martes, 6 de abril de 2021

(1387) Juan de Añasco partió con treinta hombres para aplacar a la irascible madre de la cacica de Cofitachequi. Les acompañaba un joven y noble indio muy querido por las dos, y, por no perder el afecto de ninguna de ellas, se suicidó.

 

     (977) Así como la cacica, frente a la amenaza de la presencia de los poderosos españoles, optó por las buenas maneras para evitar que corriera la sangre, su madre reaccionó violentamente: "La viuda no quiso volver con los indios que le llevaron el mensaje, sino que, cuando supo lo que la hija había hecho con los castellanos, mostró mucho pesar por la blandura que su hija mostró a los españoles y riñó ásperamente a los embajadores por haberlo consentido. Cuando lo supo el gobernador mandó al contador Juan de Añasco que, pues tenía buena mano en semejantes cosas, fuese con treinta compañeros adonde le habían dicho que estaba la señora viuda, y en toda buena paz y amistad la trajese, para que todas la tierras que iban dejando atrás quedasen tranquilas, y así tener menos que pacificar cuando las poblasen. Juan de Añasco partió con sus treinta compañeros, y llevó consigo un caballero indio que la señora del pueblo le dio para que lo guiase. A este caballero mozo lo había criado en sus brazos la viuda madre de la señora de Cofitachequi, por lo cual, y por haber salido el mozo afable y nobilísimo de condición, la quería más que si fuese su propia madre".

     Pero el sensible y noble muchacho se va a ver atrapado en una situación kafkiana: "Habiendo caminado los españoles casi tres leguas, pararon a comer y a descansar un rato. El caballero indio que con ellos iba por embajador, habiendo ido hasta entonces muy alegre, empezó a entristecerse, dando unos suspiros largos y profundos que los nuestros notaron bien, aunque no le preguntaron la causa por no acongojarle más de lo que de suyo estaba. El indio tomó su aljaba y, poniéndola delante de sí, sacó una a una muy despacio las flechas que en ella iban, las cuales, por la hechura que tenían, eran admirables, y tan lindas, que el capitán Juan de Añasco y cada cual de sus compañeros tomaron una para verla". Y, de repente, se produjo la tragedia: "El indio embajador, que, como decíamos, sacaba sus flechas una a una del aljaba, casi en las últimas sacó una que tenía un trozo de pedernal hecho como punta y cuchilla de daga, y, aprovechando que los castellanos estaban descuidados y embebidos en mirar sus flechas, se hirió en la garganta de tal suerte que se degolló y cayó enseguida muerto".

     Este drama tenía una explicación, y, por no disponer ahora de algún personaje al que reseñar, utilizaré para la imagen el texto en el que el cronista aclaró el misterio. Por su parte, Juan de Añasco y sus hombres, aun lamentando la muerte del buen indígena, y careciendo, por tanto, de guía y de mediador ante la dura viuda del antiguo cacique, siguieron adelante para cumplir la misión que les había encargado Hernando de Soto. Pero no tenía apenas sentido intentarlo, y uno de sus hombres expuso varios argumentos para desistir. Dijo, entre otras cosas: "Para las pretensiones de nuestra conquista, no veo que una viuda recogida en su soledad sea de tanta importancia como para aventurar nuestras vidas, pues tenemos a su hija, que es la señora de la provincia, con quien se puede negociar y tratar lo que fuere menester. Además de esto, no sabemos el camino, ni lo que hay de aquí allá, ni tenemos guía de quien podamos fiarnos". Como a todos les pareció que tenía razón, volvieron al campamento y le contaron a Hernando de Soto lo que había ocurrido.

 

     (Imagen)  Resultó, pues, que el entrañable guía indio que, por orden de la cacica de Cofitachequi, llevaba a los españoles adonde su arisca madre, para tratar de aplacarla, iba angustiado, y se suicidó. El insoluble dilema que tenía era no desairar a la madre, que lo había criado como si fuera su propio hijo, ni a la hija, a quien quería como cacica y como si se tratase de su hermana. Y dice el cronista: "Los españoles se admiraron de caso tan extraño y se dolieron de no haber podido socorrerle. Deseando saber la causa de aquella desgracia, llamaron a los indios de servicio que consigo llevaban y les preguntaron si la sabían. Ellos, con muchas lágrimas y sentimiento de la muerte de su principal, por el amor que todos le tenían y porque sabían cuánto les había de pesar a sus señoras, madre e hija, su triste fallecimiento, dijeron que, según lo que entendían, no podía haber sido otra la causa sino haber caído aquel caballero en la cuenta de que aquella embajada que llevaba era contra el gusto y voluntad de su señora la vieja, pues era notorio que, con los primeros embajadores que le enviaron, no había querido salir a ver a los castellanos, y que ahora, en guiar y llevar los mismos españoles donde ella estaba para que de grado o por fuerza la trajesen, no correspondía al amor que ella le tenía, ni la crianza que como madre y señora le había hecho. Además de esto, habría entendido que, si no hacía lo que su señora le mandaba, que era guiar a los españoles y hacer de embajador (pues se había encargado de ello sin condiciones), caería en su desgracia y perdería su confianza, de manera que cualquiera de los dos delitos, o que fuese contra la madre o contra la hija, afirmaban los indios, le había de ser de más pena que la misma muerte. Por lo cual, viéndose metido en tal confusión y no pudiendo salir de ella sin ofender a alguna de sus señoras, había querido mostrar a entrambas el deseo que tenía de servirlas y agradarlas,  y, para no hacer lo contrario, había elegido por mejor la muerte que enojar a la una o a la otra, de manera que la había tomado por sus propias manos. Esto, y no otra cosa, decían los indios que, a su entender, hubiese causado la muerte de aquel pobre caballero, y a los españoles no les pareció mal la conjetura de los indios". En la imagen vemos que lo que cuentan los cronistas ha convertido a la Señora de Cofitachequi en un personaje novelesco. Inca Garcilaso se lamentó de no saber su verdadero nombre.




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