalla, con el cual acabaron de vencer los españoles
al tiempo que el sol se ponía, habiendo peleado ambas partes nueve horas de
tiempo sin cesar. Ocurrió el día del bienaventurado San Lucas Evangelista, año
de mil quinientos cuarenta, y este mismo día, aunque muchos años después,
escribí la relación de lo ocurrido".
El cronista hace un cálculo (no se sabe
hasta qué punto fiable) de los nativos que murieron en la tremenda batalla:
"El número
de los indios que en este rompimiento perecieron a hierro y a fuego se entendió
que pasó de once mil personas, porque alrededor del pueblo quedaron tendidos
más de dos mil y quinientos hombres, y entre ellos hallaron a Tuscaluza el
mozo, hijo del cacique. Dentro del pueblo murieron a hierro más de tres mil
indios, y las calles no se podían andar de cuerpos muertos. El fuego consumió
en las casas más de tres mil y quinientas ánimas, porque en sola una casa se
quemaron mil personas, ya que el fuego tomó por la puerta y los ahogó y quemó
dentro sin dejarlos salir fuera, que era compasión ver cómo los dejó, y los más
de estos eran mujeres. En un círculo de cuatro leguas en circuito, en los
montes, arroyos y quebradas, no hallaban los españoles sino indios muertos y
heridos en número de dos mil personas que no habían podido llegar a sus casas, y
era lástima hallarlos aullando por los montes sin remedio alguno. Del cacique Tuscaluza,
que fue el responsable de esta tragedia, no se tuvo noticia alguna, porque unos
indios decían que había escapado huyendo y otros que se había quemado, y esto
fue lo que se tuvo por más cierto y lo que él mejor merecía. Porque, según
después se averiguó, desde el primer día que tuvo noticia de los castellanos y
supo que habían de ir a su tierra, había determinado matarlos en ella, y con
este propósito había enviado al hijo a recibir al gobernador al pueblo de Talisi,
y con esa excusa, hacer de espía, para luego llevar a cabo la traición que
pensaba hacerles".
(Imagen) En la durísima batalla de Mabila,
murieron la inmensa mayoría de los indios del cacique Tuscaluza, incluso su
hijo, pero no se supo con certeza nada de él, pensándose que habría muerto
abrasado en el incendio de la población. Inca Garcilaso dio también el dato de
los españoles muertos y de los numerosos heridos: "Acabada la batalla, el
gobernador Hernando de Soto, aunque salió mal herido, mandó que los españoles
muertos se recogiesen para enterrarlos y que los heridos se curasen, pero había
tanta falta de lo necesario, que murieron muchos de ellos antes de ser curados,
porque se calculó que hubo mil setecientas setenta y tantas heridas de cura, y
llamaban heridas de cura a las que eran peligrosas. Además, para curar tanta multitud de heridas, solo había en todo el
ejército un cirujano, y no tan hábil y
diligente como fuera menester. Se tardó cuatro días en curarlas, y en este
tiempo murieron trece españoles por falta de medios. En la batalla fallecieron
cuarenta y siete, de los cuales fueron muertos dieciocho de heridas de flechas
por los ojos o por la boca, pues los indios, sabiendo que tenían protegidos los
cuerpos, les tiraban al rostro. Sin contar los que
murieron antes de ser curados y en la batalla, perecieron después otros
veintidós cristianos por la mala evolución de las curas. De manera que podemos
decir que murieron en esta batalla de Mabila ochenta y dos españoles. A esta pérdida se añadió la de cuarenta y cinco caballos
que los indios mataron en la batalla, que no fueron menos llorados que los
mismos compañeros, porque veían que en ellos consistía la mayor fuerza de su
ejército". Uno de los fallecidos tuvo una extraña muerte, y el cronista
ensalza su valía: "Un portugués llamado MEN RODRÍGUEZ, hombre de familia noble, natural de la ciudad de
Yelves (Elvas), que había sido soldado en África en las fronteras del reino de
Portugal, y era de la compañía del capitán Andrés de Vasconcelos, peleó todo el
día a caballo como muy valiente jinete que era e hizo en la batalla cosas
dignas de memoria, y, a la noche, acabada la pelea, se apeó y quedó como si
fuera una estatua de palo, y sin más hablar ni comer ni beber ni dormir,
pasados tres días, falleció de esta vida sin herida ni señal de golpe que le
hubiese causado la muerte. Debió de ser
que se vació con el mucho pelear. Por lo cual, se decía que este buen hidalgo
había muerto de valiente y animoso por haber peleado y trabajado excesivamente".
(Habrá que dedicarle la imagen a este olvidado héroe).
No hay comentarios:
Publicar un comentario