(993) El cronista nos habla de pasada de
las leyes que se aplicaban en aquellas tribus a las mujeres adúlteras. Da dos
ejemplos de poblaciones distintas, ambos muy duros, y uno de ellos
especialmente cruel, pero coincidentes en amparar sobre todo al marido engañado
(real o supuestamente): " En toda la gran provincia de Coza era ley que cualquier
indio que creyese a su mujer adúltera, estaba obligado a dar noticia de ella al
señor de la provincia, el cual hacía información secreta con varios testigos y,
hallando culpada la mujer en los indicios, la prendían y luego mandaban
pregonar que toda la gente del pueblo saliese y formara una calle. Luego, en
presencia de todos, el marido la desnudaba hasta dejarla como había nacido y le
trasquilaba los cabellos". En los extremos de la fila dejada libre por los
vecinos estaban unos jueces, y la adúltera tenía que ir de unos a otros mientras los indios, hombres y mujeres, le
tiraban de todo para humillarla. El castigo era siempre el destierro del
poblado, y al marido se le daba autorización para casarse de nuevo. En
Tuscaluza, como pueblo más violento, la pena para la adúltera era de muerte, y
se encargaba la misión de matarla a flechazos a su propio marido. Está claro
que tuvieron que morir así muchas mujeres inocentes, como presuntas culpables,
por lo que viene muy a cuento lo que apunta Inca Garcilaso a finales del siglo
XVI: "El que me lo contó (Gonzalo Silvestre) no supo decirme la
pena que daban al cómplice o al casado adúltero. Debió de ser porque siempre en
todas naciones estas leyes son rigurosas contra las mujeres y en favor de los
hombres, pues, como decía una señora de este obispado, que yo conocí, las
hacían ellos, temerosos de la ofensa, y no ellas, pues, si las mujeres las
hubiesen de hacer, de otra manera serían establecidas".
Sigue la narración Inca Garcilaso, y nos
señala que el ejército no tuvo más opción que obedecer las órdenes del
gobernador, quien desechó la ruta que, en dirección sur, llevaba directamente
al puerto de Achusi, y se puso en marcha hacia el norte, empezando pronto
nuevas complicaciones: "Pasados
unos veinticuatro días que los españoles habían estado en el alojamiento de Mabila
curándose las heridas, salieron de la provincia de Tuscaluza y, después de tres
jornadas, entraron en otra llamada Chicasa (zona de los indios chickasaw),
llegando a un pueblo que no era el principal de ella. Los indios no quisieron
recibir de paz al gobernador, y respondieron a los mensajeros que les habían
enviado que querían guerra a fuego y a sangre. Cuando los nuestros llegaron cerca
del pueblo, vieron delante de él un escuadrón de más de mil y quinientos
hombres de guerra, los cuales salieron a escaramucear con ellos, pero pronto se
retiraron al río desamparando el pueblo, que lo tenían desocupado de mujeres e
hijos porque habían determinado no pelear con los españoles en batalla campal
sino impedirles el paso del río, pues, por ser de mucha agua y de grandes
barrancas, les parecía que podrían obligarles a irse por otro camino".
(Imagen) Ya repuestos de la batalla de
Mobila, pero con 82 españoles muertos, Hernando de Soto, para evitar la
desmoralización y posible motín de algunos de sus hombres, puso en marcha su
ejército hacia el norte y llegaron a Chicasa, donde volverán a pasar por otro
calvario. Como más de mil indios les impedían atravesar su caudaloso río (ver
imagen), cien españoles con habilidades semiprofesionales construyeron en doce
días dos grandes barcazas. El primero que saltó en
la otra orilla "fue Diego García, hijo del alcalde de Barcarrota, un
soldado valiente y en todo hecho de armas muy determinado, por lo cual todos
sus compañeros le llamaban Diego García de Paredes (el conocido como Sansón
de Extremadura, del que ya hablamos)". Luego todo el ejército
consiguió pasar. Llegaron al poblado de Chicasa, y estaba abandonado, por lo
que construyeron con madera y pajas unos cobertizos para alojarse. Tras dos
meses de tranquilidad, durante los cuales enviaban, inútilmente, mensajes al
huido cacique para viniera en son de paz, "a finales de enero del año de 1541,
aprovechando que les era muy favorable el furioso viento que aquella noche
corría, vinieron los indios en tres escuadrones, con el cacique al
frente". Lo que ocurrió después fue una réplica de la trampa en la que
habían caído los indios de Mabila al incendiar los españoles su pueblo, pero
ahora sucederá a la inversa: "Arremetieron los indios contra el pueblo, y echaron muchas flechas
encendidas sobre las casas y, como ellas eran de paja, con el recio viento que
corría se encendieron al instante. Hernando de Soto salió el primero a caballo,
y solo contra tanta multitud de enemigos, porque nunca los tuvo miedo. Los
indios de los dos escuadrones entraron en el pueblo, y, con el fuego que en su
favor traían, hicieron mucho daño, pues mataron muchos caballos y españoles que
no tuvieron tiempo de valerse. El gobernador atacó a
un indio, y, habiéndole herido con la lanza, para acabarle de matar cargó sobre
el estribo derecho y, con la fuerza que hizo, cayó con la silla en medio de los
enemigos. Los españoles, viéndole en aquel peligro, fueron en su socorro con
tanta presteza y pelearon tan varonilmente, que lo libraron de que los indios
lo matasen, y, ensillando el caballo, lo subieron en él y volvió a luchar de
nuevo. Y ocurrió porque el gobernador había peleado
más de una hora con la silla mal sujetada, por la prisa de sus criados ante el
fuego, habiéndole valido la destreza que como jinete tenía, que era
mucha".
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