(981) Acertaron los soldados rebeldes al
obedecer a sus capitanes, ya que llegarán pronto adonde les esperaba Hernando
de Soto, pero no sin otro previo contratiempo: "Después de apaciguado el
motín, y mientras caminaban a medio día, se levantó repentinamente una gran
tempestad con muchos relámpagos y truenos y mucha piedra gruesa que cayó sobre
ellos, de tal manera que, si no acertaran a hallarse cerca de unos árboles gruesos, perecieran, porque el
granizo fue tan grueso que los granos mayores eran como huevos de gallina. Los
rodeleros ponían las rodelas sobre las cabezas, pero, si la piedra les cogía al
descubierto, los lastimaba malamente. Quiso Dios que la tormenta durase poco,
que si fuera más larga no bastaran las defensas que habían tomado para escapar
de la muerte y, aun así, resultaron tan mal parados, que no pudieron caminar
aquel día ni el siguiente. El día tercero siguieron su viaje y llegaron a unos
pueblos pequeños cuyos moradores no habían osado esperar en sus casas al
gobernador y se habían ido a los montes. Solamente habían quedado los viejos y
viejas, y casi todos ciegos. Estos pueblos se llamaban chalaques (se trataba
de los indios cheroquis). Tres días después alcanzaron al gobernador en un hermoso
valle de una provincia llamada Xuala (el nombre actual es Joara, y será el
que seguiré usando), donde había llegado dos días antes, y, por esperar los
capitanes y los trescientos soldados que en pos de él iban, no había querido
pasar adelante".
Inca Garcilaso hace algunos cálculos
acerca del recorrido hecho por los españoles desde la bahía de Espíritu Santo (actualmente
bahía de Tampa, donde iniciaron la marcha sobre terreno floridano): "Todo
lo que se anduvo desde la provincia de Apalache hasta la de Joara, donde
tenemos ahora al gobernador y a su ejército, que duró unas cincuenta y siete
jornadas, fue, en general, al nordeste, y muchos días al norte. Parecía que el
río caudaloso que pasaba por Cofitachequi, era el que en la costa llamaban
Santa Elena". Saca en conclusión que, considerando que avanzaran unas
cuatro leguas y media por día, y sumando a este tramo lo que ya habían andado
hasta llegar a Apalache, la distancia total sería de unas cuatrocientas leguas
(aproximadamente, 2.200 km, según la longitud de la legua castellana de aquel
tiempo).
El cronista revela a continuación que
aquellas tribus indias practicaban el esclavismo: "En los pueblos de
jurisdicción y vasallaje de Cofitachequi por donde pasaron nuestros españoles
hallaron muchos indios naturales de otras provincias hechos esclavos, a los
cuales, para tenerlos seguros y que no se huyesen, les deszocaban un pie,
cortándoles los nervios por cima del empeine donde se junta el pie con la pierna,
o se los cortaban por encima del calcañar, y con estas prisiones perpetuas e
inhumanas los tenían metidos la tierra adentro, alejados de sus términos, y
servíanse de ellos para labrar las tierras y hacer otros oficios serviles. A estos
los prendían con las asechanzas que en las pesquerías y cacerías unos a otros
se hacían, y no en guerra descubierta de poder a poder, con ejércitos formados".
Con la última frase, hace alusión a que, durante bastante tiempo, fue
considerado lícito esclavizar a los indios rebeldes que se enfrentaban
bélicamente a los españoles.
(Imagen) Acabamos de ver que Hernando de
Soto llegó a Joara, que era, al parecer, territorio cheroki. Sabemos también
que la expedición va a fracasar (con su muerte incluida). Pero, en todas las
campañas, por dondequiera que fueran los españoles, ampliaban los conocimientos
étnicos y geográficos, dejando nota de todo lo ocurrido, para entregar el
testigo a futuros conquistadores. Ya hablamos del gran capitán Pedro Menéndez
de Avilés, pero ahora viene a colación porque, años después del paso de Soto,
le confió a un capitán suyo, JUAN PARDO, la conquista del territorio de Joara. En
cuanto llegó al pueblo principal, sustituyó el nombre de Joara por el de
Cuenca, lo que hace suponer que era su ciudad natal. El trabajo de exploración
que llevó a cabo Pardo fue extraordinario, logrando construir pronto una
fortificación, seguida de otras, en aquella tierras. Le puso el nombre de
Fuerte San Juan, y tuvo el mérito de ser el primero europeo surgido en el
interior de lo que hoy es Estados Unidos. Fue en 1567, mientras que los
ingleses establecieron la fortificación de Jamestown 40 años después. El fuerte español no alcanzó
los dos años de existencia, porque los indios de la zona, que empezaron siendo
amables con el retén de soldados que allí había, terminaron por atacarlos,
quizá irritados por algunos abusos de aquella pequeña tropa, los mataron a
todos y quemaron el fuerte. Cuando los hombres de Hernando de Soto andaban por
allí, llegaron a la conclusión de que el ansiado oro no existía en la zona de
Joara, ni tampoco, pasados 25 años, lo
encontraron los hombres de Juan Pardo. Pero sí lo había, y en abundancia. Hubo
que esperar hasta el año 1799 para saberlo. Y ocurrió cuando un niño encontró
una gran piedra de oro que brillaba bajo las aguas de un arroyo. Se la llevó a
casa simplemente por su belleza, pero sin caer en la cuenta de lo que era. No
tardó en expandirse la noticia, y alcanzó tanta fuerza, que dio origen a la
primera 'fiebre del oro' de Estados Unidos. El arqueólogo americano Robin Beck,
que encontró no hace mucho los restos del Fuerte San Juan, a solo 50 km del
arroyo generosamente aurífero, opina que, de no haber muerto todos los
españoles, habrían encontrado los valiosos pedruscos, cambiando por completo la
historia de la zona al surgir una fiebre
del oro española capaz de frenar las ambiciones de ingleses y norteamericanos,
teniendo, además, en cuenta el poderío del imperio de Felipe II. (En la imagen,
JOARA y COFITACHEQUI; se trata de un mapa que muestra la ruta de la
expedición de Soto a través de Georgia, Carolina del Sur,
Carolina del Norte, Tennessee y Alabama).
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