(539) O Vaca de Castro se despreocupó de la situación de los
almagristas, o su petición de que se atendiera a los heridos estaba destinada
únicamente a los de su bando: “Aquella
noche que se dio la batalla, gran lástima fue oír los gemidos que daban
los heridos, mas poca piedad hallaron para ser curados, pues fueron muertos por
los indios e desnudados de las ropa que tenían, hasta dejarlos en vivas carnes.
Al capitán Gómez de Alvarado (batalló junto a Vaca de Castro) le dio
cierta enfermedad, de la cual murió en Vilcas, e fue llevado a enterrar en
Humanga, adonde habían llevado también a Gómez de Tordoya, malamente herido, el
cual, después de haber ordenado su ánima, murió. A todos les pesaron las
muertes de estos caballeros, e la de Perálvarez, y la de todos los que murieron
en la batalla, los cuales fueron enterrados con gran honra, como lo merecían
varones de tanto valor. Murieron en el campo, de unos y de otros, doscientos
cuarenta hombres. Algunos hacen mayor el número, mas yo no quiero afirmar lo
que no sé cierto”.
Llama la atención la rapidez con que Vaca de Castro castigó después a
los almagristas responsables de graves culpas: “Dada la batalla, Vaca de
Castro, al día siguiente, tomando consigo a su Secretario e Alguacil Mayor, fue
por las tiendas para ver si, entre los que estaba presos, había algunos de los
que habían participado en la muerte del Marqués. Viendo a Martín Carrillo, y
que el Capitán Alonso de Cáceres lo tenía encubierto, haciendo creer que había
muerto, mandó que lo trajesen a su presencia, e así fue hecho. Era Martín
Carrillo natural de Ciudad Real, y él, Pedro de San Millán, natural de Segovia,
y Francisco Coronado, natural de Jerez de los Caballeros (Badajoz), con
otros dos, fueron ajusticiados e puestos sus cuerpos, hechos cuartos, en palos.
Sabiendo Vaca de Castro que muchos de los que salieron de la batalla habían ido
a meterse en Humanga, mandó al Capitán Diego de Rojas que fuese a aquella
ciudad e prendiese a los enemigos que en ella hallase”.
Más tarde, también llegó Vaca de Castro a Huamanga, donde fue recibido
con todos los honores: “Encomendó luego los asuntos de la justicia al
Licenciado La Gama, al Licenciado León y al Bachiller Guevara, e, aunque el
Capitán Diego de Rojas ya había hecho justicia en algunos, pondremos aquí
juntos y de una sola vez los que se ajusticiaron en Huamanga y en el territorio
que hay desde aquella ciudad hasta la del Cuzco. Y fueron estos: el Capitán
Cárdenas, de Toledo, Pedro de Oñate, el Capitán Diego de Hoces, de Zaragoza, el
Capitán Juan Tello, de Sevilla, Bartolomé de Arbolancha, Francisco Pérez,
Antonio Noguerol, de Puerto de Santa María, Basilio, italiano, Martel, de
Sevilla, Francisco de Mendíbar, de Torrejón de Velasco, Marticote, guipuzcoano,
el Capitán Juan Muñoz, de San Martín de Valdeiglesias, Barragán el Mozo, de Los
Santos, Juanes de Santiago, de Santander, Juanes, vizcaíno, el capitán Juan
Pérez, Juan Gómez de Salvatierra, de El Almendral, Baltasar Gómez, de
Valladolid, Juan de Guzmán de Acuña (hijo de Vasco de Guzmán), de Toledo, Juan
Sánchez, de Extremadura, Bartolomé Cabezas, de Jerez, Ramírez, de León, Losa,
de Zamora, Carreño, de Sevilla y Juan Diente, de Gibraltar”.
(Imagen) No podemos dejar de lado a una notable mujer: la toledana
ISABEL DE OVALLE. Se supone que sería muy joven cuando fue a las Indias, hacia
el año 1530, escapando de los malos tratos que sufría en su entorno familiar.
Le echó coraje y partió, aunque le acompañaba un tal Mendo Ramírez, de origen
portugués, y del que nunca más se supo. Pronto se casó ‘como Dios manda’ con el
protagonista de nuestra imagen anterior, CRISTÓBAL DE BURGOS, el que perdió un
brazo y ganó un prestigioso escudo de armas. Cuando murió Cristóbal, heredó Isabel
una gran fortuna, y se casó de nuevo con otro indiano bien situado, PEDRO LÓPEZ
DE SOJO. Con ninguno de los dos tuvo hijos, pero la casi invisible Isabel nos
dejó un importante legado histórico. Volvió a España con Pedro el año 1556, pensando
regresar a las Indias. Pero ella enfermó en Sevilla, hizo su testamento y
murió. Nombró heredero de sus bienes a Pedro, con la condición de que no
volviera a casarse. Hay constancia de que el viudo seguía viviendo en Sevilla
el año 1566. Una de las disposiciones de
Isabel fue que se hiciera una capilla en la iglesia toledana de San Vicente
Mártir, debiendo encargarse el cabildo municipal de ejecutar las obras con la
gran suma de dinero que destinó a tal fin. Tardó en rematarse el trabajo, pero
mereció la pena. Fue, nada menos que, el Greco quien pintó en 1607, para el
retablo, una extraordinaria Inmaculada Concepción (la de la imagen) que
entusiasmó por su belleza al gran poeta alemán Rilke, y le inspiró para
escribir un poema. Los restos de ISABEL DE OVALLE permanecen enterrados en la
capilla, pero el cuadro se encuentra en el Museo de Santa Cruz de la ciudad de
Toledo. Estos son datos que no conoceríamos si no hubiera tropezado con un
amplio y muy documentado trabajo escrito por Almudena Sánchez-Palacio Mancebo.
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