(988) Los pocos que pudieron coger sus
caballos, fueron rápidamente a ayudar a los que, a pie, estaban aguantando el
tremendo ataque de los indios: "Arremetieron para resistir la furia con
que los indios perseguían a los españoles, los cuales, por mucho que se
esforzaban, no podían evitar que los indios los hiciesen retroceder por el
llano adelante hasta que vieron a los de a caballo enfrentarse a ellos.
Entonces los enemigos se detuvieron algún tanto, y dieron lugar a que todos los
nuestros se juntasen, y, hechos dos cuadrillas, una de infantes y otra de
caballos, atacaron a los indios con tanto coraje y vergüenza de la afrenta
pasada, que no pararon hasta volverlos a encerrar en el pueblo. Pero, queriendo
entrar dentro, fue tanta la flecha y piedra que de la cerca y de sus troneras
llovió sobre ellos, que les convino apartarse de ella".
Se repitió la escena, y volvió a ocurrir
lo mismo. En cuanto se retiraban los españoles, salían de la cerca los indios para atacarlos, por lo que fue
necesario emplear otra estrategia de ataque: "En adelante los de a pie se
retiraban más lejos de lo que les obligaba el ataque de los indios, fingiendo
temor, y de esa manera tenían los de a caballo más campo y lugar donde poder
alancear a los indios. De esta suerte, acometiendo y retirándose ya los unos,
ya los otros, a manera de juego de cañas (torneos deportivos), aunque en
batalla muy cruel y sangrienta, y otras veces a pie quedo, pelearon indios y
españoles tres horas con muertes y heridas que unos a otros se daban
rabiosamente".
También los indios cambiaron de táctica,
y, en lugar de salir del poblado al ataque, decidieron encerrarse en él: "El
gobernador, viendo a los indios encerrados, mandó a sus hombres que, tomando
rodelas para su defensa y hachas para romper las puertas, acometiesen al pueblo
e hiciesen lo que pudiesen por ganarlo. Los indios, viendo que los castellanos iban
entrando en el pueblo, que ellos tenían por inexpugnable, peleaban desesperadamente.
Los españoles, por temor a que los enemigos volviesen a ocupar las casas que
ellos iban ganando, acordaron pegarles fuego. Así lo hicieron y, como eran de
paja, se levantó grandísima llama y humo que provocó que aumentara la mucha
sangre, heridas y mortandad que en aquel pueblo tan pequeño hubo. Muchos de los
indios fueron, con la intención de disfrutar de sus despojos, a la casa que
habían cedido al gobernador para su servicio. Pero en la casa hallaron buena
defensa, porque había dentro tres ballesteros y cinco alabarderos que solían
acompañar al gobernador, su recámara y servicio, y un indio de los primeros que
en aquella tierra habían apresado, el cual era ya amigo y fiel criado y, como
tal, traía su arco y flechas para cuando fuese necesario pelear contra los de
su misma nación. Estaban asimismo en la casa dos sacerdotes y dos esclavos.
Toda esta gente se puso en defensa de la casa: los sacerdotes con sus oraciones
y los seglares con las armas. Y pelearon tan animosamente que no pudieron los
enemigos ganarles la puerta, hasta que llegaron peleando el gobernador, sus
capitanes y soldados y retiraron de ella a los enemigos, con lo cual quedaron
libres los de la casa, y fueron luego al campo dando gracias a Dios por haberlos
librado de tanto peligro".
(Imagen) Entre los refuerzos que les iban
a llegar pronto a los españoles, estaba DIEGO DE SOTO, sobrino del gobernador y
cuñado del tristemente fallecido Don Carlos Enríquez (como acabamos de ver). Y sufrirá
también una desgracia: "Al saber lo que le había sucedido a su cuñado,
sintiendo el dolor de tanta pérdida y con deseo de vengarla, entró en el pueblo,
y llegó donde la batalla andaba más feroz y cruel, que era en la calle
principal. En aquel lugar, peleó Diego de Soto más para imitar la desdicha de
su cuñado que para vengar su muerte, pues no era tiempo de venganzas, sino de sortear
la ira de la fortuna militar, la cual parece que, con hastío de haberles dado
tanta paz en tierra de tan crueles enemigos, había querido darles en un día
toda junta la guerra que en un año podían haber tenido, y quizá no les hubiera
sido tan cruel como la de solo este día, según veremos adelante, pues, para
batalla de indios y españoles, pocas o ninguna ha habido en el Nuevo Mundo que
igualase a ésta, así en la obstinada porfía del pelear como en el espacio de
tiempo que duró, si no fue la del confiado Pedro de Valdivia, que contaremos en
la historia del Perú, si Dios se sirve de darnos algunos días de vida. Pues
como decíamos, el capitán Diego de Soto llegó a lo más recio de la batalla y,
apenas hubo entrado en ella, cuando le dieron un flechazo por un ojo que le
salió al colodrillo, del que cayó luego en tierra, y, sin habla, estuvo
agonizando hasta el otro día, muriendo sin que hubiesen podido quitarle la
flecha. Así fue como vengó a su pariente don Carlos, para mayor dolor y pérdida
del gobernador y de todo el ejército, porque eran dos caballeros que dignamente
merecían ser sobrinos de tal tío (Hernando de Soto)". Veremos
pronto que la moral de gran parte del ejército se irá deteriorando por dos
razones: no acababan de encontrar las riquezas esperadas, y, por si fuera poco,
esta terrorífica batalla que estamos viendo, aunque ganada, lo será con un
tremendo saldo negativo, por el alto precio pagado en heridos y muertos, prueba
evidente de que aquellos indios eran de una bravura inaudita, y luchar contra
ellos resultaba casi suicida. El libro de la imagen define lo que fue la
trayectoria del gran HERNANDO DE SOTO, porque conquistó con éxito en
Centroamérica y en Perú, y, fracasando, en La Florida, pero siempre
heroicamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario