sábado, 24 de abril de 2021

(Día 1403) Eran muy duras las normas indias contra las mujeres adúlteras. Muertos 82 compañeros en Mabila, y tras recuperarse los muchos heridos, los españoles llegaron a Chicasa, donde tuvieron otro durísimo enfrentamiento.

 

     (993) El cronista nos habla de pasada de las leyes que se aplicaban en aquellas tribus a las mujeres adúlteras. Da dos ejemplos de poblaciones distintas, ambos muy duros, y uno de ellos especialmente cruel, pero coincidentes en amparar sobre todo al marido engañado (real o supuestamente): " En toda la gran provincia de Coza era ley que cualquier indio que creyese a su mujer adúltera, estaba obligado a dar noticia de ella al señor de la provincia, el cual hacía información secreta con varios testigos y, hallando culpada la mujer en los indicios, la prendían y luego mandaban pregonar que toda la gente del pueblo saliese y formara una calle. Luego, en presencia de todos, el marido la desnudaba hasta dejarla como había nacido y le trasquilaba los cabellos". En los extremos de la fila dejada libre por los vecinos estaban unos jueces, y la adúltera tenía que ir de unos a otros  mientras los indios, hombres y mujeres, le tiraban de todo para humillarla. El castigo era siempre el destierro del poblado, y al marido se le daba autorización para casarse de nuevo. En Tuscaluza, como pueblo más violento, la pena para la adúltera era de muerte, y se encargaba la misión de matarla a flechazos a su propio marido. Está claro que tuvieron que morir así muchas mujeres inocentes, como presuntas culpables, por lo que viene muy a cuento lo que apunta Inca Garcilaso a finales del siglo XVI: "El que me lo contó (Gonzalo Silvestre) no supo decirme la pena que daban al cómplice o al casado adúltero. Debió de ser porque siempre en todas naciones estas leyes son rigurosas contra las mujeres y en favor de los hombres, pues, como decía una señora de este obispado, que yo conocí, las hacían ellos, temerosos de la ofensa, y no ellas, pues, si las mujeres las hubiesen de hacer, de otra manera serían establecidas".

     Sigue la narración Inca Garcilaso, y nos señala que el ejército no tuvo más opción que obedecer las órdenes del gobernador, quien desechó la ruta que, en dirección sur, llevaba directamente al puerto de Achusi, y se puso en marcha hacia el norte, empezando pronto nuevas complicaciones: "Pasados unos veinticuatro días que los españoles habían estado en el alojamiento de Mabila curándose las heridas, salieron de la provincia de Tuscaluza y, después de tres jornadas, entraron en otra llamada Chicasa (zona de los indios chickasaw), llegando a un pueblo que no era el principal de ella. Los indios no quisieron recibir de paz al gobernador, y respondieron a los mensajeros que les habían enviado que querían guerra a fuego y a sangre. Cuando los nuestros llegaron cerca del pueblo, vieron delante de él un escuadrón de más de mil y quinientos hombres de guerra, los cuales salieron a escaramucear con ellos, pero pronto se retiraron al río desamparando el pueblo, que lo tenían desocupado de mujeres e hijos porque habían determinado no pelear con los españoles en batalla campal sino impedirles el paso del río, pues, por ser de mucha agua y de grandes barrancas, les parecía que podrían obligarles a irse por otro camino".

 

     (Imagen) Ya repuestos de la batalla de Mobila, pero con 82 españoles muertos, Hernando de Soto, para evitar la desmoralización y posible motín de algunos de sus hombres, puso en marcha su ejército hacia el norte y llegaron a Chicasa, donde volverán a pasar por otro calvario. Como más de mil indios les impedían atravesar su caudaloso río (ver imagen), cien españoles con habilidades semiprofesionales construyeron en doce días dos grandes barcazas. El primero que saltó en la otra orilla "fue Diego García, hijo del alcalde de Barcarrota, un soldado valiente y en todo hecho de armas muy determinado, por lo cual todos sus compañeros le llamaban Diego García de Paredes (el conocido como Sansón de Extremadura, del que ya hablamos)". Luego todo el ejército consiguió pasar. Llegaron al poblado de Chicasa, y estaba abandonado, por lo que construyeron con madera y pajas unos cobertizos para alojarse. Tras dos meses de tranquilidad, durante los cuales enviaban, inútilmente, mensajes al huido cacique para viniera en son de paz, "a finales de enero del año de 1541, aprovechando que les era muy favorable el furioso viento que aquella noche corría, vinieron los indios en tres escuadrones, con el cacique al frente". Lo que ocurrió después fue una réplica de la trampa en la que habían caído los indios de Mabila al incendiar los españoles su pueblo, pero ahora sucederá a la inversa: "Arremetieron los indios contra  el pueblo, y echaron muchas flechas encendidas sobre las casas y, como ellas eran de paja, con el recio viento que corría se encendieron al instante. Hernando de Soto salió el primero a caballo, y solo contra tanta multitud de enemigos, porque nunca los tuvo miedo. Los indios de los dos escuadrones entraron en el pueblo, y, con el fuego que en su favor traían, hicieron mucho daño, pues mataron muchos caballos y españoles que no tuvieron tiempo de valerse. El gobernador atacó a un indio, y, habiéndole herido con la lanza, para acabarle de matar cargó sobre el estribo derecho y, con la fuerza que hizo, cayó con la silla en medio de los enemigos. Los españoles, viéndole en aquel peligro, fueron en su socorro con tanta presteza y pelearon tan varonilmente, que lo libraron de que los indios lo matasen, y, ensillando el caballo, lo subieron en él y volvió a luchar de nuevo. Y ocurrió porque el gobernador había peleado más de una hora con la silla mal sujetada, por la prisa de sus criados ante el fuego, habiéndole valido la destreza que como jinete tenía, que era mucha".




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