(996) Sigue contando el cronista: "En
estas refriegas que cada noche tenían, aunque siempre hubo muertos y heridos de
ambas partes, no acaecieron cosas particulares notables que poder contar, si no
fue una noche en que un escuadrón de indios fue a dar donde estaba el capitán
Juan de Guzmán y su compañía, el cual salió a ellos a caballo con otros cinco de
a caballo y algunos infantes. Juan de Guzmán, que era un caballero de gran
ánimo, pero delicado de cuerpo, arremetió con el indio que traía el estandarte,
al cual tiró una lanzada. El indio, hurtando el cuerpo, le asió la lanza con la
mano derecha y se la quitó, y luego, dándole un gran tirón, lo arrancó de la
silla y dio con él a sus pies, haciéndolo todo con mucha presteza y sin soltar la bandera que
llevaba en la mano izquierda. Los soldados, cuando vieron a su capitán en tal
aprieto, arremetieron contra el indio y lo hicieron pedazos, por lo que se
desbarató su escuadrón, aunque los españoles no quedaron sin daño, ya que los
indios dejaron muertos dos caballos y heridos otros dos. Hubo un español que
inventó un remedio contra el frío que padecían en Chicasa. Con estas batallas
nocturnas, que por ser tantas y tan continuas causaban intolerable trabajo y
molestia, estuvieron nuestros castellanos en aquel alojamiento hasta fin de
marzo, donde, además de la persecución y afán que los indios les daban,
padecieron la inclemencia del frío, que fue rigurosísimo en aquella región. Y,
como pasaban todas las noches puestos en escuadrones y con tan poca ropa de
vestir, que el más bien parado no tenía sino unas calzas y jubón de gamuza, y
casi todos estaban descalzos de zapatos y alpargatas, fue cosa increíble el
frío que padecieron y milagro de Dios no perecer todos. En esta necesidad
contra el frío se valieron de la invención de un hombre harto rústico y grosero
llamado Juan Vego, natural de Segura de la Sierra (Jaén), a quien en la
isla de Cuba, al principio de esta jornada, le pasó con Vasco Porcallo de
Figueroa un cuento gracioso, aunque para él riguroso, que, por ser de burla y
donaires (se supone que de mal gusto), no lo diré, pero lo menciono para indicar que Juan
Vego, aunque tosco y grosero, daba en ser gracioso. Burlábase con todos, y les
decía donaires y gracias desatinadas, conforme a la aljaba de donde salían.
Vasco Porcallo de Figueroa, que también era amigo de burlas, le hizo una
pesada, y, para compensarle, le dio en La Habana, donde pasó la burla, un
caballo alazano que después, en la Florida, por haber salido tan bueno, le
ofrecieron muchas veces hasta ocho mil pesos por él para pagárselos cuando
encontraran oro y lo fundiesen, porque las esperanzas que nuestros castellanos tenían
a los principios de la conquista fueron así de fantasiosas. Pero Juan Vego
nunca quiso venderlo, y acertó en ello, porque no hubo fundición, sino muerte y
fracaso de todos ellos, como la historia lo dirá. A este Juan Vego se le
ocurrió hacer una estera de paja para protegerse del frío de las noches, y
echaba la mitad por debajo como colchón y la otra mitad encima, y, como se
hallaba bien en ella, hizo otras muchas para sus compañeros. Y, de esta manera,
los que hacían guardia por las noches resistieron el frío de aquel invierno, confesando
ellos mismos que hubieran perecido si no fuera por el socorro de Juan Vego.
Ayudó también a llevar el mal temporal la mucha comida que había en aquella
comarca, pues los españoles, aunque padecieron el rigor del frío y las
molestias de los enemigos, que no les dejaban dormir de noche, no tuvieron
hambre, ya que hubo abundancia de bastimentos".
(Imagen) Era desesperante salir de una batalla
terrible, la de Mabila, y haber tenido que sufrir de inmediato otra algo menos
espantosa, la de Chicasa, siendo en
ambas vencedores, pero con el nefasto resultado de 122 españoles muertos, y, no
obstante, tener que continuar avanzando entre indios tan belicosos. Inca
Garcilaso nos anuncia que se cumplieron los malos presagios: "El
gobernador y sus capitanes, viendo que, pasado el mes de marzo, era ya tiempo
de seguir adelante la campaña de descubrimientos, decidieron salir de la provincia
de Chicasa, pues la mayoría de la gente lo deseaba para verse fuera de aquella
tierra donde tanta guerra les habían hecho, y siempre de noche, durante los
cuatro meses que allí estuvieron los españoles invernando. Partieron, pues, a
primeros de abril de 1541, y, al día siguiente, pararon lejos de todo lugar habitado,
pareciéndoles que los indios de la provincia de Chicasa, viéndolos ya fuera de
sus pueblos, les dejarían de perseguir. Mas ellos tenían otros pensamientos muy
diferentes y ajenos a toda paz, como luego veremos". Pronto se
desengañaron: "Cuando los españoles pararon para alojarse en aquel campo,
enviaron por todas partes jinetes para que recorriesen la tierra y viesen lo
que había alrededor del alojamiento. Los cuales volvieron con aviso de que cerca de allí había un fuerte hecho de
madera, con gente de guerra muy escogida, que, al parecer, serían como cuatro mil
indios. El gobernador, eligiendo cincuenta de a caballo, fue a reconocer el
fuerte y, habiéndolo visto, volvió a los suyos y les dijo: 'Caballeros,
conviene que, antes de que la noche cierre, echemos del fuerte donde se han
fortalecido a nuestros enemigos, los cuales, no contentos con la molestia y
pesadumbre que tan porfiadamente en sus poblados nos han dado, quieren, aunque
estamos fuera de ellos, molestarnos todavía, por mostrar que no temen nuestras
armas, pues las vienen a buscar fuera de sus términos. Por lo cual será bien
que los castiguemos y que no queden esta noche donde están, porque, si allí los
dejamos, saliendo por tandas, nos flecharán toda la noche sin que podamos
reposar'. A todos les pareció bien, y así, dejando un tercio de la tropa para
guarda del real, fueron los demás con el gobernador a combatir el fuerte, que
se llamaba Alibamo". En realidad, era un poblado con ese nombre, en el que
hicieron los indios el fuerte. En la imagen lo vemos subrayado en rojo sobre la
ruta de Hernando de Soto.
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