(534) Los dos campamentos enemigos estaban emplazados a unos cinco
kilómetros de distancia. Algunos almagristas pensaban que tendrían la victoria
más fácil si se movieran hasta la loma de Chupas, para luego meterse en Huamanga,
pues dejarían a los contrarios sin provisiones. Faltaba poco para que comenzara
la batalla, y las colinas estaban atestadas de indios y de indias que esperaban
el desenlace como impacientes espectadores. Cieza lo describe muy bien, y da un
detalle que confirma que muchas indias apreciaban a los españoles, no solo con
admiración, sino también con afecto. Recordemos que vimos hace ya mucho tiempo
que, en México, Hernán Cortés accedió a devolver a los indios las numerosas mujeres
que les habían quitado los españoles, pero solamente a las que quisieran
retornar libremente. Bernal Díaz del Castillo, que allí estaba, aportaba el
dato de que no fueron más de tres las que volvieron con su gente.
Así lo expone ahora Cieza: “Unos indios seguían a los almagristas, y
otros a los pizarristas. Había en los dos campamentos muchas indias pallas (nobles),
naturales del Cuzco, las cuales, como veían llegar el final de la guerra,
siendo ellas por los españoles muy queridas, y teniendo ellas para con ellos el
mismo amor, deleitándose por andar en servicio de gente tan fuerte y de ser
comblezas (sustitutas, en el sentido de amantes) de las mujeres
legítimas que ellos tenían en España, barruntando la muerte que les había de
venir, aullaban gimiendo, y, al uso de su patria, andaban descabelladas de una
parte a otra”. Queda, pues, claro lo que al sexo de los conquistadores se
refiere. El impulso natural se imponía sobre cualquier freno religioso, y es
evidente que la mayoría de los españoles vivían amancebados sin que los
clérigos trataran de impedirlo. Quizá solo se criticara la violencia sexual
totalmente deshumanizada, de la que también habría muchos casos, pero da la impresión
de que muchas indias aceptaban de buena gana esa intimidad. El mismo Cieza
comentó en su día que le cedieron como compañera a una india para que le
enseñara su idioma y las costumbres de aquellos pueblos. Nos imaginamos que le
dio otras satisfacciones, y, probablemente, con sincero afecto, dada la calidad
humana del cronista.
Los indios esperaban el espectáculo con otra actitud: “Era tan grande el
tumulto que hacían, que el clamor resonaba en los valles y cerros de Chupas, y
tenían gran gozo de poder ver la majestad de los españoles peleando unos con
otros, dando gracias a su Sol porque iba a tomar tan famosa venganza de los
daños que en sus mayores se habían hecho”.
Luego Cieza comenta algo sorprendente: “Cuando ya los enemigos estaban
cerca, los almagristas asentaron su campamento con la intención de, a la
segunda vigilia de la noche, alzar sus tiendas, procurar meterse en Huamanga e
irse a la Ciudad de los Reyes por el camino de Huaytara”. Y digo sorprendente
porque el querer ir a Lima parecía un deseo de rehuir el combate. Cieza no lo
aclara, ni tampoco importa ya, porque el
brutal enfrentamiento va a tener lugar de inmediato.
(Imagen) Va siendo hora de que demos algunos datos del Capitán ALONSO DE
MENDOZA, porque tuvo un gran protagonismo en la próximas batallas de las
guerras civiles. Fue un tipo carismático. Nació hacia 1505, de familia noble,
en Garrovillas de Alconétar (Cáceres), donde presumen de que sea su lugar de
origen. Llegó a Indias en 1535. De camino a Perú, asistió a la fundación de
Quito. Fiel pizarrista, tuvo, sin embargo, una trayectoria cambiante, parecida a la de otros que también lo fueron.
Participó en la batalla de las Salinas, tras la que fue ejecutado Almagro el
Viejo. El asesinato de Pizarro acentuó su lealtad. Le vemos ahora luchando con
Vaca de Castro en la batalla de Chupas contra Diego de Almagro el Mozo. Pero, muerto
este, Gonzalo Pizarro cometió el inmenso error de sublevarse contra la Corona,
y, aunque Alonso se mantuvo un tiempo a su servicio, fue convencido por el gran
capitán Diego Centeno para abandonarlo y pasarse al bando de los leales al Rey
(a muchos les ocurrió lo mismo). Los dos resultaron derrotados por el
implacable Francisco de Carvajal, teniendo que huir para no perder la cabeza.
Su salvación fue ponerse bajo las órdenes del extraordinario Pedro de la Gasca,
luchar en Jaquijaguana contra Gonzalo y Carvajal, y acabar con la guerra civil
mediante su derrota y ejecución. Luego, por mandato de La Gasca, Alonso de
Mendoza fundó la ciudad de La Paz (actual capital de Bolivia). Allí le han
construido un importante monumento (el de la imagen), y recordemos que en Don
Benito (Badajoz) lo confundieron todo. Ya comentamos que han dedicado una calle
como fundador de la Paz a un Alonso de Mendoza diferente. También murieron casi
a un tiempo, y en zona boliviana, los dos grandes capitanes: Diego Centeno en
1549, y nuestro ALONSO DE MENDOZA, en 1550.
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