(987) Un grupo de los principales indios
de Tuscaluza era partidario de esperar el ataque contra los españoles hasta que
se hubiese juntado todo su ejército. Estaban convencidos de que los derrotarían,
y deseaban sentirse orgullosos de haber
hecho una proeza. Pero se impuso el criterio de quienes preferían tener
una victoria sin pagar un alto precio de víctimas. Mientras los indios
deliberaban, Hernando de Soto intentó, inútilmente, hacerle caer a Tuscaluza en
un trampa: "El gobernador le envió
un recado con Juan Ortiz diciendo que viniese a almorzar, porque siempre habían
comido juntos. Juan Ortiz lo dio a la puerta de la casa donde estaba el cacique,
porque los indios no le dejaron entrar dentro. Los cuales respondieron que
luego saldría su señor". Pero pasaba el tiempo y Tuscaluza no aparecía. Ortiz repitió su petición dos
veces más, y la última hizo el efecto de una espoleta que desencadenó la batalla: "Entonces salió de la casa
un indio, que debía ser el capitán general, y, con una soberbia extraña, dijo:
'¿Que hacen aquí estos ladrones pidiendo a Tascaluza, mi señor, que salga, y hablando
con tan poco miramiento como si hablaran con otro como ellos?. Por el Sol y por
la Luna, que ya no hay quien sufra la desvergüenza de estos demonios, y será motivo
de que por ello mueran hoy hechos pedazos'. Apenas había dicho estas palabras
el capitán, cuando otro indio le puso en las manos un arco y flechas para que
empezase la pelea. El general indio, echando sobre los hombros las vueltas de
una muy hermosa manta de martas que al cuello traía abrochada, tomó el arco y,
poniéndole una flecha, encaró con ella para tirarla a un grupo de españoles que
en la calle estaban. El
capitán Baltasar de Gallegos, que acertó a hallarse cerca, viendo su traición y
la de su cacique, echó mano a su espada y le dio una cuchillada por encima del
hombro izquierdo que le abrió todo aquel cuarto, y, con las entrañas fuera,
cayó muerto".
Fue el comienzo de una batalla que los
indios estaban a punto de iniciar:
"Cuando este
capitán general indio salió de la casa a decir aquellas malas palabras, ya había
dejado a sus guerreros preparados para la lucha, y salieron de todas las casas unos
siete mil hombres de guerra, arremetiendo
con tanto ímpetu y denuedo contra los pocos españoles que estaban en la calle
principal, que los hicieron retroceder doscientos pasos. Así de feroz fue aquella
inundación de indios, aunque es verdad que en todo aquel tiempo no hubo español
alguno que volviese las espaldas al enemigo, sino que pelearon con gran valor y
esfuerzo retirándose para atrás, porque no fue posible resistir el ímpetu cruel
y soberbio con que los indios salieron de las casas y del pueblo. Un indio mozo y gentil,
poniendo los ojos en Baltasar de Gallegos, le tiró con gran furia y presteza
seis o siete flechas, y, viendo que con aquéllas no lo había herido, tomó el
arco con ambas manos y le dio sobre la cabeza varios golpes con tanta fuerza,
que le hizo correr la sangre por debajo de la celada. Baltasar de Gallegos, viéndose
tan malparado, a toda prisa le dio dos estocadas por los pechos, y cayó muerto
el enemigo. Se
pensó que este indio mozo sería hijo de aquel capitán que fue el primero que
salió a la batalla, y que habría peleado con Baltasar de Gallegos con tanto
coraje por el deseo de vengar la muerte de su padre".
(Imagen) La gran muchedumbre de indios
comenzó su ataque contra los españoles con una superioridad numérica enorme.
Terminarán venciendo los españoles, pero con un coste de sufrimientos y muertos
altísimo. La batalla de Mabila va a ser épica y feroz, y los bravísimos indios
no cejarán en su empeño hasta morir todos. Veamos los preocupantes inicios en
boca del cronista: "Los soldados de
caballería, que, como dijimos, tenían los caballos atados fuera de la cerca del
poblado, viendo el ímpetu y furor con que los indios los acometían, salieron
del pueblo corriendo a tomar sus caballos. Los que se dieron mejor maña y
pusieron más diligencia pudieron subir en ellos. Otros, que creyeron que no
fuera tan grande la avalancha de los enemigos ni que se dieran tanta prisa en
alcanzarlos, no pudiendo subir en los caballos, se contentaron con soltarlos
cortando las riendas o cabestros para que pudiesen huir y no los flechasen los
indios. Otros más desgraciados, que ni tuvieron tiempo de subir en los caballos
ni aun de cortar los cabestros, los dejaron atados, y los indios los flecharon
con grandísimo contento y regocijo. Y, como los indios eran muchos, la mitad
acudió a pelear con los castellanos y la otra mitad se ocupó en matar los
caballos que hallaron atados y en recoger todo el carruaje y hacienda (intendencia)
de los cristianos, pues ya había llegado entonces, estando arrimada a la cerca
del pueblo y tendida por aquel llano esperando alojamiento. De toda ella se apoderaron los enemigos, sin que
se les escapase cosa alguna, salvo la hacienda del capitán Andrés de
Vasconcelos, que aún no había llegado (se iba acercando a Mabila con el
resto de la tropa de Hernando de Soto). Los indios la metieron toda en sus
casas y dejaron a los españoles despojados de cuanto llevaban, que no les quedó
sino lo que sobre sus personas traían y las vidas que poseían, por las cuales
peleaban con todo el buen ánimo y esfuerzo que en tan gran necesidad era
menester, aunque estaban desusados de las armas por la mucha paz que desde
Apalache hasta allí habían traído, y descuidados de pelear aquel día por la
amistad fingida que Tuscaluza les había mostrado, pero ni lo uno ni lo otro hizo
que dejasen de cumplir con su deber". Veremos que, en este primer envite,
los españoles se van a reagrupar, y conseguirán que los indios tengan que
replegarse en el interior del poblado. Pero esto no ha hecho más que empezar.
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