(545) No es difícil imaginar la desesperación de Diego de Almagro el
Mozo y los otros cabecillas almagristas que estaban apresados. Sabían de sobra
que los iban a matar, como habrían hecho ellos con los pizarristas de haber
ganado la batalla de Chupas. Era la lógica consecuencia en aquellas guerras
civiles implacables: “Vaca de Castro fue a visitar a la prisión a Don Diego de
Almagro, Diego Méndez, Juan de Olivas y los demás que estaban presos, y les
dijo que qué locura tan grande había sido alzarse con el reino contra Su
Majestad, e hacer las cosas tan feas que ellos sabían. El mozo Don Diego
respondió que nunca él ni los que fueron sus valedores habían andado en
deservicio de Su Majestad, e que, para tomar a su cargo el gobierno de la
provincia, tuvo justificación bastante con el nombramiento que el Adelantado,
su padre, le hizo en virtud de una provisión del Rey. Vaca de Castro le
respondió afeándole lo hecho. Después se despidió de ellos diciéndoles que,
aunque por la sentencia general estaban todos condenados a muerte, él quería
que pidiesen su justicia, para que fuesen libres o condenados como el derecho
lo mandaba. Don Diego estaba tan acongojado como se puede sentir, y todos
tenían gran lástima de él, pero Gaspar Rodríguez de Camporredondo y otros le
decían a Vaca de Castro que le cortase la cabeza, y que a cuándo aguardaba”.
Diego de Almagro el Mozo, lleno de angustia, no descartaba la
posibilidad de huir, siempre con la misma idea de buscar en los Andes el amparo
de Manco Inca: “A muchos les pesaba cuando se hablaba de que había que darle
muerte, mas, como fuesen sus contrarios Gaspar Rodríguez de Camporredondo y
Peransúrez de Castro (parece ser que, en lugar de ‘Castro’, era también
‘Camporredondo’), que eran los más privados de Vaca de Castro, no había
para qué pensar que Vaca de Castro dejara de matarle”.
El Mozo hizo sus preparativos:
“Trató, lo más encubierto que pudo, con un paje suyo, que comprase dos caballos
ligeros, y los tuviese a cierta hora de la noche en el río que corre por la
ciudad del Cuzco. Y sucedió que algunos de los que oyeron lo de la compra de
los caballos dieron aviso de ellos a Vaca de Castro. Al saberlo, consultó con
algunos de sus capitanes e amigos sobre lo que se haría con Don Diego, y a
todos les pareció que convenía darle la muerte, así por el delito que había
cometido, como por asegurar el reino y evitar que en él hubiese novedades.
Visto el proceso que contra él se había hecho, fue condenado a muerte, y se
mandó notificar la sentencia en su presencia. Cuando fue por él oída, respondió
que apelaba ante Su Majestad, o ante los Oidores de la Audiencia de Tierra
Firme (Panamá), y se le respondió que no procedía. Tornó a decirle a
Vaca de Castro que, puesto que no le otorgaba la apelación, y le mataba de
hecho, le citaba ante el Juez del Cielo, nuestro Dios, donde, sin parcialidad
ni pasión, todos serían juzgados”.
(Imagen) Diego de Almagro el Viejo legitimó a su hijo, DIEGO DE ALMAGRO
EL MOZO, e incluso, cuando adquirió gran fama por sus éxitos junto a Pizarro,
hizo tratos para casarlo con una joven residente en España y de familia
relevante, pero la candidata falleció. El Mozo fue desde Panamá, donde vivía,
hasta Perú, al encuentro de su padre, con Francisco Martín de Alcántara,
hermanastro de Pizarro. Al haber partido ya Almagro para Chile, fue en su busca
a lugar tan lejano acompañado por Juan de Rada. Allí se encontraron los tres,
el padre, el hijo y Rada, como si fuera el preludio de una conjunción astral de
carambolas fatídicas. Rada se convirtió en una figura dominante entre los
almagristas. A Diego de Almagro el Viejo lo mató Hernando Pizarro, Juan de Rada
fue el director de orquesta en el asesinato de Pizarro, aunque quien tenía la
máxima responsabilidad era ya Diego de Almagro el Mozo, y ahora vemos que Vaca
de Castro lo va a ejecutar. El Mozo se había convertido aceleradamente en un
líder seguro de sí mismo. Había cometido graves errores, pero le reprochaba a
Vaca de Castro contundentemente (y estaba en lo cierto) que su padre fue
asesinado, y que le había dejado en herencia la Gobernación de Nueva Toledo,
colindante con la de Nueva Castilla, perteneciente a Pizarro. Pero escogió el
camino equivocado para reclamar sus derechos: la venganza y la violencia.
También es posible que las circunstancias no le dejaran acceso a otra vía.
Cieza, que siempre buscaba la verdad, nos va a explicar que, cuando le llegó la
hora de su ejecución, “mostró siempre ánimo de varón y no de mozo, como era, habiendo llegado a tener
seriedad y grandeza, a pesar del origen humilde de sus padres”. De ahí se
desprende también que, así como los capitanes que emparejaban con nativas
tendían a hacerlo con mujeres de la nobleza inca, la compañera de Diego de
Almagro y madre del Mozo, bautizada como Ana Martínez, era una india de la
clase popular.
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