(985) Estando en Talisi, Hernando de Soto
recibió una visita: "Vino un hijo de Tuscaluza, mozo de edad de diez y ocho
años, de tan buena estatura de cuerpo, que del pecho arriba era más alto que
ningún español. Traía una embajada de su padre en la que ofrecía al gobernador
su amistad y estado para que de todo ello se sirviese como más gustase. El
general lo recibió muy afablemente y le hizo mucha honra, así por su calidad
como por su gentileza y buena disposición. Cuando el gobernador fue a visitar a
su padre, se despidió previamente del buen Coza y de los suyos, los cuales
quedaron muy tristes porque los castellanos se iban de su tierra. Después de tres días de
camino, llegó a dar vista al pueblo donde el cacique Tuscaluza estaba, el cual,
sabiendo por sus correos que el gobernador venía cerca, tenía en su compañía no
menos de cien hombres nobles. Todos estaban en pie, y Tuscaluza sentado en una
silla de las que los señores de aquellas tierras usan. Su aspecto era como el de
su hijo, pues a todos sobrepujaba más de media vara. fue el indio más alto de
cuerpo y más lindo de talle que estos castellanos vieron en todo lo que
anduvieron de la Florida".
Por encargo de Hernando de Soto, habían
ido antes dos españoles a inspeccionar las tierras de aquella comarca, uno de
los cuales era Juan de Villalobos. Cuando llegaron Hernando de Soto y sus
hombres, fueron aposentados amablemente por el cacique en el pueblo principal,
llamado también Tuscaluza: "Pero no se supo qué había sido de ellos.
Sospecharon que los indios, hallándolos lejos del real, los hubiesen matado,
porque el Villalobos, dondequiera que se hallaba, era muy amigo de correr la
tierra y ver lo que en ella había, cosa que cuesta la vida a muchos de los que
en la guerra tienen esta mala costumbre. Con el mal indicio de faltar los dos españoles,
se temió que la amistad de Tuscaluza no era tan verdadera como pretendía él
mostrarla. A esta mala señal se añadió otra peor, y fue que, preguntando a sus
indios por los dos españoles que faltaban, respondían con mucha desvergüenza que
no se los habían dado a guardar a ellos. El gobernador no quiso insistir mucho
porque pensó que estaban muertos y que hacerlo solo serviría para alarmar y
ahuyentar al cacique y a sus vasallos. Le pareció conveniente dejar la
averiguación y el castigo para mejor coyuntura. Al amanecer del día siguiente,
envió a dos escogidos soldados, de los mejores que en todo su ejército había,
el uno llamado Gonzalo Cuadrado Jaramillo, hijodalgo natural de Zafra, hombre
hábil y práctico en toda cosa, a quien se podía confiar seguramente cualquier
grave negocio de paz o de guerra; el otro se llamaba Diego Vázquez, natural de
Villanueva de Barcarrota, hombre asimismo de todo buen crédito y confianza. Les
encargó que fuesen a ver lo que había en un pueblo llamado Mabila, donde el cacique
tenía mucha gente para, según se decía, mejor servir y festejar al gobernador y
a sus españoles. Luego que los dos soldados salieron del real, mandó el
gobernador que cien de a caballo y cien infantes fuesen con él y con Tuscaluza,
pues ambos quisieron aquel día ir en vanguardia. Al maestre de campo le dejó
mandado que, con el resto del ejército, saliese con brevedad en su seguimiento.
El cual salió tarde y la gente caminó derramada por los campos cazando y disfrutando,
bien descuidados de tener batalla, por la mucha paz que todo aquel verano hasta
allí habían traído". Pero pronto surgirán sospechas sobre la fiabilidad de
Tuscaluza.
(Imagen) Terminada (en desastre) la
campaña de La Florida, varios conquistadores profesaron en algún convento. Fue
el caso de GONZALO CUADRADO JARAMILLO, del que acaba de hacer Inca Garcilaso un
elogio incondicional por sus polivalentes cualidades. El cronista (que también
se hizo clérigo) afirmará al final de su libro que a los demás les influyó su
decisión: "Algunos se metieron en
religión por el buen ejemplo de Gonzalo Cuadrado Jaramillo, que fue el primero
que entró en ella. El cual quiso ilustrar su nobleza y sus hazañas pasadas
haciéndose verdadero soldado y caballero de Nuestro Señor Jesucristo,
asentándose bajo la bandera y estandarte de un maestre de campo y general como
el seráfico padre San Francisco, en cuya orden y profesión acabó, habiendo
mostrado de obra que en las religiones se adquiere la verdadera nobleza y la
suma valentía que Dios estima y gratifica. Por el cual hecho, que, por tratarse
de Gonzalo Cuadrado, fue mucho más admirado que si fuera de algún otro,
hicieron lo mismo otros muchos españoles, entrando en diversas religiones para
honrar con buen fin toda la vida pasada". Se dieron bastantes casos
semejantes en las Indias de españoles, conquistadores o con encomiendas de
indios, quizá movidos por viejos remordimientos que les quedaron en el alma por
lo que tenía inevitablemente de brutal la profesión que ejercieron, por otra
parte, heroica. La 'conversión' más brusca fue la del apocalíptico Bartolomé de
las Casas, que pasó de ser un clérigo pesetero, a profesar como dominico por no
poder ya transigir con la explotación que se les hacía a los nativos. Pero la
sociedad española, e incluso la misma Corte (a pesar de todo, más respetuosas
con los indígenas que cualquier otra nación europea en aquellos tiempos), fueron evolucionando hacia un rechazo cada
vez mayor del aspecto inhumano de las campañas de conquista. Entre los
numerosos casos de conquistadores que profesaron como religiosos, incluso dando
sus riquezas a los pobres, podemos citar a Francisco de Zúñiga y Juan Garcés en
el Caribe, Sindos de Portillo, Francisco de Medina, Alonso de Aguilar, Hulano
Burguillos y Gaspar Díez en México, Diego de la Tobilla en Panamá, Juan
Gavilanes en Perú y, en Chile, Antonio del Campo y Juan Fernández de Alderete
(al que mencioné en una imagen pasada).
No hay comentarios:
Publicar un comentario