(983) El amigo de Juan Terrón se sintió desconcertado ante el regalo que le quería hacer: "El de a caballo le respondió: 'Las perlas serán mejor para vos, ya que las necesitáis más que yo, y las podréis enviar a La Habana para que os traigan tres o cuatro caballos, y así no andaréis a pie, pues el gobernador, según se dice, quiere enviar presto mensajeros a aquella tierra con noticias de lo que hemos descubierto'. Juan Terrón, enfadado de que su amigo no quisiese aceptar el presente, dijo: 'Puesto que vos no las queréis, voto a tal que tampoco han de ir conmigo'. Y, habiendo desatado la taleguilla, de una braceada, como quien siembra, derramó por el monte y herbazal todas las perlas por no llevarlas a cuestas. Lo cual hecho, dejó admirados a su amigo y a todos los demás que vieron el disparate, porque las perlas valían en España más de seis mil ducados por ser todas gruesas y no estar horadadas ni ahumadas como las que se hallaron antes. Hasta treinta de ellas volvieron a recoger rebuscándolas entre las hierbas y, viéndolas tan buenas, se dolieron mucho más. Juan Terron nunca quiso decir dónde las cogió, y, como los soldados se burlaban de él muchas veces, les dijo un día que se vio muy apretado: 'Por amor de Dios, no me lo mentéis más, porque os certifico que todas las veces que me acuerdo de la necedad que hice me dan deseos de ahorcarme de un árbol". El cronista no pierde la ocasión de sacar del hecho la moraleja de que "quienes gastan vanamente sus haciendas, caen luego en desesperaciones".
El ejército de Soto se puso nuevamente en
marcha, y llegaron hasta Guaxule, donde actualmente está emplazada la ciudad de
Asheville, y entonces era territorio cheroqui. Al parecer, los españoles
contagiaron durante su expedición a muchos indios de epidemias europeas, aunque
ya vimos que, antes de que llegaran adonde la cacica de Cofitachequi, ya habían
quedado diezmados por otra enfermedad local. En Guaxule fueron también muy bien
recibidos por su cacique. Pero deja de ser extraña tanta amabilidad cuando se
va constatando que era interesada, por la sencilla razón de que, en todas las
Indias, muchas tribus que estaban sometidas a otras más poderosas veían en el
poderío de los españoles una esperanza de ayuda
para quitarse ese yugo de encima: "El señor de la provincia, que
también tenía el nombre de Guaxule, salió a recibir a los españoles en compañía
de quinientos hombres nobles. Con este aparato recibió al gobernador,
mostrándole señales de amor y hablándole palabras de mucho comedimiento. Lo llevó
al pueblo, que era de trescientas casas, y lo aposentó en la suya. En este
pueblo estuvo el gobernador cuatro días, y de allí fue a otro llamado Ychiaha.
El cacique tenía
el mismo nombre, y salió a recibir al
gobernador haciéndole mucha fiesta con todas las demostraciones de regocijo y
amor que pudo mostrar, y los indios que consigo trajo hicieron lo mismo con los
españoles, que se alegraron mucho de verlos. El cacique dijo que a treinta leguas de
allí había minas del metal amarillo que buscaban los españoles y que, para comprobarlo,
enviase el gobernador a dos españoles que las fuesen a ver. Oyendo esto, se
ofrecieron dos españoles a ir con algunos indios. El uno se llamaba Juan de
Villalobos, natural de Sevilla, y el otro, Francisco de Silvera, natural de
Granada, los cuales partieron luego y quisieron ir a pie". Pero, una vez
más, se trataba de cobre o latón.
(Imagen) Recogeré otras dos anécdotas
copiando el texto de Inca Garcilaso: "Un día de los que los españoles
estuvieron en este pueblo de Ychiaha, acaeció una desgracia que a todos ellos
lastimó mucho, y fue que un caballero natural de Badajoz, llamado Luis Bravo de
Jerez, andando con una lanza en la mano paseándose por un llano cerca del río,
vio pasar cerca un perro. Le tiró la lanza con deseo de matarle para comérselo,
porque, por la falta general que en toda aquella tierra había de carne, comían
los castellanos cuantos perros podían haber a las manos. Erró el tiro, y la
lanza pasó deslizándose por el llano adelante hasta caer por la barranca abajo
en el río, y acertó a dar por la una sien y salir por la otra a un soldado que
con una caña estaba pescando en él, de lo que cayó muerto. Luis Bravo, desconociendo
haber hecho tiro tan cruel, fue a buscar su lanza, y la halló atravesada por
las sienes de JUAN MATEOS, que así se llamaba el soldado. Era natural de
Almendral (Badajoz), el cual, solamente entre todos los españoles que
andaban en este descubrimiento tenía canas (dedicaré la imagen a su tierra
chica), por las cuales todos le llamaban padre y respetaban como si lo
fuera de cada uno de ellos, siendo general la pena por su desgracia, pues
habiéndose ido a holgar acabó muerto miserablemente. Tan cerca como cierta
tenemos la muerte en todo tiempo y lugar (especialmente aquellos sufridos
soldados, de los que van a sobrevivir escasamente la mitad)". Habla
luego de los dos españoles que fueron a comprobar si, como decían los indios,
había minas de oro: "Al regresar dijeron que solo eran de muy fino cobre,
como el que atrás habían visto, pero que la tierra que habían visto era toda
muy buena para sementeras y pastos; y que los indios, por los pueblos que
habían pasado, los habían recibido con mucho amor y regocijo, y les habían
hecho mucha fiesta y regalo, tanto que, cada noche, después de haberles
banqueteado, les enviaban dos mozas hermosas que durmiesen con ellos y los
entretuviesen la noche, pero que ellos no osaban tocarlas, temiendo que les
flechasen después los indios, pues sospechaban que se las enviaban para tener
motivo para matarlos, si llegasen a ellas. Aunque esto temían los españoles,
quizá sus huéspedes lo hicieran para regalarlos generosamente viendo que eran
mozos, porque, si quisieran matarlos, no tenían necesidad de buscar excusas".
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